Jane Eyre. Charlotte BronteЧитать онлайн книгу.
Singular desde su complicada infancia de huérfana, primero a cargo de una tía poco cariñosa y después en la escuela Lowood, Jane Eyre logra el puesto de institutriz en Thornfield Hall, para educar a la hija de su atrabiliario y peculiar dueño, el señor Rochester. Poco a poco, el amor irá tejiendo su red entre ellos, pero la casa y la vida de Rochester guardan un estremecedor y terrible misterio.
Charlotte Brontë
Jane Eyre
Prefacio
Al no ser necesario hacer un prefacio a la primera edición de Jane Eyre, no lo hice. Esta segunda edición requiere unas palabras, tanto de agradecimiento como de comentario diverso.
Debo expresar mi agradecimiento a tres sectores.
Al público, por su indulgencia al aceptar una narración sencilla con pocas pretensiones.
A la prensa, por su honrado apoyo a un aspirante desconocido.
A mis editores, por su ayuda y su tacto, su energía, su sentido práctico y su generosidad para con un autor desconocido sin recomendaciones.
La prensa y el público solo son personificaciones imprecisas para mí, y debo darles las gracias de forma imprecisa; pero mis editores son de carne y hueso, como también lo son ciertos críticos magnánimos, que me han alentado como solo las personas nobles de gran corazón saben animar a un luchador desconocido. A estas personas, es decir, a mis editores y a estos buenos críticos, les digo: caballeros, les doy las gracias desde el fondo de mi corazón.
Habiendo mencionado de esta forma lo que les debo a aquellos que me han ayudado y aprobado, dirijo mi mirada a otro grupo; un grupo pequeño, por lo que sé, pero no por eso debo descuidarlo. Me refiero a unos cuantos timoratos o criticones que desconfían de tales libros como Jane Eyre, a cuyos ojos, todo lo que se sale de lo común está mal; y cuyos oídos detectan, en todas las protestas contra la intolerancia —padre de todo delito—, una ofensa contra la piedad, regente de Dios sobre la tierra. A estos recelosos, quisiera proponer algunas distinciones evidentes, y recordarles ciertas verdades básicas.
El convencionalismo no es la moralidad. La santurronería no es la religión. Atacar aquella no es defender esta. Quitarle al fariseo