Quien entra a lo de escritor se granjea infinidad de enemigos. Hay que aprender a ser cojudo cuando se escribe, es cierto. Pero antes, y más importante aún, se debe aprender a tratar a los amigos, a esos con quienes se vuelven leves y hasta graciosas las pellejerías. No se entienda con esto sentimentalismos de gallipavo, porque hay aquí una molestia vital, signo de salud, que le mueve incluso contra sí mismo. Mena se halla incómodo, aunque no hace gala de «quejica». Duda de sí, y la sospecha es, ante todo, la de ser «víctima». Contra ello, para conjurarle, el humor: se está siempre riendo, burlándose de las desgracias propias, sin hacer parte las ajenas.