Van Dyck se acostumbró pronto al estilo de vida suntuoso de Rubens, y cuando viajó a Italia con unas cartas de presentación de su maestro, vivió en los palacios de sus mecenas, adoptando para sí una ostentación tan elegante que llegó a conocérsele como “el pintor caballero”. Después de su regreso a Amberes, sus mecenas fueron personas ricas y de la clase noble, y su propio estilo de vida se moldeó de acuerdo con el de ellos; de este modo, cuando en 1632 recibió la designación de pintor de la corte de Carlos I de Inglaterra, mantuvo un establecimiento casi principesco y su casa en Blackfriars era el lugar de moda. Pasó los últimos dos años de su vida viajando por el continente con su joven esposa, la hija de Lord Gowry. Su salud se había deteriorado por sus excesos de trabajo y volvió a Londres para morir. Fue inhumado en la catedral de San Pablo. Van Dyck trató de amalgamar las influencias de Italia (Tiziano, Veronese, Bellini) y Flandes y tuvo éxito en algunas pinturas que tienen una gracia conmovedora, como sus diferentes obras con los mismos títulos como Madona y la Sagrada Familia, Crucifixión y Descenso de la cruz, y también en algunas de sus composiciones mitológicas. En su juventud pintó muchos retablos llenos de sensibilidad religiosa y entusiasmo. Sin embargo, alcanzó una mayor fama como retratista, el más elegante y aristocrático jamás conocido. El gran Retrato de Carlos I en el Louvre es un trabajo único por su majestuosa elegancia. En sus retratos inventó un estilo de elegancia y refinamiento que se convirtió en un modelo para los artistas de los siglos XVII y XVIII, ya que correspondía al esmerado lujo de la vida en la corte del periodo. También es considerado como uno de los más grandes artistas del color.