La madre secreta. Lee WilkinsonЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Lee Wilkinson
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La madre secreta, n.º 1037 - enero 2021
Título original: The Secret Mother
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-116-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
DESDE la ventana de su salita, junto al cuarto de los niños, Caroline veía la nieve caer sobre Morningside Heights. Copos suaves y ligeros revoleteaban en el cielo oscuro, depositándose contra el cristal y cubriendo los árboles con un manto blanco.
De repente, sintió un escalofrío. La nieve siempre le hacía recordar. Traía el pasado de vuelta, con toda su crueldad. El paso de los años, ¿no aliviaría el dolor, no cicatrizarían las heridas emocionales como lo habían hecho las físicas?
En el espejo éstas ya no se notaban y ni siquiera podía percibirlas con las yemas de los dedos. Cierto que aún estaba algo demacrada, parecía mayor para su edad, pero, irónicamente, ahora era casi una belleza mientras que antes sólo había sido meramente atractiva.
Un golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
–Espero no molestarte –dijo Lois Amesbury, su jefa, siempre educada, además de agradable y amistosa–. Quería decirte que ya está decidido. Mi marido tiene que incorporarse a su puesto en el hospital de Burbeck antes de Año Nuevo, así que nos marcharemos a California durante las vacaciones de Navidad…
La posibilidad de mudarse a la costa oeste se había mencionado y comentado con anterioridad pero Caroline había procurado no pensar en ello.
Hacía más de dos años que los Amesbury, tras oír parte de su historia, se habían arriesgado a contratarla, una mujer callada y de ojos tristes, como niñera de sus gemelas, que ahora tenían tres años. Con ellos se sentía segura y, aunque no era feliz, estaba relativamente a gusto. La mudanza suponía un gran cambio, una separación que Caroline no deseaba.
–Echaré de menos Nueva York –continuó Lois, sentándose frente a ella–, pero estoy deseando ejercer la abogacía en Oakland y seremos casi vecinos de mi familia. Mi madre se muere de ganas de ocuparse de las niñas…
Niñas que habían servido para llenar los brazos vacíos y el corazón destrozado de Caroline.
–Aunque sospecho que las va a mimar demasiado… –Lois percibió la desolación que la joven trataba de ocultar y calló bruscamente. Tras unos segundos continuó con tono práctico–. En realidad he venido a decirte que Sally Dowers me ha llamado para preguntarme si necesitas otro empleo. Conoce a un rico hombre de negocios que necesita una niñera de confianza y está dispuesto a pagar muy buen salario.
»Tiene una niña, aproximadamente de la misma edad que las mías. Es divorciado o viudo, no estoy segura. Aunque eso no importa… la abuela se ocupaba de la niña, pero murió súbitamente hace unos meses. Creo que la niñera que contrataron no le gustaba a la pobre nena, que prefería estar con el ama de llaves. Cuando el padre descubrió lo que ocurría despidió a la niñera; necesita a alguien de confianza que pueda incorporarse de inmediato. Mañana estará en casa, por si quieres ir a verlo.
–Pero yo no puedo incorporarme de inmediato…–protestó Caroline. Lois hizo un elegante gesto de rechazo con la mano.
–Hoy he terminado de recoger en la oficina; estaré en casa hasta que nos mudemos; si decides aceptar el trabajo puedo apañarme sin problemas. Has sido una bendición para nosotros y te estoy muy agradecida. Por eso preferiría verte establecida antes de que nos marchemos.
»Él se llama Matthew Carran. Vive en el edificio Baltimore, en la Quinta Avenida. Aquí tienes el teléfono y la dirección –dijo, pasándole una hoja de papel–. Bueno, tengo que dejarte. Vamos a un concierto en el Octagon Hall, a no ser que esté nevando demasiado…
Aunque Caroline aceptó el pedazo de papel automáticamente, no había oído una sola palabra desde el nombre Matthew Carran.
Los latidos del corazón le resonaban en los oídos, y una profunda oscuridad amenazaba con engullirla. Cuando la puerta se cerró, inclinó la cabeza y la puso entre las rodillas. Segundos después, se le pasó el mareo y se irguió en el asiento. Era casi increíble que el hombre que necesitaba una niñera con urgencia fuera el único para el que no podía trabajar.
¿Sería el mismo hombre? La dirección era distinta. Matthew era un nombre