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La vida breve de Dardo Cabo. Vicente PalermoЧитать онлайн книгу.

La vida breve de Dardo Cabo - Vicente Palermo


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le corresponde en el destino continental, hasta ahora fraguado en las sombras de la componenda foránea para servir los egoísmos del capitalismo internacional con la complicidad de gobiernos entreguistas, la traición de falsos dirigentes… y la tiranía del imperialismo”. Se sintió reconfortado, aunque su angustia era acuciante. Bermúdez y él se levantaron al mismo tiempo; la ansiedad del coronel chocó con su talante taciturno. Era probable que prestarse corbatas entre amigos no fuera saludable para la amistad.

       * * *

      Han pasado apenas cuarenta años, un instante en la temporalidad de los Campos Elíseos, un buen lapso de lecturas ávidas, febriles, para el alma impenitente de Dardo Cabo, toda su vida vivida hasta entonces para Antonio y la Negra, que nacieron ambos, en la ciudad de Buenos Aires, el mismo mes del asesinato de Cabo, enero de 1977. Antonio y la Negra son amigos, colegas, los une una confianza personal sin cortapisas. Él es politólogo y ella historiadora. No se toman demasiado en serio esas credenciales. Pero nada de lo humano les es ajeno. Oscuras razones los movieron, en idas y vueltas interminables, a interesarse por las hazañas y hechos espantosos del muy renombrado Dardo Manuel Cabo, Lito, ese personaje turbulento de la historia turbulenta de una Argentina que no conocieron y de la que no lamentan que el azar de los tiempos los haya ayudado a escapar. No se preguntan, sin embargo, si la época de la que son contemporáneos es mejor o peor que aquella, de la que desean ver en realce, en foco, rasgos y figuras que les prometen –engañosamente– constituirse en claves para una comprensión más profunda del porqué de todo. Así las cosas, en la mejor tradición de Ulises a instancias de Circe, de Eneas, impulsado por Virgilio, de Dante llevado de la mano amorosa de Beatriz, es a los Campos Elíseos que la Negra y Antonio deciden ir, en procura de Dardo, ignorando no obstante si y cómo han de ser recibidos. Los mueven inquietudes compartidas. Los móviles profesionales son una buena tapadera para ocultar una no claramente confesada fascinación por el personaje. Es curioso. Aunque aquella época no los fascina, los fascina sí la figura espectral de Dardo Cabo. Frecuentemente encuentran inverosímil su trayectoria, la vida rocambolesca de un hombre de acción que leía y escribía, alguna que otra vez han bromeado canturreando el himno a Sarmiento. Es fidedigno lo que saben de la época en que vivió y murió Cabo; solo están levemente preocupados sobre si una vez allí en los Campos Elíseos querrán luego regresar y si, en ese caso, los dejarán salir. La Negra, en particular, por deformación profesional, ha manifestado la intención de develar detalles biográficos que Antonio desestima. Y este ha anunciado compadrito que se propone dilucidar puntos oscuros de la ideología de Dardo, algo demasiado presuntuoso para la Negra. Y ahí van entonces, de cuerpo gentil y corazón alegre. Oportuno es observar que ambos –¡oh caprichos del destino!– han nacido en la víspera de Reyes. Lo saben; tienen la edad de la muerte de Dardo.

      Julio de 1952. Aprendió nuevas palabras. Féretro, ataúd, cureña, también funerales (¿por qué en plural?). Exequias, fue la que más lo impresionó. Cortejo. Sepultura no, porque del libro de lectura sabía que alguien había recibido cristiana sepultura. ¿Evita también recibiría cristiana sepultura? Era una duda que no se atrevía a expresar ante su padre, aunque la presencia del sacerdote lungo y cuya severidad aparente no lo asustaba, que Lito recordaba de alguna visita a su casa, lo tranquilizaba. Gracias al sacerdote lungo aprendió otra palabra, se la dijo a su padre, cuyo rictus crispado desmentía por completo su formal asentimiento: resignación. Tomado fuertemente de la mano por Armando, salieron ambos al aire gélido de las calles que rodean el Congreso, deambulando próximos a la multitud consagrada a una interminable espera mientras Armando se permitía un par de cigarrillos. Intuyó en los miles de rostros que hasta para su padre, que por definición conocía a todos los peronistas, eran anónimos, un dolor que no tendría retorno.

       * * *

      –Bueno, Dardo, contentos con verte –comienza Antonio–, ¿cómo estás?

