Эротические рассказы

Alguien que te quiera con todas tus heridas. Raphael Bob-WaksbergЧитать онлайн книгу.

Alguien que te quiera con todas tus heridas - Raphael Bob-Waksberg


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el que elijas, sea el que sea, y creo que es importante fiarse de lo que dice la gente».

      Asiento.

      «Dicho esto», por algún motivo continúa hablando, «se le ha iluminado la cara cuando ha visto el Wojnowski».

      Pienso en Dorothy. Me acuerdo de nuestra primera cita, cuando quise llevarla al autocine, pero me rechazaron la tarjeta de crédito. Me sentí un imbécil, pero se le ocurrió que condujésemos hasta la colina para ver la película sin sonido. Nos inventamos los diálogos, lo que por alguna tonta razón resultó ser más romántico y divertido, y aquella noche me prometí que haría lo que hiciera falta para amar a esa mujer durante el resto de mi vida.

      «¿Podría reservar el Wojnowski?», le pregunto. «No puedo permitírmelo ahora mismo, pero quiero comprarlo».

      Sabrina gesticula. «No debería… pero parecéis tan enamorados… Quizás pueda esconderlo en algún sitio un par de semanas». Me guiña un ojo y el corazón se me llena de pajaritos que emprenden el vuelo, y tomo nota mental de que tengo que dejarles una buena review en Yelp y llamar a nuestra primogénita como Sabrina la Dependienta.

      Me meto en el coche y Dorothy me dice: «No me digas cuál has elegido. Quiero que sea sorpresa».

      «No he elegido ninguno», le digo. «He tomado la decisión de ser yo mismo el que fabrique un huevo con cartulinas y limpiapipas».

      «Ja-ja». Y continúa: «No, pero es broma, ¿verdad?».

      «Pensaba que querías que te sorprendiera».

      «Este debe de ser un lugar de trabajo agradable», dice Dorothy. «Te pasas el día rodeado de parejas felices y enamoradas a las que ayudas a planear su futuro juntos».

      Le digo: «Sí, y ni siquiera hace falta un máster en Trabajo Social».

      Dorothy me lanza una mirada en plan Venga, tío.

      Y yo le devuelvo otra en plan ¡Es solo un comentario!

      Y ella me mira en plan ¿Qué voy a hacer yo contigo?

      La buena noticia es que al día siguiente tiene lugar un accidente en la cantera en el que Frankie Scharff se rompe el peroné. No es que sea una buena noticia para Frankie Scharff, quien ya tiene que cuidar de su marido, que tiene una discapacidad, o para Joey Zlotnik, el tío que se encarga de subirse a la escalera para actualizar la señal de días transcurridos desde el último accidente laboral, porque cuando se puso a colocar el cero gigante, se cayó de la escalera y se rompió el peroné; pero sí que son buenas noticias para mí, porque eso significa que puedo hacer turnos extra en la cantera. Lo que también es un arma de doble filo, lo sé, porque cuantas más horas trabaje, más posibilidades habrá de que tenga un accidente y me rompa el peroné, pero tal y como yo lo veo, las ventajas superan a los inconvenientes. Tal y como yo lo veo, las ventajas son:

      1 Me hace parecer una persona ambiciosa y un buen trabajador en equipo a ojos de David y de David el de Dirección.

      2 Me pagan más. Esta ventaja es clave, porque implica que así puedo costear los gastos no previstos que puedan aparecer, como, por ejemplo, que mi prometida de repente decida que quiere un Huevo Promesa Wojnowski o un Coro Aullante en la boda, aunque sepa que son cosas que no habíamos presupuestado.

      3 Me pagan más. Esto está relacionado con la anterior ventaja, pero no es exactamente lo mismo. El anterior «Me pagan más» atiende a motivos prácticos, pero este tiene que ver más con un tema espiritual. Durante el tiempo que pase haciendo horas extra en la cantera podré pensar en que estoy ganando más dinero para así cubrir los gastos de la boda y los de la vida que voy a pasar con mi futura esposa. Esto me produce una sensación positiva, la de ser el sostén familiar, cosa que resulta muy vergonzosa y trasnochada, y si alguien me hiciera preguntas sobre el tema yo lo negaría, pero lo cierto es que sienta bien.

