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Nuestro grupo podría ser tu vida. Michael AzerradЧитать онлайн книгу.

Nuestro grupo podría ser tu vida - Michael  Azerrad


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más fuerza.

      Empezaban a ganar suficiente dinero como para dejar sus trabajos diurnos, lo que significaba que se podían centrar en su música más que nunca.

      —Creo que estábamos dando forma a un nuevo estilo —explica Watt—. El siguiente álbum iba a ser más arriesgado.

      Lamentablemente, jamás tuvieron la oportunidad de hacerlo.

      A finales de diciembre, pocos días después de volver de la gira con R.E.M., The Minutemen estaban a punto de vivir un gran triunfo personal. Su héroe, Richard Meltzer, iba a grabar con ellos y le había dado diez letras a Watt para que escribiera la música. Watt fue a casa de Boon para hablar del disco y encontró a su amigo sentado en un puf, rojo como un tomate por la fiebre. Boon dijo que esa noche tenía previsto ir a Arizona a visitar a los padres de su novia y pasar las fiestas allí. Watt le dijo que estaba demasiado enfermo para ir. Boon le dijo que no se preocupara, porque su novia conduciría la furgoneta y él se tumbaría en la parte de atrás.

      Aquella misma noche, tras un concierto en Hollywood, Watt acompañaba a casa a un amigo en coche cuando pasó por una calle llamada Willoughby.

      —Era realmente extraño: hay un episodio de Dimensión desconocida cuya frase clave es «¡Próxima parada, Willoughby!». Y el tipo baja del tren y muere; Willoughby no es ninguna ciudad real. Creo que es una funeraria. Pues bien, cuando pasé por la calle Willoughby, sentí un enorme escalofrío.

      El teléfono de Watt sonó a primera hora de la mañana siguiente, el 23 de diciembre de 1985. Era el padre de D. Boon. La novia había estado conduciendo la furgoneta del grupo, con su hermana en el asiento del copiloto y un Boon febril durmiendo en la parte de atrás. Cerca de las cuatro de la madrugada, la novia de Boon se había dormido al volante. La furgoneta había chocado y volcado: Boon había salido despedido por la puerta de atrás y se había roto el cuello. Había muerto en el acto. Eso ocurría más o menos a la misma hora en que Watt había pasado por la calle Willoughby, en California, y había sentido ese escalofrío. Años después todavía se preguntaba si no habría presentido la muerte de D. Boon.

      Lo único que Watt podía pensar era, ¿cómo? Recordó una imagen de infancia de su amigo, fuerte como un buey, jugando a fútbol americano en Peck Park. D. Boon no era rápido, pero eran necesarios dos o tres hombres para placarle.

      —Sencillamente, parecía inmortal —dice Watt, meneando la cabeza en un gesto de incredulidad—. Simplemente, murió. Eso fue lo peor, eso fue lo peor. Se había acabado Boon. Se había acabado The Minutemen. Realmente había acabado dependiendo de él. Estaba estupefacto. Estaba desconcertado. Fue duro para mí. Tío, fue duro. Le echo de menos.

      Enterraron a D. Boon en el Green Hills Memorial Park de San Pedro, justo al otro lado de la calle donde Watt creció.

      La noche siguiente, Watt tuvo un sueño sobre Boon, el más vívido que jamás había tenido sobre su amigo. Ambos estaban solos en el vestíbulo de un banco enmoquetado de suelo a techo de color naranja.

      —Yo estoy a tres metros de él mientras él observa un enorme cuadro rectangular que tiene seis o siete Abraham Lincolns dentro y son como caras de Abraham Lincoln pintadas por Peter Max con un gran sombrero de copa y la barba, aunque en colores psicodélicos —cuenta Watt—. Y yo estoy de pie ahí atrás pensando: «Menuda mierda. Tengo que decirle que está muerto y que ya no puede estar aquí». Había ese horrible dilema. Y luego me desperté. Jamás he conseguido descifrar el significado de ese sueño, pero sí que sé por qué tenía que decirle que estaba muerto: porque D. Boon era un tío tan condenadamente fiero que no creo que supiera que estaba muerto. De un modo extraño, no lo sabía. No creo que uno sepa que está muerto; creo que es como el ecuador: alguien tiene que contarte que lo has cruzado.

      D. Boon repartiendo flyers de su álbum en directo de próxima aparición en un concierto en Chicago, 1985. Foto: Gail Butensky.

