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Huellas del pasado. Catherine GeorgeЧитать онлайн книгу.

Huellas del pasado - Catherine George


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Catherine George

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Huellas del pasado, n.º 1080 - agosto 2020

      Título original: Luc’s Revenge

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-685-7

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      EL TELÉFONO sonó el viernes por la noche, cuando todos los demás ya se habían ido a casa. Portia lo oyó al salir y casi dejó que el contestador grabara la llamada, pero con un suspiro de impaciencia se volvió a responderla.

      –Agencia Inmobiliaria Whitefriars. Buenas noches.

      –Buenas noches. Mañana vuelo desde París a ver una de sus propiedades.

      –¿Su nombre, por favor?

      La voz era masculina, francesa e imperiosa.

      –Señorita Grant –dijo Portia eficiente–. ¿Quiere darme los detalles?

      –Antes que nada, debo decirle que la cita tiene que ser mañana por la tarde. A las cinco. Ya quedé con el señor Parrish.

      –Nos avisa con poca antelación, Monsieur… –dijo Portia.

      –Brissac. Pero lo he avisado con tiempo. El señor Parrish me informó la semana pasada que uno de los socios de la agencia siempre estaba disponible los fines de semana para mostrar las propiedades. Dijo que sólo era cuestión de confirmarlo. ¿Es usted socio? –preguntó en tono peyorativo.

      –Sí, Monsieur Brissac –Portia entrecerró los ojos con rabia. Ben Parrish, uno de los socios más antiguos, se acababa de ir a esquiar a Gstaad sin siquiera mencionar a este exigente francés–. Si es tan amable de decirme a qué propiedad se refiere, haré lo posible por organizarlo.

      –Deseo inspeccionar Turret House –le informó, y Portia se quedó de piedra.

      La propiedad no estaba en Londres, sino en la costa, a tres horas de camino. No sólo eso, sino que además había jurado no pisar nunca más esa casa. Hacía mucho que la tenían en venta y Ben Parrish siempre había llevado a los posibles compradores a verla. Tampoco es que hubiese habido demasiados, y ninguno recientemente. La propiedad era difícil de vender. Pero no podía permitir que sus sentimientos le hicieran perder una venta.

      –¿Sigue ahí, mademoiselle?

      –Sí, monsieur Brissac. Es con poca antelación, pero trataré de hacer un hueco en mi agenda para acompañarlo.

      –Vendrá usted misma, supongo.

      –Por supuesto. Mi ayudante me acompañará –dijo Portia, cuyos ojos brillaban peligrosamente. No vio razón para decirle que Biddy estaba en casa con gripe.

      –Como a usted le parezca. No tendrá que volver a Londres el mismo día –le informó–. El Hotel Ravenswood queda cerca de allí. He hecho una reserva a nombre de la Agencia Whitefriars. Por favor, disponga de ella.

      –No será necesario –respondió enseguida.

      –Au contraire. Necesitaré una segunda visita a Turret House a la mañana siguiente temprano.

      –Me temo que no será posible.

      –Pero eso es lo que acordamos con el señor Parrish, mademoiselle. Quedó claro que alguien me acompañaría a inspeccionar la propiedad.

      –Como le dije, cancelaré mis planes particulares y me encontraré con usted en Turret House, Monsieur Brissac –le aseguró Portia–, pero la habitación no es necesaria. Estoy acostumbrada a conducir –aunque Ben Parrish fuese uno de los socios fundadores, se las tendría que ver con ella cuando volviese de esquiar.

      –No creo que sea sensato en este caso. Tendrá que estar disponible el domingo por la mañana temprano. Me vuelvo a París esa misma mañana.

      –Como usted lo desee, Monsieur Brissac –no tuvo más remedio que acceder, aunque juró vengarse de Ben.

      –Gracias, mademoiselle. ¿Me repite su nombre, por favor?

      –Grant.

      –A demain, señorita


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