Psicología y economía. Tomás Bonavía MartínЧитать онлайн книгу.
lo que pretendía su autor era dejar constancia de que el mecanicismo psicológico, excesivamente utilizado en economía, no era suficiente para comprender las «circunstancias objetivas en las cuales las personas se comportan de una manera diferente».
Como ya hemos visto tal argumentación ha ido consolidándose y diseminándose en el contexto de las ciencias económicas, no sin sortear algunos inconvenientes (Rabin, 1998). Por ejemplo, algunos economistas dirán que dado que el uso de construcciones psicológicas no ha cesado durante el desarrollo de la economía ¿para qué, entonces, nuevos conceptos psicológicos si los que hay han consolidado una buena parte de la teoría económica? En tanto que otros podrían decir ¿qué puede lograrse de nuevo relacionando las ciencias económicas con la psicología, al estar ésta orientada a explicar las aberraciones que ocurren a causa de la constitución humana, mediante procedimientos de dudosa validez científica?
Sin embargo, las afirmaciones de Katona van más allá. Son la manifestación de una crítica, una actitud dispuesta al debate y al intercambio de ideas respecto al supuesto de si los seres humanos se comportan mecánicamente. No se trata de valorar nuevas teorías e instrumentos o de relacionar, sobre la base de una gratuita elucubración intelectual, las ciencias económicas con la psicología. De lo que se trata es de comprobar si la hipótesis del mecanicismo es válida y de si sigue siendo útil el concepto de hombre económico. Subsidiariamente, también, valorar las contribuciones que la psicología puede hacer en ese debate académico y científico.
En este sentido conviene precisar que pocos economistas se declararían satisfechos con la idea de que la economía sea sobre todo una ciencia normativa. Razón por la cual cada vez se insiste más en la existencia de otros motivos económicos distintos a los de búsqueda del máximo beneficio. Es decir, se va poniendo en duda el concepto de hombre económico, lo que significa que se manifiestan ciertas dudas al respecto de uno de los grandes principios que ayudó a la constitución de la economía como ciencia, y de la mayor parte de leyes y regularidades que del mismo se derivan. No debe extrañar. Como ya hemos advertido las ciencias evolucionan cambiando la mayor parte de los supuestos que las ayudaron a consolidarse como tales.
Algunos economistas ya han advertido seriamente sobre esta cuestión (Rabin, 1998). El análisis microeconómico parte del supuesto de que los individuos son racionales en sus decisiones, sin que exista unanimidad respecto del significado de esta palabra.
En ocasiones se usa el criterio de los objetivos inmediatos. La elección racional según este criterio se basa en la creencia de que los gustos están determinados exógenamente, por lo que no existe una razón lógica para ponerlos en cuestión. En palabras de Jeremy Bentham «el gusto por la poesía no es menos válido que el gusto por el juego de los alfileres». Lo que explicándolo todo termina por no explicar nada. Así que cuando surgen dificultades, los economistas suelen usar alguna otra versión del criterio de racionalidad como el egoísmo. Pero nuevamente surgen problemas ya que éste no tiene en cuenta «el hecho de que somos personas no sólo hechas de razón sino también de hábitos, pasiones y apetitos» (Frank, 1992: 227).
Resulta muy gratificante que el debate sugerido por Katona haya hecho su camino y que se vaya haciendo cada vez más patente. Porque, efectivamente, la psicología tal y como hoy la conocemos es una disciplina empírica. Capaz de hacer contribuciones valiosas para la comprensión de fenómenos tales como la investigación del proceso de elección racional antes descrito. Su objetivo no es, exclusivamente, obtener leyes generales acerca de la naturaleza humana sino lograr detectar las regularidades que, sujetas a control metodológico, se puedan establecer entre los condicionantes específicos y sus manifestaciones conductuales. Pues la conducta opera en sistemas dinámicos, es flexible y variable, y por tanto, es extremadamente difícil lograr generalizaciones que reproduzcan interrelaciones estables.
