Un mundo presidido por la ausencia de Dios. No hay distancia contemplativa. Hay vacío, conmoción. Esto es Oratorio. Un lugar de enunciación desde el cual percibir una orfandad mayúscula. Un extrañamiento radical. Una pieza musical desnuda que se aferra –como dice el epígrafe inicial de Malebranche– a la atención como «plegaria natural del alma». Las preguntas de Oratorio, formuladas desde la primera persona del plural, ajenas a la rabia o a la tentadora primicia de la liberación, bien podrían leerse como un canto a la perplejidad, a «la intuición que piensa», a esa conciencia que sabe, sin saberlo, que en el carozo de «la oscuridad que somos» algo debe celebrarse pues «lo que sigue es una fiesta/de perspectivas más que humanas».