Curso de sociología general 2. Pierre BourdieuЧитать онлайн книгу.
por el camino mi caso particular… Hablaba de la ilusión de simultaneidad que es un fundamento objetivo de una visión del complot. La visión del complot es en verdad una forma elemental de la percepción del mundo social. Su probabilidad de aparición es desigual según las clases sociales, los medios, los momentos; será llamativamente fuerte en la pequeña burguesía declinante. Dicho esto, puede encontrar condiciones objetivas. Aquí, si lo que digo es cierto, hay un efecto de campo. En determinado momento, un hombre está a la cabeza en el hit parade de los intelectuales. Ahora que Aron [segundo en el palmarés] ha muerto,[111] se ve con claridad quién puede ser el próximo sobre quien arrecien los dardos. Efectos de campo van a provocar la obligación de celebrar, en un contexto tal que la licitud del antiintelectualismo crece, y existen buenas oportunidades de ver aparecer… Puedo decir lo que pensaba: por ejemplo, le puede tocar a Foucault. Así, estamos ante un efecto de ilusión bien fundada: los efectos de campo, combinados con efectos de posición ligados al habitus, pueden engendrar formas de invenciones simultáneas en todos los puntos del campo, desde Le Point hasta Libération, y podemos ver aparecer cosas que acaso se perciban como una campaña. Ahora bien, hay multitud de campañas, y desde el punto de vista del disimulo, de la violencia simbólica, las mejores son las campañas sin sujeto.
Creo que debo dejar aquí. De todos modos, digo muy rápidamente que los objetos percipientes van a tener propiedades de visibilidad y legibilidad. Eso, todo el mundo lo nota bien: habida cuenta de las categorías de percepción de los periodistas, que son personas presionadas (habría que caracterizar aquí su formación social, sus categorías de percepción, lo que tienen interés en ver y en no ver), hay gente que va a ser más visible y legible y hay también gente que va a tener mayor propensión que otra a hacerse ver y a ser bien vista; hay por tanto gente que se hará ver mejor y será mejor vista. A priori, todo esto puede deducirse: las personas mejor vistas serán las que tengan los habitus más próximos a sus jueces. Hay complicidades entre quien juzga y quien es juzgado: sin lugar a duda, los intelectuales-periodistas van a considerar muy bien a los periodistas-intelectuales, y recíprocamente. Por eso, habrá una suerte de cota de afecto estructural que nada tiene que ver con “es mi amigo/mi amiga” y que a lo sumo se intensifica por la proximidad personal.
Por lo general, se buscan pequeñas causas, y la explicación, desde el punto de vista histórico, pondrá el acento sobre el rol de las mujeres en la historia o, en la historia de la literatura, sobre la actuación de los salones. Es muy importante tomar en cuenta esas pequeñas causas, pero de ningún modo son accidentales, son estructurales: son afinidades de habitus (“juntos nos sentimos bien”) que nada tienen que ver con manipulaciones conscientes del mercado. Por un lado estarán las afinidades de habitus y por otro –aquí es donde la cosa se vuelve muy complicada– estrategias de condescendencia. Un factor que tomar en cuenta en las relaciones entre los intelectuales y los periodistas es la estructura del campo de producción y la posición particular que ocupa el campo de los críticos –escritores-artistas, artistas-escritores– en el campo de producción. Hace un rato definí esa posición: es culturalmente dominada y temporalmente dominante. Una de las estrategias por medio de las cuales se expresará la inquietud de ser bien visto será una categoría particular de la clase de las estrategias de condescendencia. En razón de la definición del intelectual en un momento dado del tiempo (la que se constituyó desde Voltaire, Zola, Gide, Sartre, etc.), los intelectuales deseosos de ser reconocidos como tales deben ir más allá del desempeño que consiste en escribir libros. Por ende, necesitan periodistas. Si uno quiere ser intelectual, tendrá que valerse de los periodistas. Esto forma parte de la definición del papel desempeñado porque, en definitiva, ser un intelectual es ser un gran científico (por ejemplo…) más algo más, y ese algo más es dado por el periodismo. En ese momento, los intelectuales que quieren ser bien vistos reconocen eo ipso cierta legitimidad al veredicto de los jueces y pueden reconocérsela a estos mediante estrategias de condescendencia que pueden rozar con el cinismo. En el mundo social, en efecto, no todas las estrategias son inconscientes. Lo son mucho más de lo que se cree, pero no lo son totalmente. Tendré que retomar esto. Digamos que si esas personas están dotadas de legitimidad es porque reciben un reconocimiento, incluso de quienes menos creen tener el derecho de juzgar.
