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El odio que das. Angie ThomasЧитать онлайн книгу.

El odio que das - Angie Thomas


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      Para mi abuela, quien me enseñó

      que puede haber luz en la oscuridad

      PRIMERA PARTE

      CUANDO SUCEDE

      CAPÍTULO 1

      No debí haber venido a esta fiesta.

      Ni siquiera estoy segura de pertenecer a este lugar. No es por esnobismo ni nada por el estilo. Simplemente hay algunos lugares donde no me basta con ser como soy. Ninguna de mis versiones. Y la fiesta de las vacaciones de primavera de Big D es uno de esos lugares.

      Me apretujo entre cuerpos sudados y sigo a Kenya y a sus rizos, que rebotan por debajo de sus hombros. Una neblina con olor a hierba inunda la habitación, y la música sacude el suelo. Algún rapero les grita a todos para que hagan el Whip/Nae-Nae1, con la consiguiente respuesta de un montón de hey cuando la gente se lanza a hacer su propia versión del baile. Kenya levanta su vaso y baila en la multitud. Entre el dolor de cabeza por la música ruidosa y las náuseas por el olor a hierba, lo que me impresionaría sería lograr cruzar la estancia sin derramar mi bebida.

      Evadimos la multitud. La casa de Big D está atiborrada de pared a pared. Siempre había oído que todo el mundo viene a sus fiestas de primavera —bueno, todos menos yo— pero joder, no sabía que habría tanta gente. Las chicas llevan el pelo pintado de colores, rizado o planchado. Me hacen sentir ordinaria, una mierda, con mi simple coleta. Los tipos con sus zapatos más nuevos y pantalones más holgados bailan tan pegados a ellas que casi necesitan condón. A mi abuela Nana le gusta decir que la primavera trae el amor. La primavera en Garden Heights, también conocido como el Jardín, no siempre trae el amor, pero promete bebés en el invierno. No me sorprendería que muchos fueran concebidos la noche de la fiesta de Big D. Siempre la organiza el viernes de las vacaciones de primavera porque necesitas el sábado para recuperarte y el domingo para arrepentirte.

      —Starr, deja de seguirme y vete a bailar —dice Kenya—. De por sí la gente cree que te sientes superior.

      —No sabía que tanta gente en Garden Heights supiera leer la mente —o que me conocieran como algo más que la hija de Big Mav, la que trabaja en la tienda. Le doy un sorbo a mi bebida, y de inmediato lo escupo. Sabía que encontraría más que zumo de frutas en ella, pero esto es mucho más fuerte de lo que acostumbro a beber. Ni siquiera deberían llamarlo ponche. Es alcohol puro. Lo pongo en la mesita y digo—: Me revienta que la gente crea saber lo que pienso.

      —Escucha, yo sólo repito lo que oigo. Te comportas como si no conocieras a nadie porque vas a esa escuela.

      Llevo seis años escuchando la mierda de siempre, desde que mis padres me inscribieron en el instituto Williamson.

      —Si tú lo dices —farfullo.

      —Y no vendría mal que dejaras de vestirte como… —su mirada recorre con desprecio desde mi calzado hasta mi sudadera extragrande—. Eso. ¿No es la sudadera de mi hermano?

      La sudadera de nuestro hermano. Kenya y yo compartimos un hermano mayor, Seven. Pero ella y yo no estamos emparentadas. Su madre es la madre de Seven, y mi padre es el padre de Seven. Una locura, lo sé.

      —Sí, es suya.

      —No me extraña. Ya sabes lo que dice la gente. Has logrado que piensen que eres mi novia.

      —¿Te parece que me importa lo que diga la gente?

      —¡No! ¡Y ése es el problema!

      —Si tú lo dices —de haber sabido que seguirla a esta fiesta significaría que se pondría en plan Extreme Makeover: Edición especial Starr2, me habría quedado en casa para ver episodios antiguos de El príncipe de Bel-Air. Mis Jordan son cómodas y, joder, están nuevas. Es más de lo que la mayoría puede decir. La sudadera me queda muy grande, demasiado grande, pero me gusta así. Además, si me llevo la capucha hasta la nariz, evito oler el humo de la maría.

