Del feudalismo al capitalismo. Carlos AstaritaЧитать онлайн книгу.
a la filosofía de Hegel, a la génesis del capitalismo o a la guerra civil en Francia.
[4] Por ejemplo, homologa al burócrata del antiguo Egipto con el de su época o el carisma del franciscano con el de un líder moderno. Esta carencia se dio a pesar de que, para Weber, la clase burguesa nacional surgió de la coalición del estado con el capital.
[5]La base de estas consideraciones está en primer lugar en la obra fundamental de Weber, Economía y Sociedad, en especial en su primera parte, donde explicita el procedimiento que lo lleva a elaborar sus tipos ideales (Weber, 1987). Se corrobora en la totalidad del trabajo. De la mucha bibliografía sobre este tema, destaco los aportes de Lewis, 1981; Lukács, 1969; Marcuse, 1983. Sigo estas elaboraciones en lo que respecta a la epistemología kantiana.
[6] Para el ambiente intelectual de Weber, ver Honigsheim, 1977. Sobre su precoz conocimiento de Kant, el testimonio de Marianne Weber (Weber, 1995, pp. 145 y 287).
[7] Giddens, 1971, afirma que el método de Weber «... presumes abstraction from the unending complexity of empirical reality. Weber accepts the neo-Kantianism of Rickert and Windelband in holding that there cannot conceivably be any complete scientific description of reality. Reality consists of an infinitely divisible profusion. Even if we should focus upon one particular element of reality, we find it partakes of this infinity. Any form of scientific analysis, any corpus of scientific knowledge whatsoever, whether in the natural or the social sciences, involves selection from the infinitude of reality» (p. 138).
[8] Adorno, 1996, pp. 140 y ss., dice que gran parte del análisis social se refiere a formas cosificadas, problema que Weber no vio; «... el estudio de las instituciones no consiste en un estudio de acciones, aun cuando, obviamente, está conectado con la acción social y con la teoría de la acción social» (p. 141).
[9] Marianne Weber dice «Weber rastrea por todo el globo terráqueo las regularidades de la acción social y las encierra en conceptos mediante los cuales se piensan los transcursos de la acción como si tuvieran lugar sin ser perturbados por influencias irracionales, es decir, imprevisibles, lo cual nunca sucede en la realidad» (Weber, 1995, p. 909).
[10] Los argumentos teóricos se condensan en Anderson, 1985.
[11] Esta dimensión está presente en alguno de los autores aquí criticados. Por ejemplo, el importante estudio de Brenner, 1993, sobre estrategias enfrentadas entre los comerciantes tradicionales, por una parte, y los ligados a las explotaciones coloniales, por la otra, durante la revolución inglesa del siglo XVII, aspirando los últimos a influir sobre la política externa de la Corona. La caracterización de esta revolución, que según Brenner fue un conflicto entre burgueses, es una consecuencia de sus estudios anteriores en los que postulaba el triunfo del capitalismo agrario desde principios de la modernidad.
[12] Therborn, 1980, p. 290, indica que cuando Weber juzgaba el materialismo histórico como la más importante construcción típico ideal, demostraba lo poco que sabía del marxismo; Marx y Engels nunca se propusieron tal construcción; no trabajaron observando la distinción entre la media y el ideal. Agrega que «... la construcción de conceptos del materialismo histórico queda fuera de la problemática empirista de Weber, en la que los conceptos se abstraen de la realidad, como ideales acentuados o como medias, en vez de ser producidos por el trabajo teórico» (pp. 290-291).
LOS CABALLEROS VILLANOS
INTRODUCCIÓN
Los historiadores han propuesto diferentes interpretaciones sobre los caballeros villanos de la Extremadura Histórica. Esta diversidad deriva, en parte, de la complejidad de un área que no se encuadra en los moldes clásicos de formación del feudalismo. En esa región de Castilla, entre el Duero y el Sistema Central, prevaleció durante la Edad Media una particular organización social determinada por los concejos. Estas comunidades, formadas por la villa y un territorio con aldeas dispersas, aparecen ya establecidas en los siglos X y XI, en la frontera cristiano-islámica del sur del Duero. En esa zona, sometida a campañas depredadoras, sobrevivía una sociedad relativamente igualitaria de pequeños propietarios independientes, divididos entre milites (caballeros) y peones. Sólo con el retroceso árabe y el avance cristiano, la situación comenzó a cambiar. Durante el siglo XII, los milites de los concejos realizaron recurrentes campañas bélicas, y esa ofensiva se tradujo en una acumulación privada y diferencial de riquezas que provocó la ruptura de la antigua homogeneidad social. Desde la centuria siguiente, y como resultado de ese proceso, los concejos presentaban ya una clara dicotomía. Por un lado, se encontraba la aristocracia local de villas como Ávila, Segovia, Sepúlveda o Ciudad Rodrigo, constituida por caballeros villanos, descendientes de los primitivos milites. Por otro lado, el resto de los pobladores sometidos a tributos.[1] Estos caballeros, cuya cualidad como elite social de los municipios nadie cuestiona, están sujetos a interpretaciones controvertidas en cuanto se pretende precisar su tipología sociológica.
La mención inicial es para la escuela institucional, representada por Sánchez Albornoz (1971, 2, pp. 36 y ss.). Afirmaba que la libertad de la caballería villana determinaba la peculiaridad castellana en el seno del feudalismo medieval. Bajo su influencia, las prerrogativas jurídicas pasaron a un primer plano. Rafael Gibert (1953, p. 417), por ejemplo, tras enumerar los privilegios de los caballeros (los historiadores institucionales son muy prolijos en las taxonomías), asevera que tomaron como prototipo el estatuto de los hidalgos (exención de tributos y dirección del gobierno municipal), aunque nunca disfrutaron del signo último de la nobleza, la compensación de quinientos sueldos. Concluye que formaban un patriciado urbano. Esta propuesta, paradigmática, nada dice acerca de las condiciones materiales de vida, estudio desplazado por el reconocimiento del acervo jurídico.
Desafiando ese formalismo legal, que durante muchos años nadie discutió, Reyna Pastor de Togneri (1970) concibió a la caballería villana como una variante del campesino rico inglés (yeoman) o ruso (kulak) que, en la medida en que participaba de las actividades ganaderas dominantes, no cuestionaba el sistema feudal.[2] También distanciado de la visión institucional, Salvador de Moxó (1979, p. 171) afirmaba que ese caballero expresaba la transición entre el campesino libre propietario y el último nivel de la nobleza, el infanzón. Esta percepción de los caballeros concejiles, como parte superior del pueblo, o aristocracia campesina, se acentúa en la historiografía sobre Portugal.[3]
Esta interpretación fue recogida sólo de manera limitada y con dudas por los especialistas.[4] No tardó en ser reemplazada por otro esquema que concibieron los historiadores posfranquistas, empeñados en desembarazarse de toda impronta institucional, y en especial, de la tesis de Sánchez Albornoz sobre Castilla como tierra de hombres libres. Cuando España se incorporaba al molde europeo de democracia parlamentaria, su historia dejaba también de ser la excéntrica silueta del medievalismo. A medida que se desplegaba esa revisión, la nueva idea sobre los caballeros villanos se radicalizaba, y borraba tanto la percepción tradicional como la sociológica del campesino enriquecido. Para los modernos intérpretes, los caballeros urbanos fueron, desde el siglo XIII, propietarios de señoríos y, en consecuencia, formaron parte de la clase feudal.[5] Ésta es la pauta hoy dominante.