Psicología y economía. Tomás Bonavía MartínЧитать онлайн книгу.
Ahora, este libro puede convencer tanto a los economistas como a los psicólogos que ésta es una disciplina que debe ser más desarrollada en España y en Latinoamérica.
Cuando las economías nacionales se desarrollan, los consumidores ganan en ingresos y poder. Tienen a su elección comprar ahora o más tarde, cambiar su coche o esperarse al próximo año, restringir sus gastos
o solicitar un crédito. Este mayor poder de los consumidores significa que los factores psicológicos incrementan su importancia a la hora de describir y predecir el comportamiento del consumidor. Lo cual supone que la psicología económica alcance mayor relevancia como base para la investigación de mercados. La toma de decisiones de los consumidores, las reglas de decisión, las actitudes, las intenciones, las conductas y la satisfacción están entre los conceptos utilizados por la investigación de mercados, los análisis de las organizaciones de consumidores y la Administración. La psicología económica se convierte, de este modo, en un campo de aplicación fértil y estimulante para la psicología social y cognitiva. Y viceversa: psicólogos cognitivos y sociales pueden también aprender de los psicólogos económicos.
Pero la psicología económica no es solamente relevante en el contexto microeconómico de la investigación de mercados, sino también en el contexto macroeconómico de la política sobre inflación, desempleo, pobreza y riqueza, consumo y medio ambiente.
Es de gran valor que los psicólogos aporten su aproximación en el ámbito de la economía, al igual que los psicólogos clínicos trabajan en el contexto de la salud y las ciencias médicas. Una aproximación menos unidisciplinar es un buen camino para evaluar la contribución de la psicología a los problemas y asuntos sociales. Ojalá este libro contribuya a ampliar el campo de acción de los psicólogos y proporcione información a los no-psicólogos sobre las propuestas y aplicaciones de la psicología económica.
W. FRED VAN RAAIJ
Universidad Erasmus de Rotterdam, Holanda
Introducción |
El tiempo y numerosas investigaciones parecen estar concediendo significado y argumentos a los que pensamos, y lo hemos defendido por escrito, que no sólo existe –a pesar de los que se resistan a aceptarlo– una psicología económica sino que, además, el abandono progresivo bajo la influencia de las ciencias sociales de los modelos y teorías ontológicas basadas en una naturaleza humana universal e inalterable, ha ido abriendo paso a una perspectiva mucho más compleja y psicosocial. Me refiero, evidentemente, al marco teórico a seguir para explicar las conductas de los seres humanos en sus transacciones económicas. Como era de esperar ello ha traído consigo la correspondiente controversia. En este caso en torno a la validez del concepto de homo oeconomicus, concepción cada vez más debatida y de cuya discusión viene emergiendo el de homo psicologicus.
Conviene tener bien presente, no obstante, que ni en la historia de la economía, ni tampoco en la de la psicología, es nueva la línea de pensamiento que ha venido desafiando el realismo tradicional de la teoría de la utilidad esperada, que es uno de los fundamentos esenciales de la economía clásica. Desde esta posición crítica se defiende que muchas de las predicciones que se establecen desde la teoría económica dependen de las hipótesis que se formulan respecto del comportamiento humano. Éste se interpreta desde una concepción previamente establecida –de forma y manera axiomática y elevada posteriormente a principio irrevocable– y, lo que es muy relevante, no siempre confirmada, sobre una posible naturaleza humana específica, inalterable y previsible. Se trata del precepto que sostiene que los seres humanos nos conducimos –siempre– según la norma, elevaba a ley por las primeras teorías económicas, por la búsqueda del máximo beneficio con el mínimo esfuerzo, y que ello es consustancial a las personas por cuanto es una manifestación de su racionalidad.
A pesar de ello, desde su emancipación y consolidación como un saber estructurado, estos principios axiomáticos han sido reiteradamente revisados, discutidos, puestos en duda y, en algunas ocasiones, incluso, rechazados. En la historia de la economía abundan las teorías y corrientes teóricas que de algún modo han utilizado los conocimientos psicológicos. Y esto se ha hecho, reiteradamente, desde la constitución y emancipación disciplinar y científica de la economía.