      —Bueno, no pienso cuidarte toda la noche, así que es mejor que hagas algo —dice Kenya, y recorre la habitación con su mirada. Para ser sincera, Kenya podría ser modelo. Tiene la piel morena oscura y perfecta (no creo que le haya salido una sola espinilla en toda su vida), ojos rasgados color avellana y largas pestañas que no ha comprado en ninguna tienda. Además, tiene la altura perfecta para ser modelo, pero es un poco más robusta que esos palitos de pasarela. Nunca se pone el mismo vestido dos veces. Su padre, King, se asegura de que así sea.

      Kenya es prácticamente la única persona con la que salgo en Garden Heights; es difícil hacer amigos cuando tu escuela está a cuarenta y cinco minutos de distancia, y eres de esas chicas que pasa mucho tiempo sola en casa porque tus padres trabajan todo el día, y a quien la gente sólo ve despachando en la tienda de su familia. Es fácil pasar tiempo con Kenya por nuestra relación con Seven. Pero a veces estar con ella es un verdadero lío. Siempre está peleando y no duda en decir que su padre le pateará el trasero a cualquiera. Claro que es cierto, pero quisiera que dejara de provocar peleas sólo para sacar su as de debajo de la manga. Diablos, yo también podría usar el mío. Todos saben que no puedes pasarte con mi padre, Big Mav, y definitivamente no puedes meterte con sus hijos. Pero yo no ando por ahí buscando pelea.

      Como en esta fiesta de Big D, donde Kenya mira provocadoramente a Denasia Allen. No recuerdo mucho de Denasia, pero sé que ella y Kenya no se llevan bien desde cuarto curso. Esta noche, Denasia baila con un tipo en el otro lado de la habitación y no le está prestando la menor atención a Kenya. Pero no importa adónde nos movamos, Kenya detecta a Denasia y la fulmina con la mirada. Y cuando te marcan de esa manera, en algún momento sientes la mirada sobre ti y eso te invita a patear un trasero o a que te pateen el tuyo.

      —¡Ay! No la soporto —dice furiosa Kenya—. El otro día, estábamos en la fila de la cafetería, ¿sabes? Y se puso a decir tonterías justo detrás de mí. No dijo mi nombre, pero sé que hablaba de mí, y decía que yo había tratado de acostarme con DeVante.

      —¿En serio? —siempre sigo el guion en estos casos.

      —Ajá. Y yo no quiero nada con él.

      —Lo sé —¿de verdad? Ni siquiera sé quién es el tal DeVante—. ¿Y qué hiciste?

      —¿Qué crees que hice? Me di la vuelta y le pregunté si tenía algún problema conmigo. La muy perra me iba a salir con eso de Ni siquiera hablaba de ti, ¡pero claro que lo estaba haciendo! Qué suerte tienes de ir a esa escuela de blancos y no tener que lidiar con perras como ella.

      Esto es una mierda, ¿no? Hace menos de cinco minutos yo era una presumida por ir a Williamson, ¿y ahora soy una suertuda?

      —Créeme, en mi escuela también hay de ésas. Esto es algo universal, ¿sabes?

      —Mira, esta noche nos encargaremos de ella —la mirada de Kenya alcanza su punto máximo de crudeza. Denasia siente el ardor y mira directamente a Kenya—. Ajá —confirma Kenya, como si Denasia pudiera escucharla—. Mira.

      —Espera un momento. ¿Nos? ¿Por eso me rogaste que viniera a la fiesta? ¿Para usarme como relevo en una pelea? —tiene el descaro de poner cara de ofendida.

      —¡Ni que hubieras tenido otra cosa que hacer! O alguien más con quien pasar el rato. Te estoy haciendo un favor.

      —¿En serio, Kenya? Tú sabes que tengo amigos, ¿no es cierto?

      Entorna los ojos. Con esmero. Sólo se le ve la parte blanca de los ojos durante unos segundos.

      —Esas presumidas de tu escuela no cuentan.

      —No son presumidas, y sí que cuentan —me pongo a pensar. Maya y yo nos llevamos bien. No estoy segura de qué pasa con Hailey últimamente—. Y, sinceramente, si meterme en una pelea es tu manera de mejorar mi vida social, estoy bien sola. Maldita sea, siempre ocurre algún drama contigo.

      —Por favor, Starr —alarga el por favor. Lo alarga demasiado—: Esto es lo que tengo en mente. Esperamos


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