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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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«No me sorprende», pensó el mago. «Pero debían saberlo. Ojalá esté equivocado, pero estas cosas no ocurren por casualidad».

      —Tal vez –dijo entonces Jack, tras un momento de silencio–, pero no pienso luchar solo. Si he de hacerlo, Alsan y tú estaréis a mi lado.

      Habló con seguridad y decisión, y Shail aplaudió interiormente su coraje. «Bravo, Jack», pensó. «Y bravo, Alsan. Has convertido a un chiquillo asustado en un futuro héroe de Idhún».

      Se preguntó hasta qué punto era bueno aquello. Se preguntó, incluso, si no habría sido mejor para Jack que Kirtash lo hubiera matado aquella noche. Si tenía razón, y era aquel el destino de Jack, había caído sobre sus hombros una enorme responsabilidad que cambiaría su vida para siempre.

      Su vida... y la de Victoria. Evitó seguir pensando en ello.

      —Vámonos, pues. Alma –pidió al espíritu de Limbhad–, por favor, llévanos cerca del castillo donde se encuentra Kirtash.

      Momentos antes de que el Alma los envolviera en su seno, Victoria buscó la mano de Shail, pero fue la de Jack la que encontró. El chico se la estrechó con fuerza, para infundirle ánimos.

      Y los tres partieron a una misión que, como sabían muy bien, podía ser la última.

      X

      SERPIENTES

      B

      ASTA –dijo entonces una voz clara, fría y firme–. Ya te has divertido bastante.

      De pronto, Alsan sintió que el espíritu del lobo se calmaba un poco y dejaba de luchar contra su alma humana.

      Oyó la voz de Elrion.

      —¿Por qué? Casi lo tenía...

      —Ni de lejos, Elrion –respondió Kirtash–. Sabes que no posees ni una décima parte del talento de Ashran el Nigromante, por mucho que te esfuerces en imitarle. Y sabes también que ese conjuro no está al alcance de cualquiera.

      El muchacho se acercó a Alsan y lo miró, pensativo. El príncipe bajó las orejas y le gruñó, enseñándole los colmillos. Kirtash ni se inmutó.

      —Podría haber sido peor, créeme –murmuró–. Mucho peor.

      En medio de su agonía, Alsan creyó ver un destello de compasión en sus fríos ojos azules.

      —Enciérralo con los demás –ordenó Kirtash–. Y asegúrate de que lo vigilan bien –hizo una pausa y añadió–: La Resistencia acaba de llegar.

      Jack miró a su alrededor, mareado. No terminaba de acostumbrarse a aquellos viajes instantáneos.

      Se encontraban en un bosquecillo bajo la luz de la luna. Por encima de las copas de los árboles sobresalían los torreones de una centenaria fortaleza, que en tiempos remotos había servido de defensa a los habitantes del lugar, pero que ahora había sido elegida por Kirtash para ocultar a su pequeño ejército.

      —Atendedme un momento –dijo Shail–. Aunque hemos utilizado el poder del Alma para llegar hasta aquí, también he aportado parte de mi magia, de modo que lo más seguro es que Kirtash ya se haya dado cuenta de que hemos llegado; estamos demasiado cerca de él como para que haya podido pasarlo por alto. Tenemos que darnos prisa. No tardará en presentarse para recuperar el báculo.

      Jack intentó centrarse. Shail seguía hablando en susurros, pero a él le dio la sensación de que había otro sonido además de su voz.

      —Silencio –dijo–. ¿No oís eso?

      Los tres prestaron atención. Y entonces los oyeron. Siseos.

      Jack se volvió hacia todas partes. Vio sombras en la niebla, sombras humanoides de cabeza extrañamente aplastada.

      Y, de pronto, un horrible rostro apareció ante él, una cabeza de serpiente, unos colmillos y una lengua bífida...

      Alsan dio con sus huesos en una húmeda prisión. Se levantó con unos reflejos que no había creído poseer, y se lanzó contra la puerta, gruñendo. Esta se cerró apenas unas centésimas de segundo antes de que chocase contra ella.