      Dardo sonríe, muy tranquilo.

      –Y, más o menos, aquí no se puede fumar.

      –Pero ¿sufrís abstinencia?

      –No, no, aquí no se sufre, si estoy en un paraíso. Cuando llegué nadie me explicó nada, pero he leído un montón, nunca novelas, ni poesía, igual que abajo. Además, en la cárcel pasábamos mucho tiempo sin fumar. Los muy cabrones lo administraban, eso, nos permitían fumar para negarnos el pucho como castigo. Pero… no sé… tenerlo entre los dedos… apreciar las volutas… me ayudaba a pensar, era un amigo el pucho.

      –Y ahora, ¿pensás? –descargó la Negra.

      Dardo no se sorprendió.

      –Mucho. Pienso mucho… mi vida fue tan corta y a veces me parece tan larga.

      Antonio y la Negra sonrieron en silencio.

      –¿Leyeron muchos libros escritos para la gilada y para hacer algo de guita, antes de venir, chicos? –la ironía no tenía nada de liviana.

      –Muchos –dijo la Negra–. Muchísimos. Y a ellos hay que agregar los escritos para mayor gloria del autor.

      –Uy, pobres.

      –También leímos algunos buenos. Decime, Dardo –prosiguió Antonio–, esa sentencia… “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”, ¿te va? ¿Podría ser tu biografía?

      –Bueno, estoy en el paraíso, ¿no? –Dardo resultaba adusto hasta bromeando–. Pero sí, ya estuve en el infierno, un lugar en el que día tras día, segundo a segundo, me era dicho que de él no saldría jamás. La voz interior apagaba la muerte de mi memoria. Lasciate ogni speranza. Pero esa… sentencia, como la llamás, es la de los jóvenes idealistas, ya sé. Nada que ver. Yo nunca fui un joven idealista.

      –¿No? ¿No luchaste, sin hipérboles, hasta la muerte, por…?

      –Mirá, yo nunca luché por ideales, luché por realidades. Luché por la Argentina peronista, “la realidad efectiva”, como dice la marchita, y te lo digo sin la menor cohibición, literalmente, la Argentina de Evita y Perón. Yo siempre luché por recuperar un pasado que no precisaba ser idealizado. ¿Qué idealismo? La única verdad peronista: la Argentina social, independiente, soberana, pero sobre todo la Argentina en la que el pueblo era feliz.

      –Bueno –dijo Antonio impasible–, ¿te gusta más esta variante: el camino al paraíso está lleno de pozos ocultos en los que puedes precipitarte al infierno?

      –Sí, como sentencia es muy complicada. Vos sos profe, ¿no? Exponela ante tus alumnos, que seguro son unos burros, jaja. Tardás unos veinte minutos en explicarla. Pero sí, conceptualmente es mejor. Aquí leí a un escocés, Ferguson, creo, esos bribones, los británicos, saben pensar, qué duda cabe. Decía que la vida social es producto de la acción humana, pero no del designio humano, o del diseño humano. El camino al infierno no está necesariamente empedrado de buenas intenciones, pero las consecuencias no deseadas de la acción, incluyendo la buena acción, son muchas. El deseo de proceder justamente no te libera de responsabilidades. Amargo aprendizaje.

      –Para pensar, Dardo –inquirió la Negra–, ¿es más lo que recordás o lo que olvidás?

      Dardo no se esperaba esa pregunta. Tal vez entonces comenzó a respetar a los chicos, que venía tratando con condescendencia.

      –Bueno –dijo al cabo–, tengo 36 años. Mis recuerdos no son tantos. Ustedes ya son cuarentones, ¿se dieron cuenta? Pero… saben que el Leteo está cerquita. Lo atravesé en una embarcación pintoresca, para llegar a los Elíseos, la verdá ni sabía dónde me estaban llevando, ¡ya estaba acostumbrado a eso! Era un traslado más. Por suerte no estaba sediento. Después, cuando me enteré, no me acerqué más. No quiero olvidar nada. No voy a olvidar nada. Ni siquiera el instante en que el tordo dice “se te va a quedar, pelotudo, bajá el voltaje”. Es un ejemplo nomás –Dardo cree necesario aclararles–. Aunque tampoco quiero andar cargado de enconos, como me enseñó Homero… ¡pero no el cieguito que tiene aquí su última morada! –Dardo soltó una carcajada. Antonio y la Negra se tomaron unos segundos para entender y sonreír.

      Marzo de 1953. –Esto


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