Pasión sin protocolo. Annie WestЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Annie West
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión sin protocolo, n.º 2804 - septiembre 2020
Título original: Revelations of a Secret Princess
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-692-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
CARO salió de la cafetería y se cerró el abrigo al sentir el golpe del viento en los tobillos y en el rostro. Era gracioso que tuviese la cara helada mientras por dentro ardía de calor. Nada podía extinguir su fuego interno.
Salvo la posibilidad de fracasar.
Se detuvo y se agarró a una farola con la mano enguantada para contener las náuseas.
Su cabeza sabía que era poco probable que tuviese éxito.
Su corazón la alentaba a continuar, desesperadamente esperanzado.
Nunca había sido valiente ni aventurera. Desde niña, le habían enseñado a obedecer y a no causar problemas. Y su único intento de liberarse y tomar sus propias decisiones había sido un desastre.
Pero de eso hacía muchos años. Había cambiado, se había reinventado tras el dolor y la tragedia. Tal vez no fuese una mujer intrépida, pero era tenaz. Respiró hondo. Haría lo que tuviese que hacer para conseguirlo.
Estudió con la mirada la calle de aquella famosa y ultra exclusiva estación de esquí. Los turistas, que en esos momentos se detenían delante de los elegantes escaparates, se marcharían por la noche porque era un lugar demasiado caro para alojarse.
Valle arriba estaba una de las montañas más emblemáticas del mundo. En dirección contraria, su destino. Caro apretó la mandíbula y se metió en el pequeño coche que había alquilado.
Veinte minutos después tomaba una curva y llegaba a un espacio amplio, a mitad de la montaña. Las vistas eran espectaculares, pero apenas se fijó.
Había dado por hecho que iba a una cabaña o a una casa de diseño, con unas vistas multimillonarias. En su lugar vio una construcción de piedra clara, con torreones, como sacada de un cuento de hadas, con tejados empinados y angulosos. Había incluso un portón levadizo a través del cual se llegaba a un patio adoquinado.
Caro estudió con la mirada el antiguo castillo que no estaba ni mucho menos en ruinas, sino muy bien mantenido.
Había sabido que Jake Maynard era un hombre rico, pero debía de tener mucho dinero para vivir en un lugar así. Por lo que había averiguado, no lo había heredado. Su vivienda habitual estaba en Australia.
En cualquier caso, ella había visto lo que ocurría con los ricos y famosos y sabía que tenían debilidades humanas como todo el mundo. Ni la riqueza ni el lujo le causaban admiración.
Aquella era una ligera ventaja a su favor. Se aferró a ella mientras sentía un nudo en el estómago. Siguió conduciendo hacia el patio, pasando por delante de una cámara de seguridad y aparcó a un lado, cerca de un elegante coche de color negro.
Entonces, apagó el motor y fue consciente del silencio que la rodeaba y de que le temblaban las manos.
Apretó los labios, tomó su bolso, se miró al espejo y abrió la puerta.
Podía hacerlo.
Iba a hacerlo.
Había dos vidas en juego.
–La señorita Rivage ya está aquí.
Jake levantó la vista a regañadientes al oír la voz de su secretario, Neil, que estaba en la puerta con gesto anodino.
Por lógica, no debería haber llamado a aquella mujer porque no tenía la experiencia de otras, pero un pequeño detalle en su candidatura había llamado su atención.
Neil se apartó de la puerta