      Alsan arañó la puerta y aulló. No sirvió de nada.

      Oyó entonces un ruido al fondo de la celda. Alzó la cabeza y husmeó en el aire. El olor era extraño, confuso. Alsan no podía asociarlo con nada que conociera.

      —¿Quién eres tú? –gruñó.

      Otro gruñido le respondió desde la oscuridad, y algo surgió de entre las sombras para observarlo con atención.

      Alsan lo estudió con cautela. Era una mujer.

      O, mejor dicho, había sido una mujer. Ahora tenía ojos felinos y orejas redondeadas y peludas, y algunas partes de su piel estaban cubiertas por un suave pelaje de color anaranjado, con rayas negras. Caminaba con el cuerpo echado hacia adelante y las manos rozando el suelo. Alsan vio que sus dedos terminaban en garras y que tras ella se agitaba algo parecido a una larga cola.

      La mujer-tigre le dedicó una torva sonrisa.

      —Bienvenido al clan –dijo.

      Jack descargó su espada contra aquella criatura, sintió que el acero hendía su carne escamosa, oyó un siseo furioso cuando el filo de Domivat abrasó el cuerpo de su oponente. Se quedó un poco sorprendido, pero tuvo que reaccionar deprisa, porque venían más. Recordó cómo los había llamado Shail: szish, los hombres-serpiente, siervos de los sheks y de Ashran, el Nigromante, el sacerdote de los nuevos señores de Idhún. Suspiró. Podrían haber sido hombres-hiena, hombres-oso o incluso hombres-cucaracha, y lo habría soportado mejor. Pero detestaba las serpientes. Siempre lo había hecho.

      De reojo, vio cómo Victoria enarbolaba su báculo. La bola de cristal que lo remataba pareció cargarse de energía durante un momento, porque se encendió en la noche como un faro palpitante; y finalmente, obedeciendo a un movimiento de su dueña, el báculo descargó toda aquella energía en forma de rayo contra uno de los hombres-serpiente, que se carbonizó de inmediato.

      El chico se esforzó por recordar todo lo que había aprendido con Alsan. Pensar en él le dio fuerzas, y alzó a Domivat para defenderse ante el ataque de otro de los szish. Costó más de lo que imaginaba. Aquel ser era hábil y rápido, y Jack tuvo que emplearse a fondo sin dejar por ello que la ira o el miedo lo dominasen hasta el punto de no poder controlar su espada. Finalmente, hundió el acero en el cuerpo de su oponente y lo vio caer ante él, y fue una sensación extraña.

      En aquel momento, Shail ejecutaba un hechizo. Jack vio cómo, de pronto, tres szish más se transformaban en estatuas de hielo. Jack descargó su espada contra ellos y destrozó las estatuas, por si se les ocurría volver a la vida. Se volvió justo a tiempo de evitar ser atravesado por el arma de otro hombre-serpiente.

      Victoria alzó su báculo y se concentró. De nuevo la bola de cristal extrajo la energía del ambiente y la acumuló en su interior. Victoria levantó el báculo en un movimiento brusco y la magia fue liberada en forma de anillo luminoso. Jack y Shail se agacharon a tiempo, pero algunos hombres-serpiente murieron carbonizados.

      Jack miró a Victoria, impresionado. Shail le dio un leve empujón y el muchacho volvió a centrarse. Por fortuna, ya no quedaba ninguno más.

      —Era solo un grupo de guardia –murmuró Shail–. Pero a estas alturas, seguro que ya todo el mundo sabe que estamos aquí.

      Jack no dijo nada. Todo había sucedido muy deprisa, y él no acababa de hacerse a la idea de que estaba luchando por su vida y la de sus amigos.

      —Vamos –dijo Victoria, cogiéndole del brazo–. Tenemos que rescatar a Alsan.

      El príncipe se había sentado en un extremo de la celda, lejos de la mujer-tigre. Llevaba un buen rato pensando en lo que había pasado, y deseando poder echarle la zarpa a Elrion para devorarle en dos bocados, para hacerle pagar aquel terrible dolor que aún lo corroía por dentro. Acurrucado


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