Cambio de vida. Sharon KendrickЧитать онлайн книгу.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 1998 Sharon Kendrick
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Cambio de vida, n.º 1049 - enero 2021
Título original: Make-Over Marriage
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-105-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
TODD Travers sacó una zapatilla de ballet de detrás de la tetera y masculló algo no muy agradable entre dientes. Pensó por un momento en tirarla al otro extremo de la brillante y espaciosa cocina, pero se resistió. Probablemente desaparecería para siempre en aquella ruidosa y caótica casa suya y podía imaginar muy bien el pánico consecuente.
–¿Es que nunca recogen nada estas chicas? –preguntó con una voz tan profunda y grave que la mayor parte de la gente que lo conocía por primera vez pensaba que era una actor de teatro en vez de un hombre de negocios con una de las carteras de clientes más respetadas de Londres.
Anna alzó la cabeza para mirar a su marido. Estaba sentada en el suelo limpiando tres pares de zapatos y le estaba empezando a doler el cuello. Mientas tanto, Todd había roto la costumbre de toda una vida y había llegado a casa pronto ese día. ¡Y todavía no le había dicho por qué!
Sus profundos ojos azules eran soñadores y distantes, pero los enfocó al instante con placer en la dura simetría de las facciones de su marido. Inconscientemente el corazón se le aceleró al deslizar la mirada sobre él antes de lanzar un suspiro.
Todd era uno de esos hombres que se podían describir como demasiado atractivos para su propio bien, aunque Anna no tenía quejas al respecto. Alto, atlético, un cuerpo fibroso y duro, con fuertes y musculosas piernas tenía la gracia natural de un deportista. Su espeso pelo negro era un poco rizado y cuando sonreía era como si saliera el sol.
De hecho, si alguien le preguntara a Anna que hiciera una lista con sus características menos atractivas, se hubiera quedado paralizada, pero también era cierto que ella era un caso perdido en lo referente a Todd y a veces tenía que darse un pellizco por si acaso todo su matrimonio resultaba ser un sueño.
Diez años y tres hijos no habían hecho nada por disipar el asombro que a veces sentía al pensar que estaba casada con un hombre tan guapo como Todd Travers.
–¿Hum? –musitó ausente posando con cuidado el cepillo embadurnado de betún en una hoja de papel–. ¿Qué estabas diciendo, cariño?
–Las chicas –repitió él con impaciencia–. Nunca dejan nada en su sitio, ¿no te parece?
Anna desvió la mirada hasta la cómoda francesa donde había colocado un retrato de sus trillizas a los diez años con sus rizos de color ceniza y sus oscuros ojos azules como los de su madre.
Era una fotografía muy halagadora tomada por uno de los mejores fotógrafos de Londres, que había admirado al instante el profesionalismo de las niñas. Pero tal profesionalismo no era sorprendente ya que Natalia, Natasha y Valentina Travers llevaban con éxito su carrera de modelos para publicidad y televisión desde hacía dos años.
Las tres chicas habían sido descubiertas por un director de casting cuyo hijo iba a la misma escuela que ellas en Kensington, la misma escuela a la que Anna había ido de pequeña. Las trillizas habían estado locas por participar en una campaña de supermercados para televisión, pero Anna y Todd habían tardado mucho en convencerse hasta estar seguros de que sus estudios no sufrirían menoscabo.
Desde entonces, las tres chicas habían trabajado en exclusiva para Premium Stores, una vasta cadena se supermercados extendida por toda Inglaterra. Aparecían regularmente en televisión y sus caras sonrientes, muy parecidas a las de Anna, estaban constantemente en los grandes paneles de anuncios por toda la nación. Y sus compañeros de colegio estaban muy celosos de ellas, porque, como Valentina misma había dicho: a nosotras nos pagan por comer galletas.
Ya eran todas unas veteranas, pensó Anna con una suave sonrisa al mirar sus caras expresivas.
–Ya sé que son un poco desordenadas.
Su marido frunció las oscuras cejas de ébano que enmarcaban unos