      La comunidad indie también se vio afectada por la tragedia. Para muchos, era uno de esos momentos en los que recuerdas dónde estabas cuando te enteraste de la noticia.

      La muerte de D. Boon disolvió uno de los grupos que albergaba el idealismo de tiempos pasados y lo había llevado hasta la nueva música. La nueva hornada de músicos era más joven y no habían conocido un mundo sin punk rock; quizá detestaban la hipocresía de antiguos hippies de sus padres y se habían vuelto más cínicos. Después de que un amigo llamara al líder de Big Black, Steve Albini, para comunicarle la noticia, Albini abrió su diario: «Así pues, ya no queda nadie de los que lo han estado haciendo bien desde el principio», escribió. «Mierda. Es como Buddy Holly o alguien así. Claro que es un poco patético alterarse por eso, pero, mierda, ellos lo sentían, y eso significa algo para mí… Tío, ¿qué hacemos ahora?»

      3-Way Tie (for Last) había incluido una votación por correo para que los fans votaran qué canciones en directo querían que aparecieran en un próximo álbum, provisionalmente titulado «Three Dudes, Six Sides, Half Studio, Half Live». De modo que, mientras el país se estremecía de terror por la explosión de la lanzadera Challenger, Watt lloraba a su amigo y creaba Ballot Result con grabaciones de conciertos, programas de radio, cintas de ensayos, tomas de estudio e incluso cintas piratas de conciertos grabados por fans.

      A principios de 1985, cuando Sonic Youth dio su primer concierto en Los Ángeles, Thurston Moore, miembro del grupo, se presentó a Watt.

      —Estaba al tanto de Richard Hell, los New York Dolls y Johnny Thunders —explica Watt—, y me limité a escuchar cómo soltaba un discursito.

      Moore lo recuerda de forma diferente.

      —Vino hacia nosotros y era ese tipo de tío que grita —explica—. Había traído las portadas del álbum de Sonic Youth Confusion Is Sex y del primer álbum y nos las ponía delante de las narices para que se las firmáramos y todo eso. Yo pensaba: «Esto es una locura: Mike Watt nos está pidiendo un autógrafo».

      (Watt posteriormente escribió una canción sobre ese encuentro memorable: «Me and You, Rememberin’» para el álbum If’n, de fIREHOSE.)

      Moore y el resto de Sonic Youth estaban vivamente interesados en las redes de contactos.

      —Eso es exactamente de lo que iba aquello —explica Watt—. Y Thurston lo sabía. Todo era una cuestión de comunicación.

      Más o menos un año más tarde, Watt se encontraba en la Costa Este, aún afectado por la muerte de Boon. Moore y Kim Gordon, bajista de Sonic Youth, le dijeron que se quedara en su casa del Lower East Side y le convencieron para que tocara en una canción que estaban grabando, la cataclísmica «In the Kingdom #19», compuesta por el guitarrista Lee Ranaldo (que describía, ironías del destino, un accidente de coche). Watt no había cogido un bajo desde la muerte de su amigo.

      —Fue tan raro —dice Watt de la experiencia—. Pero entonces empecé a pensar que todo lo que hacían era raro: las guitarras tenían afinaciones raras. Pensaba que nosotros éramos muy extravagantes y audaces, pero, comparado con aquello, éramos Chuck Berry.

      Tras la muerte de D. Boon, Watt no se vio capaz de llevar New Alliance solo y acabó vendiéndola a Greg Ginn en 1986. Él y Hurley formaron un nuevo grupo llamado fIREHOSE con el guitarrista Ed Crawford, un seguidor de The Minutemen que había viajado desde Ohio para convencer a Watt de que volviera a tocar. Su debut en STT tuvo una buena acogida en la radio universitaria y el grupo acabó fichando por Columbia Records. George Hurley deambuló por varios grupos tras la desaparición de fIREHOSE; en los 90 tocó la batería con el legendario grupo experimental Red Krayola. Watt, que es todavía una figura querida, respetada y trabajadora de la escena underground, está actualmente trabajando en su tercer álbum en solitario para Columbia. Sigue practicando el jam econo.

      Aunque Watt no cree que cambiaran muchas mentalidades políticas, está convencido de que The Minutemen tuvieron éxito en todo lo que intentaron. Jamás hicieron concesiones en su música (bueno, quizá una vez…) y pusieron un concepto nada fácil


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