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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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descubierto que se les habían escapado un dragón y un unicornio, por no hablar de varias docenas de magos lo bastante competentes como para viajar a otro mundo. Suponemos que tomaron el control de la Puerta. Tal vez destruyeron la Torre de Kazlunn y a todos sus moradores. No podemos saberlo, porque no podemos volver.

      Jack respiró hondo, intentando asimilar toda aquella información.

      —Los problemas no acabaron ahí. La Tierra era un mundo inmenso y, por si fuera poco, Ashran envió a Kirtash tras nosotros, para destruir a los únicos que podrían, en un futuro, acabar con él. Llevamos tres años buscando en la Tierra a un dragón y un unicornio. Sabemos que están vivos, en algún lugar, porque Kirtash también los está buscando... para matarlos. Nuestra verdadera misión consiste en encontrarlos y salvarles la vida para que la profecía pueda cumplirse. Ya lo hicimos una vez... y debemos hacerlo de nuevo.

      Hubo un silencio. Jack meditaba toda aquella nueva información. Se volvió entonces hacia Victoria.

      —Tú lo sabías, ¿verdad?

      Ella asintió.

      —Yo le había hablado de Lunnaris –dijo Shail–. Quien ve a un unicornio, Jack, no lo olvida jamás. Yo no he logrado olvidar a Lunnaris, y haría lo que fuera para encontrarla antes de que lo haga Kirtash. No se trata solo de que ella sea la última esperanza para Idhún. Es una cuestión personal.

      —Además –añadió Victoria–, se supone que yo tengo que haberla visto en algún momento.

      —¿Por qué? –preguntó Jack, confuso.

      —Porque soy una humana nacida en la Tierra –explicó Victoria– y, sin embargo, soy también una semimaga. Esto quiere decir que he visto a un unicornio... lo malo es que no lo recuerdo.

      —Si Lunnaris está en este mundo –asintió Shail–, puede que haya personas que ya la hayan visto. Y que, debido a ello, posean cierta sensibilidad para la magia. O puede, incluso, que la propia Lunnaris haya consagrado a más hechiceros aquí. En la tierra no hay magos, Jack, ya te lo dijimos el primer día. Solo están los que llegaron de Idhún... y aquellos que hayan tenido algún tipo de contacto con nuestro unicornio perdido.

      Victoria desvió la mirada.

      —¿Y el báculo...? –preguntó Jack, para cambiar de tema y evitar que su amiga siguiera pensando en ello.

      —El báculo fue creado por los unicornios –explicó Shail–. Y, por tanto, podría llevarnos hasta Lunnaris. Por eso era fundamental que lo encontrásemos antes que Kirtash. Y por eso en ese momento era más importante... poner el báculo fuera de su alcance que salvar la vida de Alsan. Si Lunnaris muere... o si lo hace el dragón que Alsan encontró... ya no habrá esperanza para nuestro mundo.

      —Comprendo –asintió Jack, pesaroso.

      —Tal vez Elrion disfrute asesinando magos, pero para Kirtash eso es solo secundario. Su principal misión aquí en la Tierra es encontrar al dragón y el unicornio y matarlos para evitar que se cumpla la profecía.

      —Quizá por eso quería vivo a Alsan –intervino Victoria–, y probablemente, también a ti, Shail. Vosotros dos encontrasteis al dragón y al unicornio la primera vez. Podríais darle alguna pista.

      —Pero no tenemos ninguna pista. He estudiado los mitos de los habitantes de la Tierra. El dragón es común a todas las culturas. El unicornio solo se halla en algunas de ellas. Pero, de todos modos, siguen siendo... mitos –miró a Jack a los ojos–. Con franqueza, no esperábamos encontrarnos un mundo como este. Superaba todas nuestras previsiones. Habíamos empezado a creer que nunca los encontraríamos, cuando, gracias a ti, descubrimos el Libro de la Tercera Era y la existencia del Báculo de Ayshel.

