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Rubén Darío
Letras
Publicado por Good Press, 2019
EAN 4057664101372
Índice
PARÍS Y LOS ESCRITORES EXTRANJEROS
LUIS BONAFOUX «BOMBOS Y PALOS»
UN POETA PORTUGUÉS EN LA INDIA
ARTHUR SYMONS «RETRATOS INGLESES»
I
STA frase de Elisée Reclus: «La ciudad de los libros» despierta en mí este pensar: «las casas de las ideas».
En efecto; si la palabra es un ser viviente, es a causa del espíritu que la anima: la idea.
Así, pues, las ideas, con sus carnes de palabras, vivientes, activas, se congregan, hacen sus ciudades, tienen sus casas. La ciudad es la biblioteca, la casa es el libro.
Helas allí como los humanos seres; hay ideas reales, augustas, medianas, bajas, viles, abyectas, miserables. Visten también realmente, medianamente, miserablemente. Tienen corona de oro, tiara, yelmo, manto o harapos. Imperiosas o humilladas, se alzan o caen, cantan o lloran. Evocadas por el hombre, dejan sus habitáculos, abandonan sus alvéolos, resuenan en el aire, o, silenciosas, penetran en las almas por los ojos. Luego vuelven a sus casas, después de hacer el bien o el mal.
II
Tenéis aquí una vieja catedral: es un misal antiguo. Muestra sus ferradas y pesadas puertas; sus muros, sus esculturas, sus vidrios coloreados, sus rotondas, sus flechas, sus agujas, sus campanarios. En los nichos de las mayúsculas viven los santos, las vírgenes, los mártires. A su rededor clama un pueblo de ideas santas, canta como a son de órgano o al vago vibrar de tiorbas celestes. Las ideas angélicas, encarnadas en palabras castas y blancas, dicen en coro rezos, himnos, glorias, hosannas. Las martirizadas pasan purpúreas, cerca de los azules y oros que pulieron los monjes. Unas llevan los ramos de lirios en las manos, otras clavos, coronas de espinas o palmas. ¡Palmas! Cuando el triunfo de Nuestro Señor Jesucristo llena las vastas naves, el pueblo de ideas fieles se congrega. Es el ambiente de los profetas, el mundo de los doctores, la atmósfera de los beatos. Un incienso de fe perfuma el aire. Los altares, bellos de oro y de cirios, presentan la magnificencia mística de sus arquitecturas. Por las cornisas, por los tallados de las puertas, por los calados de las piedras, piruetean los demonios bufos con los frailes obscenos; un cabrón que termina en largo y crespo follaje vegetal, quiere ascender hasta la soberbia expansión de los maravillosos e historiados rosetones.
Esa vieja historia es un castillo feudal. Ois el cuerno del enano, entráis por el puente levadizo. Encontraréis dentro al castellano, a la castellana, a los pajes, a las dueñas. Las ideas están vestidas a la usanza de entonces; todo es hierro, lorigas, caparazones; en los cintos las espadas, en los blancos cuellos las golas; en los puños gerifaltes. Y suena el rumor de las mesnadas de ideas. Ellas claman, vitorean, dicen decires, cantan cantos, tienen sus fiestas, sus cacerías; pelean bravas, juran y se signan, saben de respeto y de honor, de Dios y de los caballeros. De noche, al calor del buen hogar, cuentan cuentos.
En esa Ilíada pasa, truena un mundo de ideas gigantescas; viven en palabras desmesuradas, altas, vibrantes, sonoras, primitivas, divinas. Hay ideas que pasan desnudas como Venus; otras que ululan como Hécuba; otras heroicas y veloces como Aquiles. En esa portentosa ciudad griega por donde quiera os halaga la maravilla del ritmo, reina la música en su sentido original; al mandato de una lógica imperiosa, todo se mueve obedeciendo al número; al paso escucháis cómo hacen vibrar el bosque de aritmética las cigarras del verso.
En ese usado Ars Amandi os sonríen variadas y graciosas ideas femeninas. Provocan, llaman a la batalla del amor; así como ese ojeado Aretino, propiedad quizá de alguna refinada marquesa del tiempo pasado, es un curioso prostíbulo.
En las bibliotecas existe el «inferi», como en ciertos museos los gabinetes secretos, y en los estereoscopios las vistas reservadas. ¿En dónde había de estar sino en el infierno la Faustina del divino Marqués?