Las Quimeras De Emma. Isabelle B. TremblayЧитать онлайн книгу.
lata de cerveza en la mano.
—¿Entiendes el francés? —preguntó directamente Charlotte.
—Mi tía vive en Westmount desde hace unos 20 años. Mi madre tuvo la maravillosa idea de mandarme allí durante el verano cuando era niño, para aprender francés y ampliar mi cultura. Lo entiendo mejor que lo hablo. Falta de práctica —respondió Ian.
Sus ojos no dejaban de mirar a Emma. Estaba totalmente hipnotizado por la joven. Sólo tenía ojos para ella. Decidió tomar la silla a la derecha de Charlotte, la que estaba colocada frente a Emma. Ian no podía explicarse la atracción que sentía hacia ella. Era más fuerte que él. Charlotte rompió el silencio que se había instalado.
—¿Vuelves a Quebec de vez en cuando?
—No tengo muchos motivos para volver, a decir verdad —dijo él clavando su mirada en la de Emma que escuchaba sin decir palabra.
—Te puedo dar un millón de razones para venir más a menudo. ¿Vives en Nueva Jersey?
— No. Mi ciudad, es Nueva York. La llevo tatuada en mi corazón. Disfruté mis visitas a Montreal de todos modos. Una ciudad animada en mis recuerdos.
—Hay coincidencias realmente curiosas en la vida. Nos hemos encontrado a un hombre de Montreal en el ascensor del hotel hace un momento —dijo Emma acariciando su copa con las puntas de sus dedos.
Ian seguía devorando a Emma con la mirada. Charlotte no era una ingenua y sentía la tensión que había entre él y su amiga. Se dijo a sí misma que era el momento de dejar a la pareja sola. Bebió de un solo trago lo que quedaba en su copa, y luego se levantó.
La banda se puso a tocar una canción que le hizo pensar por un momento en un antiguo amante que la escuchaba a menudo en la época en la que compartían la misma cama. Sonrió al pensar en el bailoteo ridículo, que se suponía que debía impresionarla. Habían roto al cabo de unas semanas. Él quería comprometerse, mientras que Charlotte no quería dar ese paso.
—Voy a pedirme otra copa y luego daré la vuelta al bar para buscar amigos —dijo levantándose.
Emma le lanzó una mirada que le suplicaba que no la dejara sola con Ian, pero la ignoró por completo y se fue en dirección a la barra. Ian le propuso a Emma ir a pasear por la playa y ella aceptó. Había luna llena y su reflejo se extendía sobre el océano, azul como la noche. Era una noche muy agradable. Hacía calor, pero no era sofocante como recordaba haber experimentado los últimos veranos. A pesar de la puesta de sol, la oscuridad no era fresca. Reinaba una ligera humedad que calentaba el aire. Ian cogió instintivamente la mano de Emma que no le evitó ni retiró la mano ante su gesto. De hecho, le parecía casi natural sentir su mano con la suya, aunque fueran completos desconocidos.
—¿A qué te dedicas? Háblame de ti —, dijo Emma de repente para cortar el silencio mientras seguía avanzando por la arena.
Ian estaba muy cerca de ella. Ella inspiró y respiró su olor. Era una fragancia especiada y a la vez dulce que llenaba su nariz de delicia. Se sentía atraída por él. Impulsivamente. Sin control alguno, su cuerpo iba hacia él, mientras que su mente lo rechazaba. Una lucha feroz tenía lugar en lo más profundo de su ser.
Charlotte le repetía con frecuencia que pensaba demasiado y que no disfrutaba lo suficiente del momento presente. Le decía a menudo además esa frase llena de sentido: “¡Sólo se vive una vez! ¡Carpe diem!” Emma sabía que llevaba razón, pero estaba arraigado en ella. No poseía la impulsividad de su amiga. Necesitaba actuar como ella esta noche y comportarse sin pensar en las consecuencias al día siguiente. Quizás era el lugar lo que le daba ganas de hacer locuras, no lo sabía. De todos modos, siempre había sido un poco demasiado seria; era un hecho.
—Mi vida no es nada interesante. Pinto. Quiero decir que expongo mis pinturas en una pequeña galería de Brooklyn, pero no soy conocido. Soy una persona non grata. Vivo en Nueva York, en un gran loft cerca de Times Square. Hago pintura abstracta, pero me gano la vida pintando casas. Es irónico cuando uno lo piensa. Soy un artista fracasado. Háblame de ti, Emma. Me tienes intrigado.