      —No gracias a mí –susurró Jack–. Kirtash nos estaba esperando, ¿verdad? Eso quiere decir que sabía que acudiríamos. Ese CD... no se le pasó por alto. Parrell no era idhunita. Fue Kirtash quien dejó el disco allí, a propósito, para que nosotros lo encontrásemos. Sabía que tal vez a la policía no le llamaría la atención una carátula con la imagen de un dragón... pero a nosotros sí, porque es lo que andamos buscando. Y caímos en la trampa. O sea... que fue culpa mía.

      —Gracias a ti –repitió Shail con firmeza–, Kirtash no tiene el báculo, y Lunnaris sigue a salvo, de momento.

      Jack no dijo nada. Shail lo miró fijamente y vio que el muchacho estaba pálido. La historia de la profecía le había impresionado más de lo que ninguno de ellos había imaginado.

      Shail se levantó y colocó una mano sobre el hombro del chico.

      —Creo que necesitas descansar, Jack –hizo una pausa y luego añadió–: Todos lo necesitamos, en realidad.

      Jack reaccionó y alzó la cabeza para mirarlo.

      —¿Y qué hay de lo de Alsan?

      Shail negó con la cabeza.

      —Os necesito al cien por cien, con la mente despejada y despierta, o cualquier plan que tracemos tendrá altas posibilidades de salir mal.

      —Eso es verdad –admitió Jack, con un suspiro.

      Lo cierto era que se sentía terriblemente cansado, como si hubiera envejecido varios años de repente.

      Se levantó para dirigirse a su habitación. Cuando pasó junto a Shail, este le dijo en voz baja:

      —Sospecho que Kirtash no se equivocó contigo. Algo de sangre idhunita debe de correr por tus venas, Jack, porque has sido capaz de comprender por fin la tragedia que vive Idhún, y mucho mejor que cualquier terráqueo.

      Jack no respondió.

      Cuando llegó a su cuarto, se derrumbó sobre la cama, completamente vestido, y se le cerraron los ojos sin darse cuenta. Estaba agotado. No sabía por qué, pero era así.

      Su mente pronto abandonó la consciencia para sumergirse en un extraño sueño plagado de dragones que caían del cielo envueltos en llamas, bajo un extraño cielo en el que brillaban tres soles y tres lunas entrelazados en una insólita conjunción. Él avanzaba a caballo a través de un desierto, entre huesos carbonizados de dragones...

      IX

      PLANES DE RESCATE

      A

      LSAN despertó en una gran cámara iluminada por antorchas de fuego azul. Quiso moverse, pero no pudo: estaba encadenado de pies y manos a una especie de plataforma vertical. Se debatió, furioso, pero solo consiguió que los eslabones de hierro se le clavasen más en la piel.

      Oyó un gruñido y miró a su alrededor. Cerca de él había una gran jaula con un lobo en su interior, un lobo gris que le enseñaba los dientes.

      —Veo que ya os habéis hecho amigos –dijo la voz de Elrion en la oscuridad.

      Alsan volvió la cabeza. El mago acababa de materializarse en la estancia, cerca de él.

      —¿Qué es lo que pretendes?

      Elrion se acercó a él, sonriendo.

      —Algún día me agradecerás que te haya escogido para este pequeño experimento, príncipe –dijo–. Porque voy a convertirte en uno de los hombres más poderosos de ambos mundos.

      —¿Ah, sí? ¿Y por qué harías eso por mí?

      —Por varios motivos –Elrion caminaba arriba y abajo junto a Alsan, pensativo–. En primer lugar, porque si el conjuro sale mal no se habrá perdido gran cosa, ya que ibas a morir de todas formas. Pero si el conjuro sale bien... en fin, sería muy desmoralizador para todos los otros renegados ver que su príncipe Alsan, el adalid de esa patética Resistencia formada por un mago y dos mocosos, se une incondicionalmente a nuestras filas.

      Alsan apretó los puños.

      —Jamás.

      —¿Elrion?

      La voz sonó suave y tranquila, pero había algo amenazador


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