[68] Véanse los análisis sobre el “primer rechazado”: “La magia social siempre logra producir lo discontinuo con lo continuo. El ejemplo por excelencia es el del concurso, punto de partida de mi reflexión: entre el último admitido y el primer rechazado, el concurso crea diferencias de todo o nada, y para toda la vida. Uno será alumno de la École Polytechnique, con todas las ventajas concomitantes, otro no será nada” (P. Bourdieu, “Les rites comme actes d’institution”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, 43, Rites et fétiches, junio de 1982, pp. 58-63; la cita, en p. 60 [ed. cast.: “Los ritos como actos de institución”, en Julian Pitt-Rivers y John George Peristiany (comps.), Honor y gracia, trad. de Paloma Gómez Crespo, Madrid, Alianza, 1993, pp. 111-123]). [Se llama normaliens a los alumnos y egresados de la École Normale Supérieure. Véase más adelante, en esta clase, nota al respecto; además, en el vol. 1 de este Curso y en La reproducción constan análisis sobre el “primer rechazado”. N. de E.]
[69] La carta robada (1844) es una novela breve de Edgar Allan Poe: un ministro le roba una carta a la reina. La policía realiza inspecciones muy minuciosas en busca del sitio donde está oculta, pero el ministro, en vez de esconderla, la ha dejado a la vista de todos, sobre la base del principio de que hay cosas que “escapan al observador por el hecho mismo de su excesiva evidencia”. En abril de 1955, Jacques Lacan dictó “Le séminaire sur ‘La lettre volée’”, reprod. en Écrits, París, Seuil, 1966, pp. 11-61 [ed. cast. rev. y corr.: “El seminario sobre ‘La carta robada’”, en Escritos, vol. 1, trad. de Tomás Segovia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, pp. 23-69].
[70] Véase Max Weber, Économie et société, vol. 1, ob. cit.; sobre todo, pp. 326-336.
[71] Véase P. Bourdieu, “L’opinion publique n’existe pas”, cit.
[72] Véase P. Bourdieu, “Post-scriptum: Éléments pour une critique ‘vulgaire’ des critiques ‘pures’”, en La distinction. Critique sociale du jugement, París, Minuit, 1979, pp. 565-585 [ed. cast.: “Elementos para una crítica ‘vulgar’ de las críticas ‘puras’”, en La distinción. Criterios y bases sociales del gusto, trad. de María del Carmen Ruiz de Elvira, Madrid, Taurus, 1988, pp. 496-512].
[73] No es imposible que haya aquí una alusión al libro de Raymond Boudon que había aparecido con ese título algunos años antes (La logique du social. Introduction à l’analyse du social, París, Hachette, 1979 [ed. cast.: La lógica de lo social. Introducción al análisis sociológico, trad. de Luis Horno Liria, Madrid, Rialp, 1981]) y que, en cierto sentido, también planteaba la cuestión del “misterio de los hechos sociales” (a la cual daba la respuesta del “individualismo metodológico” fundado sobre la noción de “efectos emergentes”).
[74] Bourdieu hace una alusión a la corriente sociológica denominada “individualismo metodológico”, uno de cuyos teóricos importantes es Raymond Boudon.
[75] Se trata de la encuesta sobre los profesores de la Universidad de París publicada en Homo academicus, que aparecerá en noviembre de 1984. La cuestión aquí mencionada por Bourdieu se aborda en un pasaje de la introducción del libro dedicado a la distinción entre individuos empíricos e individuos epistémicos: véase P. Bourdieu, Homo academicus, ob. cit., p. 34 y ss.
[76] Véase