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Memorias de Idhún. Saga. Laura GallegoЧитать онлайн книгу.

Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego


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para poder anticipar sus movimientos. «Pero esta vez no me ha desarmado al primer golpe», pensó. Se lanzó hacia adelante y descargó su espada contra él. Kirtash esquivó su ataque con un rápido movimiento y detuvo a Domivat con su propia espada. De nuevo, todo el aire pareció vibrar. Haiass, hielo, y Domivat, fuego, eran la expresión más clara del espíritu de sus respectivos portadores. Pero, más allá del encuentro entre dos espadas legendarias, Jack intuyó que había allí vestigios de una lucha inmemorial que, de alguna manera, se renovaba a través de ellos dos.

      Kirtash pareció intuirlo también, porque cargó de nuevo contra él, rápido y letal. Encadenó una serie de movimientos tan veloces que el filo de Haiass apenas se percibía como un relámpago blanco en la semioscuridad. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, Jack se defendió como pudo. Y tuvo la sensación de que la propia Domivat le ayudó esta vez, porque él estaba seguro de que nunca había reaccionado tan deprisa. Detuvo todos los golpes de Kirtash con una precisión y una eficacia aprendidas de las lecciones de Alsan, pero supo casi enseguida que jamás habría podido moverse con tanta rapidez de haber empuñado cualquier otra espada. El último golpe lo lanzó un poco a la desesperada, y sucedió lo que había temido desde el principio: perdió la concentración y Domivat desató parte de su poder.

      Hubo una llamarada que hizo retroceder a Kirtash. Jack jadeó, aliviado de tener un momento de respiro; pero su alegría duró poco. Se sentía extrañamente débil y vacío, y comprendió que la fuerza de Domivat se le había ido de las manos, sin consecuencias para Kirtash pero, lamentablemente, con efectos fatales para él.

      Kirtash pareció comprenderlo también. Con un brillo de triunfo en los ojos, alzó a Haiass y arremetió contra Jack.

      El muchacho supo que solo tenía una opción.

      Dio media vuelta y echó a correr pasillo abajo. Oyó que Kirtash lo perseguía, y supo, con toda seguridad, que lo alcanzaría.

      Victoria movió el báculo como si fuera una raqueta de tenis...

      ... y, para su sorpresa, funcionó. La bola de fuego rebotó en el cristal del báculo y se volvió contra los hombres-serpiente, que, sin poder reaccionar, vieron cómo el proyectil lanzado por su hechicero se estrellaba contra ellos...

      Los szish retrocedieron, siseando aterrorizados. Pero el mago seguía sin dejarse ver.

      —Shail –murmuró Victoria, preocupada–. ¡Mira! ¡Vienen más!

      Docenas de szish avanzaban a través del bosque, hacia ellos, rodeándolos por todos lados. Victoria se volvió en todas direcciones, buscando una vía de escape.

      —¿De dónde salen tantos?

      Shail, que recuperaba fuerzas apoyado contra el tronco de un árbol, miró fijamente las sombras de los enemigos, que se acercaban, y comprendió:

      —No son tantos. Es una ilusión producida por el mago.

      —¿Quieres decir que no son reales?

      —Algunos de ellos sí. Pero no todos. El problema consiste en distinguir los enemigos reales de los falsos.

      —¿Qué hacemos, entonces?

      —Vámonos de aquí –decidió Shail, incorporándose.

      Victoria negó con la cabeza, apretando los dientes. Alzó el báculo y lanzó otra onda circular que alcanzó a la primera fila de szish. Reales o ilusiones, se desvanecieron todos.

      —No voy a abandonar a Jack –declaró.

      Seguían llegando hombres-serpiente. Seguían pareciendo muchos.

      —No vamos a hacerlo –replicó Shail.

      Entonces, Victoria comprendió. Se acercó a Shail y trató de realizar el hechizo de teletransportación que él le había enseñado tiempo atrás.