      4 Me ahorro discusiones con Dorothy por cosas de la boda. Este punto me hace sentirme menos bien, pero lo cierto es que conforme más se acerca la boda, más discutimos. Nuestra desavenencia más reciente es si habríamos de participar en la tradicional Semana del Yacimiento con el Gran Cura Kenny Sorgenfrei.

      «Tengo que yacer con el Gran Cura Kenny Sorgenfrei», dice Dorothy, «para que así pueda confirmarle a todo el pueblo mi virginidad».

      «Pero es que no eres virgen», le digo. «No lo somos ninguno de los dos».

      «El tema no es ese», dice. «Es una tradición. Si el Gran Cura Kenny Sorgenfrei no le dice a todo el pueblo que soy virgen, mi madre va a pasar una vergüenza tremenda».

      Así que allá que va ella a yacer con el gran cura y yo a echar más horas en la cantera.

      Voy a visitar a Frankie Scharff a su casa y le llevo un guiso. Quizás no haya sido muy buena idea, porque aunque Frankie se alegra mucho de ver a un colega del trabajo, la situación en sí me deprime bastante. Vive en un apartamento diminuto con su marido y sus tres hijos. Me sabe mal juzgarla, porque está claro que cada uno se apaña como puede, pero el fregadero está repleto de platos y las paredes tienen humedades (ojo, esto no es culpa de Frankie o de su marido, que parece un buen tío), pero lo peor de todo es el Huevo Promesa que descansa en un rincón. Me doy cuenta de que es uno de los huevos de cobre de la tienda (uno de los que estuve a punto de comprar para nosotros). En la tienda resultaba sencillo, modesto —hasta elegante—, pero en el apartamento de Frankie lo veo tal y como es en realidad: cutre.

      Vuelvo a la tienda de huevos y compro el Wojnoswski. Lo cargo a dos tarjetas de crédito diferentes. Me hago la composición mental de que si me cojo todas mis vacaciones cuando no sea temporada alta, podré trabajar durante las vacaciones y que me paguen así horas extra.

      ¿Deseo pagar cincuenta dólares más para que graben nuestros nombres en el huevo de plata de ley Felix Wojnowski de 1954? Ya lo creo que quiero. ¿Deseo comprar también la urna especial que va a juego con el huevo? Hombre, por supuesto. ¿Y quién se va a encargar de sostener el huevo durante la ceremonia?

      «Podemos contrataros a un eunuco de la Iglesia del Dios del Vino», ofrece Sabrina la Dependienta. «Saben lo que se hacen. El Wojnowski pesa más de lo que parece, y he visto cómo más de una boda se echaba a perder porque le pidieron a un primo segundo que sostuviera el Huevo Promesa y acabó cayéndosele a mitad de la ceremonia».

      «Vale», le digo. «¡Pues hagámonos con ese eunuco!».

      Esa noche estoy emocionadísimo y me cuesta dormirme, así que conduzco hasta un desfiladero y me pongo a contemplar el agua. Pienso en Dorothy, que en ese momento está yaciendo con el gran cura, sin tener ni idea de lo que su futuro marido acaba de hacer por ella. Sé que el huevo en sí no tiene importancia; sé que lo que de verdad importa es lo mucho que la quiero; pero el huevo es un símbolo de ese amor, y cuando pienso en el símbolo tan bonito que he escogido me siento orgulloso y afortunado y dichoso. Pienso en Dorothy —pienso en la forma en la que deja descansar su cabeza sobre mi pecho y nos vamos quedando dormidos— y me siento orgulloso y afortunado y dichoso.

      Y entonces ocurre la peor cosa posible: Gavin Cachef­­ski dobla turno en la cantera, se queda pegado a un taladro eléctrico y cinco tíos se rompen el peroné.

      David y David convocan una reunión a la que ha de asistir toda la plantilla.

      «Se ha acabado lo de doblar turnos», dice uno de los Davides. El David que habla. «Se está rompiendo el peroné demasiada gente».

      La muchedumbre protesta y el otro David, el que no habla, susurra algo al oído de David.

      «Y además», dice David, «desde hoy mismo, no vamos a pagar la mitad más a los que trabajen en vacaciones».

      «¡Pero eso no es justo!», grito. «Yo ya contaba con ese dinero».

      «¡Y yo!», grita Jose, cuya cocina se hundió hace poco en un socavón.

      «¡Y todos!», grita Deb, quien tiene un hijo con los huesos fastidiados.

      «No es una cuestión dinero», dice David. «El tema aquí es vuestra seguridad. En la cantera somos


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