—Yo no soy ninguna artista. Tengo un recorrido bastante convencional. Hice estudios de traducción y me gano la vida traduciendo libros del inglés al francés o a la inversa. Nada que sea muy creativo. Nada súper apasionante tampoco. Vivo en un pequeño piso sobre la zona del Plateau por el que pago el doble de lo que vale por la superficie que tiene. Tengo un compañero con el que comparto el territorio, Barney, mi gato siamés. Ahí lo tienes, un resumen de mi vida.
Ella se rio al hablar de su fiel amigo de cuatro patas. Ian sonrió también. Absorbía sus palabras con asiduidad. Se dejaba seducir fácilmente por las mujeres. Las amaba a todas, sin excepción. Las rubias, las pelirrojas, las morenas, las negras, las bajitas, las altas, las flacas, las gordas. Sin embargo, la que tenía delante poseía algo que había buscado desde siempre. No conseguía definir exactamente lo que llegaba a despertar en él. Estaba lúcido y sabía que era más que una atracción física. No tenía intención de acostarse con ella una noche y olvidarla al día siguiente. Quería aprender a conocerla. Poseerla, tanto en cuerpo como en alma.
—¿Tienes novio?
Emma se ruborizó y apartó los ojos.
—No. Nadie.
Su respuesta le alivió. Dejó de andar y le propuso a Emma que se sentaran un momento delante del mar para admirar las estrellas, y disfrutar del momento presente. Emma se sentó primero. La arena se colaba en sus zapatos de tacón y bajo su vestido, haciendo la posición incómoda.
Esta sensación le recordó a la época en la que su padre trabajaba en una cantera en su ciudad natal. La había llevado allí, junto con su hermano Tommy y su hermana Lizzie, y se habían divertido entre las pilas de arena. Ella se hundió demasiado en la arena y su padre había tenido que interrumpir su trabajo para ir a sacarla, bajo los gritos de Lizzie, totalmente aterrorizada, mientras que Tommy se hacía el valiente intentando ayudar a su padre. Billy Tyler la regañó por haberle desobedecido, cuando les había prohibido jugar allí tan sólo unos minutos antes. Era la última vez que había osado hacerse la rebelde. Su padre era un trozo de pan, pero cuando levantaba la voz, se hacía escuchar.
Y entonces, Emma pensó en Charlotte a quien había dejado sola en el bar y se sintió culpable. La sensación desapareció rápidamente en cuanto se acordó de todas las veces en las que su mejor amiga le había hecho lo mismo. Estaba bien con Ian. “Quizás no sea un asesino en serie después de todo”, pensó con una sonrisa.
—Estoy contento de saber que no hay nadie —, dijo él al cabo de un rato.
—¿Ah sí? —respondió Emma mirando el perfil del joven.
—Tengo la impresión de conocerte de toda la vida desde el momento en el que te he golpeado con ese estúpido balón y he venido a pedirte disculpas.
Hizo una pausa y volvió su cara hacia la joven antes de continuar:
—No quiero que me tomes por un psicópata. Nuestro encuentro es todavía reciente. Sin embargo, contigo, me siento como un barco que vuelve a su puerto. No puedo explicarlo. No llego a comprender lo que siento cuando estoy contigo. Cuando te has vuelto hacia mí esta tarde, y te he visto por primera vez… estaba… necesitaba volver a verte. Hablar contigo. Conocerte.
Emma había aguantado su respiración intentando asimilar todo lo que Ian acababa de decirle. Deseaba responderle lo mismo, pero no le salían las palabras. Se quedaban atrapadas en su garganta. Era demasiado rápido para ella. Nunca había conocido a un hombre que hablara tan libremente de sus emociones y debía admitir que lo encontraba particularmente vibrante y ligeramente aterrador al mismo tiempo. Su timidez legendaria era un impedimento para poder expresarse.
—Yo me siento bien contigo. También.
Es todo lo que consiguió responder. Ian inclinó su cabeza hacia su compañera y acercó su rostro al de ella. Dudó un instante, pero su boca cubrió la de Emma casi de inmediato. Emma se estremeció de deseo cuando los labios de Ian tocaron los