La música de la República. Eva Brann T.H.Читать онлайн книгу.
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La música de la República
Ensayos
sobre las conversaciones de Sócrates
y los escritos de Platón
Eva Brann
La música de la República
Ensayos
sobre las conversaciones de Sócrates
y los escritos de Platón
Edición de Antonio Lastra
Traducción de Antonio Lastra, Daniel Martín Sáezy Carmen Rodríguez
PUV
39 Estètica & Crítica
Romà de la Calle, director
Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente,
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Título original:
The Music of the Republic
© 2004 Paul Dry Books, Inc.
Published under agreement with Paul Dry Books,
Philadelphia, P.A. USA
© De la traducción: Antonio Lastra, Daniel Martín Sáez
y Carmen Rodríguez, 2015
© De esta edición: Universitat de València, 2015
Producción editorial: Maite Simón
Diseño del interior y maquetación: Inmaculada Mesa
Corrección: Pau Viciano
Diseño de la cubierta:
Celso Hernández de la Figuera y Maite Simón
ISBN: 978-84-370-9959-0
Índice
ESTUDIO PRELIMINAR, Antonio Lastra
Eva Brann
1. Introducción al Fedón (con Peter Kalkavage y Eric Salem)
2. El legado de Sócrates: el Fedón de Platón
3. La ofensa de Sócrates: Apología
4. La templanza del tirano: Cármides
5. Introducción a la lectura de la República
6. La música de la República
7. ¿Por qué la justicia? La respuesta de la República
8. Poesía imitativa: el libro X de la República
9. El tiempo en el Timeo
10. Introducción al Sofista (con Peter Kalkavage y Eric Salem).
11. Noser envuelto en Ser: Sofista
12. Sobre la traducción del Sofista
13. La «Teoría de las Ideas» de Platón
14. «Enseñar a Platón» a estudiantes universitarios
FUENTES Y AGRADECIMIENTOS
ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TEMÁTICO
Estudio preliminar
En 1925, [Martin] Heidegger vino a Marburgo. [Jacob] Klein asistió a sus clases con regularidad y, como es natural, quedó profundamente impresionado. Pero no se convirtió en un heideggeriano. El procedimiento de Heidegger incluye y exige lo que denomina Destruktion de la tradición. (Destruktion no es algo tan malo como destrucción. Significa echar abajo, lo opuesto a construcción.) Intentaba desarraigar la filosofía griega, especialmente a Aristóteles, pero eso suponía dejar al descubierto sus raíces, dejarlas al descubierto de modo que mostraran la filosofía griega tal como era por sí misma y no como aparecía a la luz de la tradición o de la filosofía moderna. A Klein le atraía más el Aristóteles que Heidegger había sacado a la luz y a la vida que la propia filosofía de Heidegger. Más tarde Klein me convenció de dos cosas. Primero, de que, filosóficamente, lo único necesario es un retorno, o redescubrimiento, de la filosofía clásica; segundo, de que el modo como se lee a Platón, especialmente [como lo leen] los profesores de filosofía y quienes se dedican a la filosofía, es completamente inadecuado, porque no tiene en cuenta el carácter dramático de los diálogos, especialmente de aquellas partes que casi parecen tratados filosóficos.
Se me hizo evidente que tenía que distinguir el modo clásico de pensar del modo de pensar moderno. Nuestro mundo y nuestro entendimiento, tal como son en la actualidad, se basan en cierto cambio ocurrido hace quinientos años, un cambio que no solo domina nuestro pensar, sino también el mundo que nos rodea.
Ese cambio hizo posible uno de los mayores logros del hombre: la física matemática y todas las disciplinas adicionales relacionadas con ella. Hizo posible lo que llamamos, con una extraña palabra latina, ciencia. Esa ciencia deriva del modo clásico de pensar, pero esa derivación es también una dilución que nubla nuestra vista. Mis estudios me llevaron a concluir que teníamos que volver a aprender lo que los antiguos sabían; debíamos ser capaces de persistir en las investigaciones científicas, en las que el verdadero progreso es posible, aunque la ciencia a la que estamos acostumbrados sea susceptible también de retrocesos y de provocar un olvido fundamental de las cosas más importantes. A consecuencia de esos estudios y ese entendimiento, surgió la pregunta de saber cómo debía educarse a la gente. En esa época cierta convulsión política me obligó a venir a los Estados Unidos y establecerme en el campus del St. John’s. La gran pregunta de cómo educar a la gente se convirtió de inmediato en una pregunta práctica.
Los dos párrafos que sirven de epígrafe a esta presentación forman parte de una rendición de cuentas ofrecida en 1970 por dos ancianos en cuyo aspecto y forma de hablar aún quedaban huellas, aunque hubieran obtenido su carta de ciudadanía en los Estados Unidos muchos años antes, de su condición de emigrantes en una tierra de acogida. Hablaban de sí mismos, con el privilegio que la edad concede a los seres humanos para mostrarse más osados incluso que desinhibidos, como amantes de la sabiduría, como filósofos y amigos, ante un auditorio formado por estudiantes y profesores del St. John’s College en Annapolis, uno de los lugares de enseñanza más antiguos de América, consagrado por entero a la educación liberal y la lectura de los grandes libros de la tradición occidental. Entre el público se encontraba Eva Brann, judía también y exiliada como ellos de la Alemania nazi, aunque perteneciente a una generación más joven, que recordaría con posterioridad ese encuentro como una ocasión truncada. Algo, en efecto, en el diálogo entre aquellos dos extranjeros que podrían haber salido perfectamente de los diálogos de Platón –en los que la vejez y la extranjería parecen corresponderse de una manera extrañamente familiar con el ϑυμός o la παρρησία–, había impedido una comunicación central con