La relación entre Rusia y Francia abarca tres largos siglos de atracción y unión, pero también de oposición y rechazo. Rusia, un estado-continente que se extiende por Europa y Asia, siempre ha afirmado ser una potencia europea. Y Europa, para Rusia, se encarna siempre en Francia: la de Luis XIV, la de la Ilustración, la Revolución o el Imperio, la de las ideas, la lengua, la cultura, la libertad y el poder. Durante tres siglos, Francia fascinó a los soberanos Romanov, deseosos de ser reconocidos, aceptados y amados, y de gozar de un estatus comparable al de Francia. Por su parte, Francia se opuso a esta asimilación, mirando a Rusia como a un país atrasado, bárbaro, ajeno a Europa y peligroso, hasta que tuvo que aliarse para hacer frente al poderoso Imperio alemán. Esa tensión es parte esencial de la historia europea, previa el cataclismo de la Primera Guerra Mundial. La autora reconstruye esta larga relación, para tratar de arrojar luz sobre un presente inquietante y difícil.