Esta obra comprueba que la máquina del tiempo existe; para activarla, basta con abandonar el GPS, los grandes puntos en los mapas, las rutas más conocidas, y dejarse llevar por la tierra y los carteles oxidados. La condición es aceptar a la intuición como copiloto, y comenzar el viaje.
La provincia de Buenos Aires contiene varios mundos. Como si fueran capas de un universo que huele a tierra mojada y pampa, los caminos rurales –con sus cardos rusos y cortaderas– van conduciendo al viajero, y al lector, a lugares con imágenes propias de un sueño: pequeños pueblos recostados sobre el interminable mar Argentino donde se unen el campo y los médanos; viejas pulperías y almacenes de ramos generales, postas en las que se pueden oír charlas que han quedado abrazadas a los mostradores y paredes que resisten en esquinas legendarias el paso del tiempo.
Solitarios, estos caminos cruzan pueblos mínimos, donde viven familias y algunos personajes que bien podrían ser parte de alguna ficción. Pero son reales, y caminan por esa pampa irredenta, donde la polvareda se levanta como una cortina surreal que distorsiona el horizonte y donde el tiempo se ha detenido.
Este libro es un viaje a lo desconocido de una provincia que no cabe en un mapa, sino en el sentimiento y el asombro.