      Nunca había conseguido ejecutarlo, pero en aquella ocasión la magia canalizada por el Báculo de Ayshel suplió a su propia magia incompleta. Solo la presencia de Shail, que la sujetaba con firmeza, le ayudó a mantener la mente lo bastante serena como para visualizar el lugar a donde querían transportarse.

      Jack dobló un recodo y chocó con un szish. La fuerza del impacto fue tal que ambos rodaron por el suelo. Jack se incorporó de un salto y siguió corriendo.

      —¡Eh! –protestó la criatura, pero no pudo decir más. La espada de Kirtash lo había atravesado de parte a parte.

      El joven se dio cuenta enseguida de su error, pero era demasiado tarde. El hombre-serpiente estaba muerto, y Jack huía corredor abajo.

      Extrajo el acero del cuerpo del szish, sintiendo que Jack lo había sacado de sus casillas, y preguntándose por qué. ¿Cómo era posible? ¿Cómo conseguía aquel chico alterarle hasta el punto de hacerle cometer errores tan estúpidos? ¿Se debía al hecho de que se le había escapado ya varias veces? ¿Al extraño sexto sentido de Jack que, de alguna manera, le advertía de su presencia? ¿O a que había tenido la osadía de plantarle cara blandiendo una espada legendaria, una espada forjada con fuego de dragón?

      Kirtash entrecerró los ojos en una mueca de odio. Sí, eso debía de ser. La espada.

      Envainó de nuevo a Haiass y se quedó mirando el oscuro pasillo, pensativo. Ahora que lo sabía, no volvería a cometer el mismo error.

      Nunca mataba por matar, por varios motivos.

      El primero de ellos era la discreción; Kirtash sabía que se movería con más libertad si no llamaba la atención. El segundo era que no valía la pena molestarse en matar a alguien si ello no le reportaba algún beneficio. Y el tercero... que los muertos no son útiles a nadie. Solo los vivos podían servir para algo en un momento dado.

      Y por ello Kirtash solo mataba a quien debía matar: a los objetivos que Ashran le había señalado y a aquellos que se interponían entre él y el cumplimiento de su misión. Por supuesto, jamás había quitado la vida a un szish que no lo mereciera. Los hombres-serpiente eran una raza de guerreros hábiles, inteligentes y muy peligrosos para sus enemigos. Cualquiera de ellos valía por diez hombres.

      —Kirtash –la voz de Elrion tras él no lo sobresaltó; nadie podía sorprenderle–. Escucha, el chico renegado ha entrado en el castillo. Va disfrazado de szish.

      Kirtash no pudo evitar esbozar una breve sonrisa.

      —No me digas.

      Shail y Victoria se materializaron en el lugar donde se habían despedido de Jack. No estaban muy lejos del grupo de szish que los había atacado, pero ya no se hallaban rodeados por ellos. Shail instó a Victoria a que subiese a un árbol, y trepó tras ella. Cuando se acomodaron entre las ramas, Victoria dijo:

      —Nos encontrarán, Shail. No es un gran escondite.

      —Ahora lo será –aseguró el mago.

      Pronunció las palabras de un hechizo y pronto una densa niebla comenzó a formarse a sus pies, una niebla oscura que creció y creció hasta ocupar todo el bosque que rodeaba el castillo.

      Jack entró en la sala de los guardias. Había tres szish, dos guerreros humanos y un yan. Como Jack solo había visto un yan en toda su vida no podía asegurarlo, pero habría apostado a que se trataba del traidor Kopt.

      Los guardias se le quedaron mirando.

      —Euh... –empezó Jack, recordando que su camuflaje mágico seguía activo–. Busco al prisionero, al príncipe renegado –dijo en la lengua de los hombres-serpiente.

      —¿Para qué? –preguntó uno de los szish.

      —Porque el mago Elrion tiene... algo que tratar con él –se le ocurrió a Jack.

      Para su sorpresa, los guardias sonrieron.

      —No se da por vencido ese mago –comentó uno de los hombres-serpiente.

      Pero el que parecía ser el líder no se dejó convencer tan fácilmente.


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