Mitología griega. Javier TapiaЧитать онлайн книгу.
© Plutón Ediciones X, s. l., 2020
Diseño de cubierta y maquetación: Saul Rojas
Edita: Plutón Ediciones X, s. l.,
E-mail: [email protected]
http://www.plutonediciones.com
Impreso en España / Printed in Spain
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
I.S.B.N: 978-84-18211-12-6
A los dioses, titanes y héroes
de lo cotidiano,
helenos, Elenes, hermanos,
Héctor el grande
y el breve Fernando.
Prólogo: historia y mito
Lo que nosotros conocemos como mitología griega es muy anterior a Grecia, la Liga Egea, Esparta, Tebas o Atenas. Buena parte de lo que nos llega de ella se debe a la tradición oral micénica, a la poesía de Homero, a los textos de Hesíodo y a las tragedias, dramas y comedias de los autores clásicos griegos, como Esquilo, Eurípides, Sófocles y Aristófanes, y, por supuesto, a esa visión popular mítica, mística y supersticiosa de todos y cada uno de los pueblos por donde ha ido pasando, como el romano, que la adopta como propia, la recrea y la transmite al mundo entero, influyendo en otros textos sagrados como el Nuevo Testamento, y compartiendo muchos de los valores y creencias del mundo antiguo mediterráneo y medio oriental, unos valores y creencias que seguimos practicando en el mundo occidental de nuestros días.
La escritura, con todo y sus seis mil años de edad, es muy joven con respecto a las tradiciones orales que en el mundo han existido, y en muchos casos las letras no han tenido la capacidad de transmitir e interpretar su sentido original, entre otras cosas, porque es muy difícil escapar del pensamiento actual, de la visión estereotipada, de la episteme y de los paradigmas modernos, que nos hacen ver con los ojos, pensamientos y sentimientos de hoy, lo que sucedió hace miles de años, cuando las tradiciones, las relaciones sociales, el intercambio y la organización humana eran de otra manera. Nos es difícil comprender, por ejemplo, que para Octavio Augusto la castidad consistiera en que las mujeres mostraran sólo un seno, en lugar de los dos, en los días calurosos, aunque podían mostrar sin problemas los dos si estaban divirtiéndose en el circo o en el estadio, como nos es difícil comprender que fuera normal que Aristóteles sodomizara a sus alumnos cuando ingresaban al Liceo, porque hoy en día esas prácticas están mal vistas e incluso penadas por la ley.
Por una parte, es cierto que el ser humano tiene el mismo cerebro físico desde hace doscientos cincuenta mil años, con las mismas neuronas y capacidades de almacenamiento, y sin embargo hace solo un par de siglos que ha despegado, y hace un par de décadas que el caudal de información que recibe la gente joven es prácticamente infinito.
Que usted entienda estos garabatos negros que hay sobre las páginas, es todo un milagro, una tecnología impensable en el lejano pasado, un regalo de los dioses o una maravilla de nuestro pensamiento que durante cientos de miles de años no se le ocurrió a nadie a pesar de tener exactamente el mismo cerebro.
En otras palabras, estamos armados y constituidos física, mental y anímicamente para cosas increíbles y maravillosas desde nuestros más lejanos orígenes, y sin embargo, la computación y las nuevas tecnologías no se nos ocurrieron hasta hace unos pocos años. ¿Cómo es eso posible? ¿Por qué, si tenemos tantas virtudes, tardamos tanto en darnos cuenta de ellas?
¿Es el titán Prometeo quien nos ilumina, o son las nueve musas quienes nos inspiran?
Lo que conocemos como mitología griega debe haber nacido de forma rudimentaria hace unos ocho mil años con el sedentarismo y las primeras organizaciones humanas más o menos estables en la zona norte del Mediterráneo, pero no lo sabemos con seguridad, ni qué día, hora y lugar exacto sucedió que a alguien, de quien tampoco sabemos su nombre ni lugar de nacimiento, se le ocurriera pensar que hay un cosmos y unos seres más allá de la realidad tangible y cotidiana.
