No es exagerado afirmar que uno de los retos de las políticas de la Unión es el de alcanzar la consolidación del Espacio Europeo de Justicia, el cual se ha ido diseñando partiendo de unos ordenamientos jurídicos diversos, cada uno con su peculiar idiosincrasia. En este camino, la consagración del principio de reconocimiento mutuo, como piedra angular, supuso un hito en la definitiva consolidación de la cooperación judicial penal. No obstante, pronto empezaron a ponerse de manifiesto los primeros obstáculos en su aplicación nacidos de la falta de confianza entre los Estados miembros, siempre con el telón de fondo de los distintos niveles de protección de los derechos fundamentales de las partes que se ven envueltas en un proceso penal. De una parte, la diversidad legislativa, de otra las garantías y principios que informan el sistema y que forman parte de nuestra identidad cultural y, por último, los instrumentos que ya forman parte de nuestro derecho positivo, y de cuyo éxito parece depender la solidez de este edificio, son los ejes sobre los que gravita esta obra. De igual forma, y en sintonía con los tiempos que corren, se aborda una reflexión a nivel europeo de lo que representa la incorporación de las nuevas tecnologías y, muy especialmente, la inteligencia artificial en el ámbito procesal. Decía Jean Monnet, en referencia a su país, que Francia es la nación de los Derechos del Hombre, pues parafraseando esta idea de uno de los padres de europeísmo, podemos decir que este trabajo, como muchos que le preceden, pretende ser un paso más en la elaboración doctrinal del apasionante proyecto de la creación de un Espacio Europeo de Justicia que ha de erigirse en garante de los derechos fundamentales. La ciencia jurídica tiene que estar a la altura, como lo ha estado siempre, en la búsqueda de las fórmulas de equilibro entre la eficacia y los principios de libertad y justicia.