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Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas - Juan Alvarez Guerra


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       Juan Alvarez Guerra

      Viajes por Filipinas: De Manila á Tayabas

      Publicado por Good Press, 2019

       [email protected]

      EAN 4057664118332

       CHAPTER II

       CHAPTER III

       CHAPTER IV

       SECTION II

       SECTION VII

       CHAPTER V

       CHAPTER VI

       CHAPTER VII

       CHAPTER VIII

       CHAPTER IX

       CHAPTER X

       CHAPTER XI

       CHAPTER XII

       CHAPTER XIII

       CHAPTER XIV

       CHAPTER XV

       CHAPTER XVI

       CHAPTER XVII

       CHAPTER XVIII

       CHAPTER XIX

       CHAPTER XX

       CHAPTER XXI

       CHAPTER XXII

       CHAPTER XXIII

       NOTAS

      Adiós á Manila.—El Batea.—El puente de la Convalecencia.—El Pasig.—El recodo de las Beatas.—Santa Ana.—Paco.—Ruinas de San Nicolás.—Canteras de Guadalupe—El Santuario.—Herrera.—Malapadnabató.—Cueva de Doña Jerónima.—Pueblo de Pasig.—Pateros.—Sarambaos.—Río de Antipolo.—Las orillas del Pasig.—Sus recuerdos.—Sus fiestas.—Antaño y hogaño.—M. Le-Gentil y otros autores. Conocimientos del país.—Barra de Napindan.—El capitán del Batea.—Almuerzo en el vapor.—Bertita.—Locuacidad y mutismo.—Alhajeros ambulantes.—Laguna de Bay.—Unión de dos mares.—El pantalán de Santa Cruz.—Mi amigo Junquitu.—Madrugada del 1.° de Julio.—Carromatas.—Palos y atasques.—De Magdalena á Majayjay.—El río Olla.—Recuerdo á D. Gustavo Tóbler.—Una noche en Suiza.—Proyectos.

      En la madrugada del 30 de Junio de 187…, dejé los incómodos asientos de un desvencijado sipan, tomando el que dicen camino—por más que no sea ni aun vereda,—que dirige al modesto embarcadero que en la margen del Pasig, y al pié del magnífico puente colgante, tienen los vaporcitos que hacen la carrera entre Manila y la provincia de la Laguna.

      Instalado en la cámara de popa, mediante cuatro pesos, que fueron canjeados por un tarjetoncito amarillo y grasiento por el uso, principió la maniobra de largar. Silbó el vapor, desatracamos, y sorteando numerosas bancas zacateras, pusimos rumbo contra corriente, á la laguna de Bay.

      Las palas del vaporcito, pesadamente batían las aguas del Pasig, evitando el timonel con una lenta marcha, el choque con alguna de las muchas pequeñas embarcaciones que afluyen en aquellas horas á las cercanías del puente colgante, cargadas unas de cocos, verduras, leña, piedras, ladrillos y tejas, y conduciendo otras gran número de alegres cigarreras que tienen su trabajo en la fábrica de Arroceros, y su domicilio en alguna de las poéticas casitas que bordan las orillas del río, y forman parte de los pueblos que hemos de ver desde las bandas del vapor.

      A las pocas orzadas, dejamos por la proa los descarnados pilares de madera que serán en su día la sustentación del puente de la Convalecencia, así llamado,—se entiende cuando esté concluído [1] porque pondrá en comunicación las dos orillas del Pasig, siendo la principal base y en la que descansará aquel, la pequeña isla de Convalecencia, en la que vimos destacarse un amplio edificio, que nos dijeron ser el Hospicio.

      Doblado el recodo que forma la islita, pudimos apreciar las esbeltas y elegantes construcciones de la calzada de San Miguel; construcciones, que de día en día, van perfeccionando, hasta el punto, que vimos una, constituyendo un verdadero palacio á la moderna. Dicho palacio es de hierro en su mayor parte; en sus jardines, cortados á la inglesa, se encuentran estatuas en gran profusión, y por las entreabiertas ventanas de los muros—cuyas líneas son una reminiscencia morisca—indiscretamente se asoma el sibaritismo oriental, por mas que trate de ocultarse entre cortinajes, importados de los ricos telares del viejo mundo.

      Siguiendo la línea de construcciones, dejamos á la proa, Malacañang, residencia de nuestra primera Autoridad, y bien modesta por cierto, para la jerarquía del alto Jefe que la habita. Á continuación de Malacañang—palabra tagala que quiere decir casa del pescador,—quedó el barrio de Nagtajan, desde el cual las orillas del río principian á tomar otro carácter. La piedra, el hierro y el ladrillo, son sustituidos por la caña, la nipa, y la palma brava, los cuidados jardines, por las revueltas y compactas agrupaciones de plátanos, bongas y cañas; mezclándose las mansiones de recreo, con centros manufactureros, en los que predominan las alfarerías, las canteras y las cordelerías. En alguna de estas últimas, la alta chimenea indicaba, que bajo su negro tubo se aprisionaban las múltiples fuerzas del vapor.

      Distraídos en la contemplación de la ribera que teníamos á babor, dejamos el poético pueblecito de Pandacan, doblamos el recodo de las Beatas—así llamado, por haber existido en aquel lugar, un piadoso establecimiento de monjas,—y no sin trabajos, en los que hubo que emplear el tiguin para evitar los cientos de salientes que forman las revueltas del Pasig, nos pusimos á la altura de la sólida iglesia del pueblo de Santa Ana, teniendo también dentro de nuestro horizonte visible, el remate del torreón de la de Paco.

      Tras la bullente estela de El Batea, fueron quedando, el rústico embarcadero de Lamayan, la sólida iglesia de Mandaloyo—por cuya cima se destacaban los picachos de los montes de Mariquina—los pueblos de San Pedro Macati y Guadalupe, el vadeo de San Pedrillo,—que pone en comunicación


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