Juramento de Cargo. Джек МарсЧитать онлайн книгу.
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Jack Mars es el autor bestseller de USA Today, autor de las series de suspenso de LUKE STONE, las cuales incluyen siete libros (y contando). También es el autor de la nueva serie de precuelas LA FORJA DE LUKE STONE y de la serie de suspenso del espía AGENTE CERO.
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Copyright © 2016 por Jack Mars. Todos los derechos reservados. Excepto en lo permitido en la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, distribuida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, ni almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este libro electrónico tiene licencia únicamente para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o regalado a otras personas. Si desea compartir este libro con otra persona, por favor, compre una copia adicional para cada destinatario. Si está leyendo este libro y no lo ha comprado, o si no lo ha comprado sólo para su uso, devuélvalo y compre su propia copia. Gracias por respetar el duro trabajo de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, asuntos, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es enteramente una coincidencia. Imagen de la cubierta Copyright STILLFX, utilizaba bajo licencia de Shutterstock.com.
LUKE STONE THRILLER SERIES
POR TODOS LOS MEDIOS NECESARIOS (Libro #1)
JURAMENTO DE CARGO (Libro #2)
SERIE PRECUELA LA FORJA DE LUKE STONE
OBJETIVO PRINCIPAL (Libro #1)
MANDO PRINCIPAL (Libro #2)
LA SERIE DE ESPÍAS DE KENT STEELE
AGENTE CERO (Libro #1)
OBJETIVO CERO (Libro #2)
CACERÍA CERO (Libro #3)
CAPÍTULO UNO
6 de junio
15:47 horas
Dewey Beach, Delaware
Todo el cuerpo de Luke Stone temblaba. Miró su mano derecha, la mano del arma. La vio temblar mientras descansaba sobre su muslo. No podía hacer que se detuviera.
Sintió náuseas, lo suficiente como para vomitar. El sol se desplazaba hacia el oeste y su brillo lo mareaba.
Se iban en trece minutos.
Estaba sentado en el asiento del conductor de un Mercedes SUV negro de la Serie M, mirando hacia la casa donde podría estar su familia. Su esposa, Rebecca y su hijo, Gunner. Su mente quería evocar sus imágenes, pero no se lo permitió. Podrían estar en otro lugar, podrían estar muertos. Sus cuerpos podrían estar encadenados a pesados bloques de hormigón, pudriéndose en el fondo de la bahía de Chesapeake. Durante una fracción de segundo, vio el cabello de Rebecca moviéndose como las algas, de un lado a otro con la corriente, bajo el agua.
Sacudió la cabeza para alejar esa imagen.
Becca y Gunner habían sido secuestrados anoche, por agentes que trabajaban para los hombres que habían intentado derribar el gobierno de los Estados Unidos. Fue un golpe de estado y sus planificadores habían tomado a la familia de Stone como moneda de cambio, con la esperanza de evitar que él derrocara al nuevo gobierno.
No había funcionado.
–Ese es el lugar —dijo Ed Newsam.
–¿Seguro? —dijo Stone. Miró a su compañero en el asiento del pasajero. —¿Tú lo sabes?
Ed Newsam era puro músculo, grande, negro y tenso. Parecía un defensa de la NFL. No había suavidad en él por ninguna parte. Llevaba una barba muy corta y un corte de pelo militar. Sus enormes brazos estaban cubiertos de tatuajes.
Ed había matado a seis hombres ayer. Había sido alcanzado por fuego de ametralladora. Un chaleco antibalas le había salvado la vida, pero una bala perdida había encontrado su pelvis y se la había fisurado. La silla de ruedas de Ed estaba en el maletero del coche. Ni Ed ni Luke habían dormido durante los dos últimos días.
Ed miró la tablet que tenía en la mano y se encogió de hombros.
–Esa es la casa, seguro. Si están ahí o no, no lo sé. Supongo que estamos a punto de averiguarlo.
El edificio era una antigua casa de playa de tres dormitorios, un poco laberíntica, a tres calles del Océano Atlántico. Daba a la bahía y tenía un pequeño muelle. Se podría llegar con un bote de nueve metros hasta la parte de atrás, caminar tres metros de muelle, subir unos pasos y entrar a la casa. La noche era un buen momento para hacerlo.
La CIA había utilizado el lugar como casa franca durante décadas. En verano, Dewey Beach estaba tan abarrotada de turistas y universitarios de fiesta que los espías podrían colar allí a Osama bin Laden y nadie se daría cuenta.
–Cuando llegue el momento, no quieren que participemos —dijo Ed—, ni siquiera tenemos una misión. Eres consciente de eso, ¿verdad?
Luke asintió con la cabeza. —Lo sé.
El FBI era la agencia encargada de esta redada, junto con un equipo especial de intervención de la policía estatal de Delaware, que había venido de Wilmington. Habían estado desplegándose en silencio por el vecindario durante la última hora.
Luke había visto desarrollarse estas cosas cien veces. Una camioneta Verizon FIOS estaba estacionada al final de la calle, tenía que ser el FBI. Un barco de pesca estaba anclado a unos cien metros en la bahía, también federales. En unos minutos, a las 16:00 horas, ese bote haría una carrera repentina hacia el muelle de la casa franca.
En ese mismo instante, un camión blindado del equipo especial de intervención aparecería rugiendo por esta calle, otro vendría por la otra calle una manzana más allá, en caso de que alguien intentara escapar por los patios traseros. Iban a actuar fuerte y rápido y no dejarían ningún margen de maniobra.
Luke y Ed no estaban invitados. ¿Por qué iban a estarlo? Los policías y los federales iban a manejar esto según el manual y el manual decía que Luke no tenía objetividad, porque era su familia la que estaba allí. Si entraba, perdería la cabeza, se pondría en peligro a sí mismo, a su familia, a los demás oficiales y a toda la operación. Ni siquiera debería estar en esta calle en este momento, ni tan solo cerca de aquí. Eso es lo que decía el manual.
Pero Luke sabía el tipo de hombres que había dentro de esa casa. Probablemente los conocía mejor que el FBI o los grupos especiales de intervención. Estaban desesperados en este momento. Lo habían apostado todo para derrocar al gobierno y el complot había fallado. Se exponían a cargos por traición, secuestro y asesinato. Trescientas personas habían muerto en el intento de golpe de estado hasta el momento, incluido el Presidente de los Estados Unidos. La Casa Blanca había sido destruida, en un ataque radiactivo. Pasarían años antes de que se reconstruyera.
Luke había estado con la nueva Presidenta la noche anterior y esta mañana, y no estaba dispuesta a mostrar misericordia. La ley estaba muy clara: la traición se castigaba con la muerte, la horca, el pelotón de fusilamiento. El país podría aplicar los procedimientos de la vieja escuela durante un tiempo y, si era así, los hombres como los que estaban dentro de esa casa iban a recibir la peor parte.
De todos modos, no entrarían en pánico. Estos no eran delincuentes comunes. Eran hombres altamente cualificados y entrenados, hombres que habían entrado en combate y que habían ganado, contra todo pronóstico. La palabra rendición no formaba parte de su vocabulario. Eran muy, muy inteligentes y serían difíciles de desalojar. Una redada corriente del equipo especial de intervención no iba a ser suficiente.
Si la esposa y el hijo