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Los perfeccionistas - Simon Winchester


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      Los perfeccionistas

      TURNER NOEMA

      Los

      perfeccionistas

      Cómo la precisión creó

      el mundo moderno

      Simon Winchester

      traducción de Joaquín Díez-Canedo

      Título:

      Los perfeccionistas. Cómo la precisión creó el mundo moderno

      © Simon Winchester, 2021

      Edición original:

      The Perfectionists. How Precision Engineers Created The Modern Worl, HarperCollins, 2018

      De esta edición:

      © Turner Publicaciones SL, 2021

      Diego de León, 30

      28006 Madrid

      www.turnerlibros.com

      Primera edición: febrero de 2021

      De la traducción:

      © Joaquín Díez-Canedo, 2021

      Diseño de la colección:

      Enric Satué

      Ilustración de cubierta:

      Calibrador Vernier con engranaje de la rueda. © iStock

      Las imágenes incluidas en el libro son de dominio público, excepto la del micrómetro de Maudslay (p. 83), cortesía de la Science Museum Group Collection, y el diagrama de la fractura del tubo del vuelo de Qantas (p. 204), cortesía del Australian Transport Safety Bureau.

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con

      la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

      Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos)

      si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra

      (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45).

      ISBN: 978-84-18428-36-4

      EISBN: 978-84-18428-27-2

      DL: M-30530-2020

      Impreso en España

      La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:

      [email protected]

      Para Setsuko

      Y en recuerdo de mi padre, Bernard Austin William Winchester (1921-2011), hombre muy meticuloso

      Al momento de estar leyendo las páginas que siguen, podría ser provechoso tener en mente estos breves fragmentos del escritor Lewis Mumford (1895-1990):

      Hoy el ciclo de la máquina se aproxima a su término. Mucho ha aprendido el hombre de la férrea disciplina y el ingenioso y decidido dominio de lo que es prácticamente posible con que la máquina nos ha provisto en los últimos tres siglos; pero no podemos permanecer en el mundo de las máquinas como no podríamos habitar con éxito en la superficie desierta de la Luna.

      la cultura de las ciudades (1938)

      Debemos conceder el mismo peso a provocar emociones y a la expresión de valores morales y estéticos que damos hoy a la ciencia, a la inventiva, a la organización práctica. Lo uno es impotente sin lo otro.

      values for survival [valores para la sobrevivencia] (1946)

      Olvídense del maldito automóvil y construyan las ciudades para albergar amigos y enamorados.

      my works and days [mis trabajos y mis días] (1979)

      ÍNDICE

       prólogo

      i estrellas, segundos, cilindros y vapor

      ii extremadamente plano e increíblemente próximo

      iii un arma en cada hogar, un reloj en cada cabaña

      iv en el umbral de un mundo más perfecto

      v la irresistible tentación de la carretera

      vi precisión y peligro a diez kilómetros de altura

      vii una estrella, un píxel

      viii ¿dónde estoy y qué hora es?

      ix escurrirse más allá de las fronteras

      x la necesidad de buscar un equilibrio

      epílogo. La medida de todas las cosas

       agradecimientos

       bibliografía

      prólogo

      El fin de la ciencia no es abrir la puerta al conocimiento infinito, sino fijar un límite al error infinito.

      bertolt brecht, vida de galileo (1939)

      Estábamos por sentarnos a cenar cuando mi padre, con un guiño cómplice, dijo que tenía algo que mostrarme. Abrió su portafolios y de él extrajo una caja de madera grande y evidentemente pesada.

      Era una tarde de invierno londinense de mediados de los cincuenta, seguramente penosa, fría y envuelta en un esmog amarillento. Yo tendría unos diez años y había llegado a casa de la escuela donde me hallaba interno para pasar las vacaciones de Navidad. Mi padre acababa de regresar de su fábrica en el norte de Londres, sacudiéndose copos de la gris nevisca industrial de los hombros de su abrigo de oficial del ejército. Estaba de pie delante de la estufa de carbón para calentarse, con la pipa entre los dientes. Mi madre se atareaba en la cocina y pronto llevó al comedor lo que había preparado para cenar.

      Pero primero estaba el asunto de la caja.

      La recuerdo muy bien aún hoy, pasados más de sesenta años. Tenía unas diez pulgadas de ancho y tres de altura, más o menos del tamaño de una lata de galletas. Era claramente un objeto de cierta calidad, de madera de encino barnizada, en el que se advertían el uso y el cuidado. En la tapa, sobre una placa de latón, estaba


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