En definitiva, los seres humanos somos capaces de utilizar las experiencias pasadas y de desarrollar hábitos, talantes y estilos de vida, disponiendo de un extenso margen de maniobra dentro de los límites fijados por los factores exógenos. El reconocimiento de estos principios, ha suscitado recientemente el interés de algunos economistas (Lewin, 1996; Rabin, 1998), para ir constituyendo lo que Katona denominara una «economía con psicología», en la que se trata de averiguar lo que acontece cuando los ciudadanos adoptan decisiones económicas y se conducen respecto a los bienes materiales. Conductas humanas, al fin y al cabo, que desempeñamos cotidianamente como ciudadanos, consumidores, empresarios, empleados o en la vida pública.
La consecuencia más substancial de lo expuesto (Webley y Walker, 1999) es el progresivo abandono del método apriorístico por el que se establecen las condiciones ideales para ir aproximándose a las reales. Desde este punto de vista, se debería renunciar a contestar a la pregunta ¿cómo deberían comportarse los seres humanos para sacar el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo? El nuevo interrogante, desde la perspectiva de una economía con psicología debería ser ¿qué tipos de conducta son las que aparecen y qué clases de decisiones se toman bajo muy diversas condiciones y por distintos grupos de personas?
De responder rigurosamente a este interrogante y sus derivaciones subsecuentes tendría sentido una economía con psicología. Como fuere que lo es, ya se puede ir constituyendo y promoviendo un cuerpo de conocimientos contrastable orientado a explicar la conducta económica. La investigación psicológica de los procesos económicos es posible porque la conducta humana se expresa en forma de regularidades medibles en contextos delimitados. Ya hace tiempo que la evaluación de las diferencias perceptivas, los motivos, los valores, las actitudes y un amplio etcétera de constructos psicológicos son objetivamente evaluables. Y lo que es más, todo ello, a consecuencia de la acelerada progresión de la estadística, del análisis correlacional multivariado y estructural, y del desarrollo de la psicología experimental tras la que es posible llegar a establecer relaciones de causalidad.
1.4 La economía en el contexto de la psicología
Tal parece que la economía sin la psicología no ha podido explicar con eficacia algunos procesos económicos importantes. Pero ¿qué ocurre con una psicología sin economía? Pues más de lo mismo. Cuando desde la psicología se ignoran los procesos económicos y su influencia sobre la conducta social, se pierde la oportunidad de analizar amplia y profundamente algunos de los aspectos más comunes del comportamiento humano.
Esto es, existe una influencia de la conducta de las personas sobre la economía de igual forma que ésta afecta la conducta de los seres humanos. Este doble objeto de análisis, economía con psicología y psicología con economía, se relaciona estrechamente con numerosas parcelas de la vida social y económica, predominando en cuestiones tales como la salud, la compra, el trabajo, el ahorro y la educación. En definitiva, los conocimientos derivados de la psicología económica pueden resultar pertinentes para estudiar, entre otras cosas, el consumo, los procesos de socialización de los niños, las psicopatologías del trabajo, la influencia de la publicidad, las fluctuaciones económicas y su influencia sobre la salud, la conducta prosocial y aún un largo etcétera.
No toda psicología es clínica ni toda psicología clínica lo es de fenómenos psicopatológicos excepcionales. Existe también una psicología de la salud cuyo fin es asegurar una conducta sana, en lo cotidiano y lo social, y que no tiene por qué ser excepcional o basarse exclusivamente en lo patológico. En ella o sobre ella actúan acontecimientos económicos cuyo conocimiento puede ayudar a mejorar su desarrollo. Qué decir de la presión fiscal, el desempleo, las pautas de inversión, las fluctuaciones de la bolsa y el crecimiento de PIB (Producto Interior Bruto), ¿no son éstos índices y datos macroeconómicos que afectan nuestras vidas y que actúan e influyen sobre la conducta de los ciudadanos? La psicología también se construye investigando la conducta más convencional y cotidiana. Aquella que, de una u otra forma, provoca niveles de satisfacción o insatisfacción vital en los seres humanos. Objeto éste –el bienestar– que no puede sustraerse a la investigación e intervención psicológica.
También los psicólogos deberíamos ir tomando cierta distancia del concepto de hombre enfermo (si se nos permite tal acepción sólo para contraponer a la de homo oeconomicus la de homo infirmus: «el que no esta firme»). Demasiado tiempo presente en nuestra manera de abordar la acción psicológica. Nuestro objeto de estudio no es sólo