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La hija oculta. Catherine SpencerЧитать онлайн книгу.

La hija oculta - Catherine Spencer


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      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Catherine Spencer

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      La hija oculta, n.º 1062 - enero 2021

      Título original: The Secret Daughter

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1375-102-3

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      TANYA sacó la invitación arrugada de la papelera, donde Imogen la había tirado, la alisó y dijo:

      –¿Qué quieres decir con eso de que vas a escribir diciendo que no vas? La directora del instituto se va a jubilar y tu pueblo natal celebra su centenario. Es una oportunidad caída del cielo.

      –¿Para hacer qué? –Imogen ni se molestó en levantar la cabeza del diseño en el que estaba trabajando para las ventanas de la señora Lynch-Carter.

      –Pues para hacer las paces con tu madre. ¿O vas a esperar a que se muera para reconciliarte con ella? Porque si eso es lo que vas a hacer, te aseguro que vas a tener sentimiento de culpa durante el resto de tu vida.

      –Si mi madre quiere verme, Tanya, sabe dónde vivo.

      –Pero tú fuiste la que dijiste que no ibas a volver a su casa nunca más. Yo creo que tienes que ser tú la que dé el primer paso –Tanya adoptó un tono convincente, el mismo que utilizaba para dirigirse a los clientes que pensaban que el dinero y el buen gusto iban parejos de la mano–. Enfréntate a ello, Imogen. Te duele tener desavenencias con tu madre. Y seguro que a ella también.

      –Lo dudo –respondió Imogen, recordando la rapidez con la que Suzanne Palmer la había echado del pueblo e incluso del país cuando supo que su hija había caído en desgracia–. Cuando más la necesitaba, mi madre me abandonó.

      –¿Y te sientes mejor castigándola por ello? –insistió Tanya–. ¿Nunca has pensado que a lo mejor está arrepentida y que quiere reconocer su error? Si esperas más tiempo, puede ser demasiado tarde para rectificar. Hazlo ahora mientras puedes, ése es mi consejo.

      A decir verdad, Imogen había pensado lo mismo muchas veces. Últimamente, echaba mucho de menos a su madre. Tener a alguien que quisiera manejar todo lo que hacías en la vida era mejor que no tener a nadie.

      ¿Podrían empezar una nueva relación, no como madre hija, sino como dos adultos que se respetan? La adolescente con problemas, que no supo dónde acudir, se había convertido en una mujer de veintisiete años, independiente. ¿Debería comerse su orgullo y tender una ramita de olivo?

      –Es viuda y tú eres la única persona que tiene en este mundo –insistió Tanya.

      La sola idea de imaginarse a Suzanne vieja le pareció ridícula. Seguro que su madre no se lo había permitido a sí misma. Habría hecho cualquier cosa, antes que someterse al paso del tiempo. Ya tenía sesenta años.

      Notando que estaba ganando la batalla, Tanya intentó aprovecharse.

      –Si lo que estás buscando es una excusa, ésta es una buena –le dijo, señalando la invitación–. ¿Qué mejor razón para ir a verla y decirle que pasabas por allí y decidiste visitarla, para ver qué tal le iban las cosas?

      –Mi madre no es tonta, Tanya. Se dará cuenta de que es mentira.

      –¿Y qué más da si se da cuenta? A veces una mentira piadosa es lo mejor, en especial si con ello se evita tener que restregarle a uno por las narices los errores que cometió en el pasado.

      Visto de esa manera, le pareció un gesto de inmadurez no aprovechar la ocasión para poner fin a aquel distanciamiento. A Imogen le gustaba pensar que, durante todos los años que habían pasado desde que Joe Donnelly había entrado y salido de su vida, con el mismo impacto que causa un meteoro surcando el espacio, había madurado lo suficiente como para enfrentarse a lo que se tuviera que enfrentar, sin derrumbarse en el proceso.

      Sin embargo, volver a Rosemont implicaba muchas más cosas que tener que enfrentarse a su madre.

      –Claro que, si hay otra persona allí a la que temas ver, a lo mejor…

      La sonrisa tan sagaz que Tanya le dirigió, dio en el blanco. Poniéndose a la defensiva,


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