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Club de brujas. KnarikЧитать онлайн книгу.

Club de brujas - Knarik


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      ARGENTINA

       VREditorasYA

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      MÉXICO

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       vreditorasya

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      Introducción

      El aullido de un lobo irrumpió en el silencio de la noche. La luna estaba llena. Mel sabía que tenía que andar con paso rápido por las calles de Buenos Aires; no solo por la probabilidad de tener que lidiar con un licántropo, sino porque estaba llegando tarde.

      Sabía que a Ayelén no le molestaría su tardanza –y si le molestara, seguramente se lo diría apenas cruzase el umbral– pero no era eso lo que ponía prisa a sus pies. Había llegado una carta importante.

      Muy importante.

      Al final de la calle, divisó la casa victoriana. Ah, nada como la morada de una bruja. El aroma especiado de las pociones se podía percibir incluso a lo lejos. Seguramente, Ayelén estaba trabajando en una de sus pociones repelentes; era su especialidad. Un poco de esto, un poco de aquello, botella rociadora, y ¡zas! Bloqueo masivo en redes sociales a todos aquellos que se burlaban de la magia.

      Mel golpeó la puerta frenéticamente, mirando a su alrededor.

      –¡Ayelén!

      La puerta se entreabrió. Un ojo castaño se asomaba.

      –Contraseña. –Mel resopló.

      –¿Contraseña? ¡Qué se yo!

      –Contraseña –insistió la otra.

      –¿“Rowling está cancelada”? –dudó Mel.

      –No.

      A lo lejos, otro aullido de lobo.

      –O me roban, o me comen los hombres lobo, Aye, ¡por favor!

      Persuadida por sus ruegos, Ayelén abrió la puerta, dejándola pasar. Cerró con llave y corrió los tres pasadores. Más allá de los licántropos, seguía siendo Buenos Aires.

      –Desinfección. Cerrá los ojos –le dijo Ayelén, alzando un rociador. Y agregó–: Perdón, tengo el Sol en casa seis.

      –No hay problema. Tengo tres planetas en Virgo, la desinfección es mi estado natural.

      Mel esperó a que la rociara de pies a cabeza con alcohol, e hizo un par de movimientos estrambóticos para secarse en el aire. Luego, se apresuró a ir a lavarse las manos. Siempre le había gustado el baño de esta casa: la grifería tenía gárgolas de bronce.

      –Linda túnica –comentó la otra, mientras Mel dejaba su bolso en un costado.

      –Gracias, es de Avellaneda –respondió la otra, sacudiéndose el polvo de las faldas–. ¿Cuál era la contraseña?

      –“Me duele el ciático”.

      –Eso no es ninguna contraseña, es un secreto a voces –hizo una pausa–. Vengo a traerte algo importante.

      –¿Otro mazo de Tarot? Mel, no tenemos más lugar.

      Mel sacó un sobre del bolsillo de su túnica, y lo alzó a plena vista. Uno de los cristales de la araña del salón reflejó en él un arcoíris de destellos.

      –Nuestro primer fan mail.

      Ayelén se llevó una mano al corazón.

      –¡Me muero! No lo abriste, ¿no?

      –Obvio que no, por eso te lo traje. Quería que lo abriéramos juntas.

      Este era el momento que habían estado esperando desde que habían empezado a grabar su podcast, “Club de Brujas”. Si bien tenían una moderada audiencia y pocos episodios, recibir un fan mail era confirmar que había alguien del otro lado; alguien que gustaba de sus charlas sobre Tarot, Astrología y esoterismo.

      –Casi que tengo miedo de que sean insultos –agregó Mel.

      –¡Pff! ¡No nos tiene que importar eso! –respondió la otra, alzando el mentón e inflando el pecho–. Somos profesionales con experiencia. Si no nos saben valorar, no es nuestro problema.

      –Sí, es verdad. Bueno, ¿lo abrimos?

      Ayelén se apresuró a buscar en su altar el cuchillo ceremonial, engarzado con rubíes y esmeraldas. El filo resplandeció cuando tomó el sobre y rasgó su costado. Al desplegar la carta, ambas se inclinaron para leer.

      –¡Esperá! –exclamó Ayelén. Roció la carta con desinfectante–. Ahora sí.

      “Hola chicas, me encanta el programa. Quería saber: si tengo sol en Escorpio y Marte en Géminis, ¿qué me va a pasar? Besos, Marie”.

      Ayelén suspiró y elevó la mirada hacia los cielos.

      –La Diosa me libre.

      –Bueno –dijo Mel–. Al menos no son insultos de los fanáticos de la ciencia. Dijo que le gustó el programa.

      –Ya sé, pero siento que estamos haciendo algo mal –suspiró Ayelén. Se alejó y fue a sentarse en el alféizar de la ventana. La luna llena resplandecía detrás de los coloridos vitraux–. Es como si no nos alcanzara el tiempo que tenemos para explicar todo sobre lo que sabemos.

      –Es que para eso los episodios deberían durar tres horas. Ya nos dicen que con una hora y media se nos va un poco de las manos.

      Ayelén suspiró nuevamente.

      –¿Y qué hacemos? Capaz podríamos sugerir tomos. Hacer una biblioteca mágica donde los oyentes puedan venir a aprender.

      –No lo sé... Es que son tantos libros...

      Ante esta cuestión, ambas asintieron, pensativas. Por unos momentos solo se oyó el burbujear del caldero que hervía junto a la chimenea. Ayelén sacó el rociador y lanzó desinfectante a


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