Tres hombres en bicicleta. Джером К. ДжеромЧитать онлайн книгу.
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Contenido
En Serio,
9.
Título original: Three men in a bummel
Edición en formato digital: diciembre 2020
© de la traducción: Manuel Manzano, 2017
© de la imagen de cubierta: Ana Rey, 2017
© de la presente edición: La Fuga Ediciones, 2020
Diseño gráfico: Tactilestudio Comunicación Creativa
ISBN: 978-84-123107-7-1
Todos los derechos reservados:
La fuga ediciones, S.L.
Passatge de Pere Calders, 9
08015 Barcelona
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Jerome K. Jerome
Tres hombres
en bicicleta
traducción de Manuel Manzano
Jerome K. Jerome
(1859-1927)
Huérfano a los trece años de edad, Jerome Klapka Jerome empezó a trabajar recogiendo el carbón que caía a las vías del tren. Poco después se unió a una compañía de teatro muy modesta, y a los veintiún años ya escribía sátiras y relatos, la mayoría rechazados por los editores de la época. Maestro, mozo, pasante, publicó su primer libro en 1885, pero no fue hasta Tres hombres en una barca (1889) cuando saltó a la fama mundial. A su muerte, y tras más de veinte obras publicadas, era considerado uno de los mayores exponentes de la literatura cómica inglesa de todos los tiempos.
Títulos:
- Tres hombres en bicicleta
- Ellos y yo
capítulo i
Tres hombres necesitan un cambio. Anécdota en la que se muestra el mal resultado del engaño. La cobardía espiritual de George. Harris tiene ideas. Cuento del viejo marinero y el regatista sin experiencia. Una tripulación cordial. Peligro de hacerse a la mar cuando sopla viento de tierra. Imposibilidad de hacerse a la mar cuando sopla viento de mar. Las objeciones de Ethelbertha. La humedad del río. Harris sugiere una excursión en bicicleta. George piensa en el viento. Harris sugiere la Selva Negra. George piensa en las colinas. Plan adoptado por Harris para subir las colinas. Interrupción a cargo de la señora Harris.
—Lo que necesitamos es un cambio —dijo Harris.
En ese momento se abrió la puerta y la señora Harris asomó la cabeza para decir que la enviaba Ethelbertha para recordarme que no debíamos llegar tarde a casa, por Clarence. Me inclino a pensar que se preocupa innecesariamente por los niños. En realidad, al pequeño no le pasaba nada. Por la mañana había salido con su tía, que, si lo ve contemplar melancólico el escaparate de una repostería, entra con él y le compra bollitos de crema y bizcochos rellenos hasta que él insiste en que ya ha comido suficiente y, de un modo educado, pero con firmeza, rehúsa comer nada más. Después, claro, solo quiere una porción de pudin para almorzar, y entonces Ethelbertha piensa que se ha puesto enfermo por algo.
La señora Harris agregó que, por nuestro propio bien, subiéramos enseguida, porque en caso contrario nos perderíamos la narración de Muriel de La fiesta del té del Sombrerero Loco, de Alicia en el país de las maravillas. Muriel es la segunda hija de Harris, tiene ocho años y es una niña radiante e inteligente, pero la prefiero cuando declama obras más serias.
Le dijimos que acabaríamos nuestros cigarrillos y la seguiríamos de inmediato, y también le pedimos que no dejara empezar a Muriel hasta que llegáramos. Nos prometió que haría esperar a la niña tanto como le fuera posible y se fue. Harris, en cuanto se cerró la puerta, retomó la frase interrumpida.
—Ya sabéis qué quiero decir: un cambio completo.
La cuestión era cómo conseguirlo.
George sugirió un negocio. Era el tipo de sugerencia que solo él podía hacer. Un soltero piensa que una mujer casada no sabe ni cómo apartarse del camino de una apisonadora. Una vez conocí a un joven ingeniero a quien se le ocurrió ir a Viena de negocios. Su mujer quiso saber de qué negocios se trataba. Él le dijo que tenía que visitar las minas de los alrededores de la capital austriaca y redactar informes al respecto. Ella le contestó que lo acompañaría; era esa clase de mujeres. Intentó disuadirla: le dijo que una mina no era un lugar adecuado para una mujer bonita. Pero ella le dijo que lo comprendía perfectamente y añadió que, de hecho, no se proponía bajar con él a las galerías, sino que se despediría de él cada mañana y se entretendría hasta su regreso echándoles un vistazo a los escaparates de las tiendas vienesas y comprando algunas cosas que le hacían falta. Una vez planteada la idea ya no supo cómo desdecirse, y durante diez interminables días estivales visitó las minas vienesas y por las noches escribió informes que su mujer enviaba por correo a su empresa, donde no los necesitaban en