En nuestro planeta todo tiene causa y efecto, nada se da de la noche a la mañana como por arte de magia, todo deviene de un proceso más o menos complejo, con mayor o menor celeridad, por lo que a menudo lo que consideramos espontáneo viene de un largo aprendizaje consciente o inconsciente, por necesidades y por conveniencias, por ambiciones y por metas, donde nada es realmente gratuito, sino una acumulación de conocimientos o funcionalidades.
Por supuesto, no solo la mitología griega responde a este proceso, lo curioso es que los procesos supersticiosos y mitológicos se hayan dado a lo largo y ancho de la humanidad entre pueblos que no se conocían de nada, lo que nos lleva a preguntarnos: ¿cuál es ese denominador común que nos hace creyentes de historias fantásticas y absurdas? Para los que las inventan pueden ser eficientes y funcionales, pero para los que simplemente creen, a veces no solo no son funcionales, sino que son opresivas y manipuladoras, ¿por qué entonces se someten a ellas?
¿La jerarquización de las sociedades antiguas fue suficiente para que unos mandaran y otros obedecieran? ¿Nos sucede lo mismo en la actualidad?
Es obvio que es más fácil creer que pensar, como denuncia Aristóteles, y que permanecer en la oscuridad de la caverna da más seguridad que asomarse a la luz, como señala Platón, y que después de repetir generación tras generación los mismos mitos, es casi imposible desterrarlos del pensamiento común, como escribe Emile Durkheim, sin embargo cabe la duda individual, el razonar de manera independiente a las modas y costumbres de una sociedad determinada, que si bien nada o poco puede hacer para cambiar el sino de las cosas sociales, sí puede obtener lucidez y consciencia, y apartarse de las simples creencias.
La misma individualidad, según David Hume, es reciente, y la masa siempre ha sido acéfala, según Ortega y Gasset, con lo que el pensamiento individual choca siempre con el pensamiento colectivo, y razonar queda proscrito, lo mismo que decir que los dioses no existen y los mitos son simples y llanas mentiras para manipular al pueblo obediente y sin cabeza.
La historia misma, a decir de Voltaire, es una sarta de mentiras convenientes, un mito oficial que responde a los intereses de los vencedores, de los poderosos, de los jerarcas, de los parásitos que viven de la ignorancia y el esfuerzo de los esclavos o del pueblo, con lo que la historia y los mitos vienen a ser más o menos lo mismo, unos con los vestidos de la aparente realidad, y otros vestidos con símbolos, metáforas y fantasías fantásticas.
La Biblia misma, en la cual se repiten algunos de los mitos griegos, nace con la vocación de ser un libro histórico que relata la realidad, además de ser un libro religioso, y aún hoy en día hay quien lo defiende en ese sentido, con lo que el mundo solo tendría algo más de cinco mil años de edad, los dinosaurios no habrían existido nunca y los verdaderos humanos serían única y exclusivamente los israelitas, dejándonos al resto como simples animales o perros.
Sin embargo, y más allá de mitos, mentiras, intereses y manipulaciones de la mano negra del poder que han denunciado tantos pensadores, y que buena parte de la población actual conoce, existe una atracción casi magnética, una curiosidad hambrienta e implacable que quiere conocer su pasado para dilucidar su presente y preparar su futuro, observando esa perspectiva mágica y simbólica que nos ofrece toda mitología, y mucho más la griega, entre otras cosas, porque buena parte de nuestras maneras de pensar, actuar y sentir tienen su origen en ella. Sí, nuestra moral judeocristiana es eminentemente copta, es decir, griega, y más de uno de nosotros, tanto si lo sabe como si no lo sabe, tiene deseos de conocer los orígenes de nuestro pensamiento, porque se intuye que en esos mitos puede estar la clave de quiénes somos, qué hacemos aquí, y cuál será nuestro derrotero.
Los mitos y leyendas de la antigüedad, especialmente los semíticos y los griegos, influyen de manera decisiva en nuestras