Dos adultos en apuros. Emma GoldrickЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 1996 Emma Goldrick
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos adultos en apuros, n.º 1584 - septiembre 2020
Título original: Bringing Up Babies
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-718-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
ENTONCES, ¿has terminado con Alfred? –preguntó Mary Kate Latimore levantando la vista del petit point mientras su hija menor caminaba arriba y abajo, haciendo aspavientos y moviendo las manos de vez en cuando.
–Definitivamente –contestó Hope enfadada–. Es el fin, pero no se lo dirás a papá, ¿verdad?
–Tu padre es amigo del padre de Alfred –comentó Mary Kate dejando a un lado la labor y cruzándose de brazos–, pero eso no tiene nada que ver ni contigo ni con cuándo, cómo o con quién te cases.
–Pero él dijo que…
–¿Él?, ¿te refieres a Alfred?
–Sí, dijo que a papá no le iba a gustar que lo abandonara, que… bueno, que cuando se lo dijera me iba a enterar. Luego me hizo una burla y se marchó, y…
–¡Dios mío, hija!, ¿y llevas toda la tarde preocupada por eso? ¿Tan poco conoces a tu padre?
–A veces no estoy segura, mamá. En la familia todos son tan altos, tan enormes, tan firmes… –Hope tragó, se aclaró la garganta y se enjugó una lágrima–… y los hombres con los que mis hermanas se han casado también lo son. En cambio yo… yo no soy más un renacuajo, apenas mido más de metro y medio…
–Casi como yo –la interrumpió su madre–. Y tienes un precioso cabello dorado, igual que lo tenía yo antes de que se me pusiera gris. Y una bonita figura que lucir. ¿Qué quieres decir con eso de firmes?
–Bueno, pues que todos tienen… opiniones fuertes, por decirlo de algún modo. Tú me conoces, mamá, yo nunca he tenido agallas para… no soy como Becky. Ella es médico, yo me desmayo solo de ver sangre. O Mattie; ella se fue a África, yo soy incapaz de ir a Boston sola. O como Faith; ella es abogado y está casada con un constructor texano. Yo jamás podría dirigirme a un jurado, y las vacas me espantan. No… no soy nada, ni siquiera pude mantener aquel empleo de profesora, a pesar de lo que me gustan los niños. No podría ser ni bibliotecaria. ¿Qué va a ser de mí, mamá?, ¿tendré que conformarme con Alfred?
–Aún eres joven, niña, encontrarás tu lugar en el mundo –aseguró Mary Kate–. Ya lo verás. Y no tiene por qué ser con Alfred Pleasanton.
–Sí, claro. Entonces en un convento, ¿no?
–Calla, pequeña –sonrió su madre–. No creo que haya ningún convento para personas con un carácter como el tuyo. Siéntate, ya llega tu padre.
–Me voy, me esconderé –dijo Hope poniéndose en pie de un salto.
–Siéntate –ordenó su madre.
Toda la familia sabía reconocer aquella voz de mando. Hope sacó un pañuelo y se sentó tratando de hacerse la valiente, pero sin conseguirlo. El enorme hombre que entró por la puerta, sin embargo, ya no era el que había sido un día. Tenía el pelo gris, sus hombros parecían encorvarse, y solo iba a Boston una vez por semana o cuando su hijo Michael lo llamaba para pedirle ayuda en su labor como director de la Latimore Incorporated, la mayor empresa de construcción de la costa este.
Bruce Latimore se acercó a su diminuta mujer, se inclinó sobre ella y la besó en lo alto de la cabeza.
–¡Dios, qué día! –se quejó–. Y no lo digo solo por la maldita artritis.
–Pues por aquí tampoco hemos tenido mucha paz –contestó su mujer levantando la cabeza con una sonrisa–. ¡Si te hubieras tomado tus pastillas a la hora de comer…!
–¿Te lo dije? –preguntó Bruce levantando ambas manos y encogiéndose de hombros.
–Exacto, te lo dije –repitió Mary Kate–. Tu hija tiene un problema.
–¿Mi hija?
Bruce Latimore estaba seguro de una cosa: Mary Kate Latimore, juez del Tribunal Superior de Justicia, era la encargada de dar órdenes en lo referente a las mujeres de la familia, y solo acudía a él cuando necesitaba que repitiera lo que ella ya había decidido de antemano. Así pues, lo único que tenía que hacer era averiguar qué quería Mary Kate que repitiera.