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El jefe necesita esposa. Shannon WaverlyЧитать онлайн книгу.

El jefe necesita esposa - Shannon Waverly


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Shannon Waverly

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      El jefe necesita esposa, n.º 1493 - enero 2021

      Título original: Vacancy: Wife

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-138-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      MEG SE metió en el hueco que había para aparcar el coche. Llegaba tarde. La segunda vez en dos semanas. Su corazón parecía que se le iba a salir de su sitio.

      Salió de su Escort, se colocó el bolso en el brazo y salió corriendo hacia la fábrica sorteando los coches del aparcamiento como si estuviera jugando un partido de rugby en donde tenía que sortear a los contrarios. Atravesó casi volando la puerta principal y se fue al ascensor. Presionó el botón para subir y esperó.

      –Vamos, vamos –le metía prisa. Al ver que no llegaba se fue por las escaleras.

      Cuando llegó al cuarto piso casi se había quedado sin aliento, en el descansillo descansó un ratito. Hacía un ambiente sofocante. Estaba sudando y la ropa se le pegaba al cuerpo.

      De pronto notó un nudo en la garganta. ¿Por qué no habría ido su suegra al mercado la tarde anterior? ¿Por qué había tenido que ir esa misma mañana, cuando sabía que ella necesitaba el coche para ir a trabajar? Meg había estado esperando cuatro meses a que la llamaran de ese trabajo. ¿Es que Vera quería que la despidieran?

      De forma inmediata, se apoderó de ella un sentimiento de culpa. No podía quejarse. Al fin y al cabo el coche era de Vera y se lo dejaba prestado. ¿Por qué pensaba de forma tan negativa? ¿Por qué era tan desagradecida con ella?

      Meg se ajustó las gafas de montura negra a la nariz y miró su reloj. Llegaba once minutos tarde. Siguió subiendo. Con suerte la señora Xavier, su supervisora, estaría todavía en la cafetería y no se daría cuenta de que llegaba tarde. Meg abrió la pesada puerta por la que se accedía a la planta y pasó volando por la recepción.

      No había hecho más que dar dos pasos cuando se dio cuenta de que la habían pillado porque allí frente a ella estaba el propietario y presidente de Forrest Jewelry, Nathan Forrest. Levantó la mirada de un informe que estaba leyendo y entrecerró los ojos.

      –Buenos días, señor Forrest –tartamudeó Meg, casi sin aliento.

      –Señorita Gilbert –asintió él. Con aquel gesto tan insignificante, Meg se sintió como si le hubieran dado un reglazo en la mano. Roja como un tomate, continuó hasta su despacho.

      Por suerte la señora Xavier estaba en la cafetería. Sin embargo el resto de sus compañeros se dieron cuenta de que llegaba tarde, pero simplemente la saludaron y le preguntaron que qué le había pasado.

      –He tenido problemas con el coche –les contestó ella. A continuación, encendió el ordenador y prosiguió el trabajo que había iniciado el día anterior.

      Al cabo de las dos horas Meg había terminado y la señora Xavier le asignó una nueva tarea. Siempre le estaba encargando algo nuevo. Parecía como si la estuviera poniendo a prueba continuamente.

      Meg estaba empezando a encontrarse cómoda, estaba empezando a pensar que no le iba a pasar nada por haber llegado tarde cuando levantó la mirada de su ordenador y vio al señor Forrest que la estaba observando desde la puerta, con en ceño fruncido.

      Continuó escribiendo pero se sintió aterrada. No podía perder aquel puesto de trabajo. Necesitaba el dinero.

      Empezó a sentir que el corazón le latía a toda velocidad. Vio que el señor Forrest se acercaba a ella. Al cabo de unos segundos su sombra tapó la luz procedente de los fluorescentes. Apoyó sus manos en su mesa. Ella miró y sonrió.

      –¿Sí?

      –¿Puede por favor venir a mi despacho, Margaret?

      La boca se le secó. Se puso de pie y empezó a abrocharse los botones de su chaqueta. El silencio de sus compañeros la acompañaron cuando pasó al lado de sus mesas.

      Siguió a su jefe. Pasaron por la recepción y se metieron en su despacho. El despacho del señor Forrest estaba enmoquetado. Las paredes eran de color crema, con muebles estilo siglo dieciocho. Por la ventana que había detrás de su mesa


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