E-Pack Los Fortune noviembre 2020. Varias AutorasЧитать онлайн книгу.
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
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UN DESTINO DE FORTUNA, Nº 61 - enero 2012
Título original: Fortune’s Proposal
Publicada originalmente por Silhouette® Books
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-9010-421-7
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Capítulo 1
FELIZ Año, Deanna. Pásalo bien esta noche. La despedida se repitió tres veces. Los últimos empleados de Fortune Forecasting se marchaban ya.
Deanna Gurney suspiró y miró su reloj de pulsera. Ya casi eran las ocho. Cuatro horas más y otro año habría terminado. Volvió a suspirar y empezó a tamborilear sobre la mesa con la punta del bolígrafo. Se suponía que estaba revisando un artículo, pero sus ojos no encontraban las palabras. El suave tamborileo del bolígrafo bien podría haber sido el tic tac de un reloj.
Se suponía que el Año Nuevo era el comienzo de muchas cosas. Sin embargo, no podía evitar pensar que lo nuevo probablemente sería peor que lo viejo. Deprimida y desanimada, sacudió la cabeza unas cuantas veces y trató de volver a concentrarse en el artículo que su jefe le había dejado un rato antes, empeñado en que lo revisara antes de irse de vacaciones. Las creativas genialidades financieras de Andrew Fortune siempre resultaban de lo más inoportunas para sus empleados. Corrigió un error de ortografía y entonces sintió que la mirada se le desviaba hacia la puerta abierta del despacho de su jefe. Drew no estaba en su escritorio. Si hubiera estado, le hubiera visto de frente. En cambio, sólo podía verle de refilón cuando pasaba de un lado a otro por su espacioso despacho. A veces pasaba por delante del escritorio y miraba por las ventanas panorámicas, que ofrecían unas vistas maravillosas de San Diego. Por el día, se podía ver la orilla del mar, pero a esa hora de la noche lo único que podría ver sería el cielo negro y las luces de la ciudad.
Mientras ella observaba, él atravesó la puerta, ajeno a su mirada, absorto en sus cosas. Llevaba así todo el día, desde que les había dicho que quería terminar ese último proyecto antes de cerrar para las vacaciones. Llevaba una gorra de béisbol; la visera le tapaba los ojos. Un signo inequívoco de que estaba de muy mal humor… Cuando estaba de buen humor se ponía la gorra del revés y una sonrisa prepotente asomaba en sus labios, formando un hoyuelo en su mejilla derecha. Si hubiera estado de buen humor se lo hubiera encontrado practicando algún tiro de golf sobre la moqueta beige del despacho, y no asiendo un bate de béisbol.
De repente el teléfono móvil de Deanna empezó a sonar. La joven lo recogió del escritorio y miró la pantalla. Gigi. Suspiró de nuevo y volvió a dejarlo donde estaba, sin contestar. Su madre ya la había llamado seis veces ese día, pero no tenía ganas de hablar con ella, otra vez. Por muy duro que fuera, ya le había dicho lo que tenía que decir. Sin embargo, la vibración del aparato sí le recordó que tenía trabajo que hacer, en vez de dedicarse a mirar las musarañas. Tenía muchas razones para no sentirse especialmente contenta ese día, pero Drew Fortune tenía la sartén por el mango. Con treinta y cuatro años y ocho años mayor que ella, el heredero de los Fortune era rabiosamente guapo. Además, estaba destinado a tomar las riendas de la exitosa empresa de análisis de tendencias de los mercados financieros que su padre había fundado varias décadas antes. Si no hubiera sido porque sabía que ese día tenía que volar a Texas, sin duda le hubiera visto salir del despacho en compañía de una rubia pechugona y de piernas largas de ésas con las que solía salir.
Deanna hizo una mueca y tachó una frase redundante con su bolígrafo rojo.
—Vaya, Dee. Parece que hay sangre en esa página.
Deanna ni se molestó en levantar la vista.
—Ésa es una de las cosas por las que me pagas, ¿recuerdas? —le dijo, corrigiendo otro error.
Era un tipo brillante, pero su ortografía dejaba mucho que desear.
—Me parece que hay otra gente que también debería andar por aquí todavía, sobre todo teniendo en cuenta lo que les pago —Drew se sentó en el borde del escritorio de Deanna y agarró su móvil como si tuviera todo el derecho.
Dio un golpecito con el bate de béisbol contra la punta de su zapato de cuero.
—No necesitábamos al resto de la plantilla para terminar el artículo.
Todo el mundo había recopilado la información que él necesitaba. Lo único que faltaba era terminar la revisión, lo cual era tarea suya y de nadie más. Tendría que enviarlo por correo electrónico a un montón de clientes y después lo enviaría al periódico que iba a publicarlo como parte de la edición especial del sábado de Año Nuevo.
Drew emitió un sonido de inconfundible descontento.
—¿Entonces fuiste tú quien decidió quién se quedaba y quién se iba?
—Todo el mundo se quedó porque yo les pedí que lo hicieran —le dijo ella sin perder la calma—. Pero en cuanto terminaron sus tareas, se fueron. ¿O acaso esperabas que se quedaran hasta que yo terminara?
Él hizo una mueca.
—Además, es Nochevieja —le recordó ella—. La gente tiene planes —añadió, pensando que él también los tenía. Debería haber estado en el jet de la empresa varias horas antes.
Él pareció perder interés en el teléfono. Agarró la grapadora.
—¿Tienes planes tú?
Ella suspiró, dejó el bolígrafo rojo que tenía en la mano y cruzó las manos encima del borrador que estaba leyendo.
—Sí. Resulta que sí.
—Una cita, supongo —le dijo él. Apenas se le veían los ojos por debajo de la visera de la gorra—. ¿Cómo se llamaba? ¿Mike?
Ella se mantuvo ecuánime. Tampoco era tan difícil. Había tenido mucho tiempo para practicar en los cuatro años que llevaba trabajando para él. Además, ser la hija de Gigi también le había dado muchas tablas.
—Mark —le dijo por fin, sabiendo que él conocía bien el nombre. Le había visto en varias ocasiones durante los nueve meses que había durado la relación—. Y hemos roto.
Drew frunció el ceño.
—¿Cuándo?
«Cuando lo de mi madre».
La corrosiva respuesta saltó de la nada, pero Deanna se tragó las palabras. Los problemas que pudiera tener con su madre no tenían nada que ver con su trabajo.
—Hace unos meses.
Drew arrugó los labios.
—No hay nada como el verdadero amor — murmuró. Dejó la grapadora y se levantó del escritorio—. Bueno, ¿entonces con quién vas a salir?
Deanna no se podía ni imaginar lo que estaba motivando aquel repentino interés en su vida privada, aunque tampoco sabía qué había provocado la mala cara que tenía, por no hablar de aquella actitud taciturna tan inusual…
—Deberías hablar en plural —le dijo, sonriendo, disfrutando de