Por un beso. Teresa SouthwickЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 1999 Teresa Ann Southwick
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Por un beso, n.º 1509 - noviembre 2020
Título original: And Then He Kissed Me
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-880-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
NADA de besos, Nick.
Abilgail Ridgeway pasó a toda prisa por delante del panel de pantallas de televisión, todas con el mismo partido de fútbol.
–Vamos, Abby. ¿Qué puede tener de malo?
Ella se detuvo en seco y se volvió. El metro noventa de Nick Marchetti tomó contacto con parte de su metro sesenta y tantos. Él era su jefe en primer lugar, su amigo en segundo y un tipo atractivo al que hacía ya tiempo que había puesto a distancia.
Se apartó de él y lo miró.
–Esto no es negociable. No habrá besos y se acabó.
–Eso es muy poco realista por tu parte.
–Puede. Pero tú me convenciste para dar esta fiesta por el decimosexto cumpleaños de mi hermana y, por lo menos, he de dejar claras las reglas.
–De acuerdo, pero te lo advierto. Un tipo siempre quiere lo que no puede tener.
Ella sonrió.
–¿Lo dices por experiencia personal? ¿El hombre que lo tiene todo? ¿Cuándo te ha dicho alguien que no?
Abby no había pensado que los ojos de él se pudieran poner más negros, pero lo hicieron. Él se pasó una mano por el corto cabello oscuro y sus atractivos rasgos se endurecieron por un momento. Se preguntó qué botón habría pulsado inocentemente con ese comentario y cómo lo podía volver a pulsar.
Aquello era una maldad y pensó que le podía salir el tiro por la culata.
Pero había veces que no lo podía evitar con Nick. Él siempre estaba tan seguro de sí mismo que era difícil no alegrarse cuando descubría una grieta en su armadura. Ese hombre lo tenía todo; atractivo, cerebro, cuerpo, y tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Cualquier cosa que lo devolviera al nivel de los humanos corrientes le parecía justa.
–Esto no tiene que ver conmigo, Abby. Sino con Sarah. Una chica solo cumple dieciséis años una vez en la vida. Es una fecha muy señalada y se debe de celebrar adecuadamente –dijo él sin responder a la pregunta–. Eso aunque ella me pidiera que te convenciera para que le dejaras dar la fiesta, yo sé que tú quieres que sea un éxito.
En los cinco años que se conocían, él siempre se había salido con la suya en volver la conversación a ella.
–De acuerdo, pero Sarah es mi responsabilidad. Yo soy su guardiana. Si mis padres siguieran vivos, tal vez ellos estuvieran de acuerdo con tu teoría de que jugar a la botella en una fiesta de adolescentes está bien, pero yo no estoy de acuerdo.
–Tal vez tengas razón en tener cuidado. Es un hecho bien conocido que, a los dieciséis años, a los chicos llenos de hormonas les gustan las mujeres mayores. Esa podrías ser tú –dijo él tocándole la punta de la nariz.
Ella frunció el ceño.
–¿Es esta una nueva técnica de management? ¿La aprendiste en ese seminario?
–¿No te lo crees?
Ella agitó la cabeza y dijo:
–Di que estoy loca, pero yo creo que los juegos de besarse entre adolescentes es buscarse problemas. Es solo una suposición, un instinto. Pero es lo único que tengo.
–Me tienes a mí, compañera –afirmó él metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón del traje.
–Muy bien. Vas sorprendentemente vestido para una tarde de domingo. Creía que se suponía que estarías libre. ¿Estás trabajando hoy? ¿O es que tienes una cita?
–Las dos cosas.
Nick Marchetti era un notorio adicto al trabajo, pensó ella y luego recordó que estaba en un descanso en su trabajo. Nick no era un jefe al que tuviera que dar cuenta de él diariamente. Era su jefe, el jefe. El presidente de Marchetti´s