La colaboración entre psicólogos y economistas, con el fin de explicar la conducta económica contribuyendo al conocimiento científico no es, desde luego, una cuestión actual. Aunque con la reciente concesión del Premio Nobel de Economía a un economista y a un psicólogo las colaboraciones interdisciplinares alcancen notoriedad pública y se ponga de manifiesto que la psicología, más específicamente, la psicología económica, tiene algo que aportar, junto con la economía experimental, al saber y conocimientos de la teoría económica y la economía aplicada. Este premio se ha concedido a Vernon Smith, un economista experimental, profesor de economía y derecho en la Universidad pública George Mason, en Virginia, interesado por la reproducción en el laboratorio de situaciones controladas y de cómo éstas puedan dar lugar a juicios que afectan nuestras decisiones. El otro investigador es Daniel Kahneman, un psicólogo de la economía, profesor de psicología de la Universidad de Pricenton, interesado en similar proceso y su influencia sobre el comportamiento económico.
Sin embargo, existe un antecedente, similar al de 2002, en la concesión del Premio Nobel de Economía. Ya que desde mediados del siglo XX los casos de colaboración entre economistas y psicólogos junto con el préstamo recíproco de constructos, modelos y teorías se ha venido produciendo reiteradamente. En 1961 James G. March y Herbert A. Simon, profesor de psicología de la Universidad Carnagie Mellon, publicaron conjuntamente un libro de título Organizational Theory bien conocido por los psicólogos de las organizaciones y un claro ejemplo de como la colaboración interdisciplinar suele ofrecer buenos resultados.
Para Herbert Simon (1973) lo artificial se diseña según funciones, objetivos y adaptaciones imperativas y prescriptivas. Las ciencias artificiales –y la economía junto con la psicología lo son– no pretenden simplemente la explicación de las cosas, sino diseñar cómo deberían ser las cosas artificiales para la consecución de unos fines. En consecuencia, el hombre económico puede ser una realidad artificial diseñada en función de ciertos intereses y motivaciones, una reiterada tendencia en la historia de la economía, tal y como señalara John K. Galbraith en 1989. Es cierto que desde esta ideación es posible explicar algunas de nuestras conductas económicas pero no todas ellas, ni todas de igual manera, ni en las mismas circunstancias y/o contextos. Un camino de doble dirección, de la economía a la psicología e inversamente, puede ser un opción excelente para la génesis de conocimientos interdisciplinares capaces de aclarar lo que no puede explicar el paradigma clásico.
Efectivamente, años más tarde en 1978, se le concede a Herbert Simon el Premio Nobel de Economía quien, como se puede comprobar en el siguiente texto extraído de su autobiografía, se queja de los inconvenientes de la colaboración interdisciplinar al mismo tiempo que, aun con ironía, la defienda activamente:
Al igual que las naciones, las disciplinas son un mal necesario que permiten a los seres humanos de racionalidad acotada simplificar la estructura de sus metas y reducir sus decisiones a límites calculables. Pero el provincianismo acecha por todas partes, y el mundo necesita desesperadamente viajeros internacionales e interdisciplinarios que transmitan los nuevos conocimientos de un enclave a otro. Como he dedicado gran parte de mi vida científica a tales viajes, puedo ofrecer un consejo a quienes deseen llevar una existencia itinerante. Resulta nefasto que los psicólogos te consideren buen economista y que los científicos políticos te consideren un buen psicólogo. Inmediatamente después de arribar a tierras extrañas hay que empezar a conocer la cultura local, no con el fin de renegar de los propios orígenes, sino de ganarse el pleno respeto de los nativos. Cuando se trata de la economía, no existe ningún sustituto para el lenguaje del análisis marginal y del análisis de regresión, ni siquiera (o especialmente) cuando la meta que se persigue consiste en demostrar sus limitaciones. La tarea no es gravosa; al fin y al cabo aculturamos a los universitarios en un par de años. Además, puede incitar a escribir artículos sobre temas fascinantes con los que en otro caso tal vez no nos hubiéramos topado nunca. Acaso sea esta la razón por la que he empezado a aprender chino y llevo a cabo investigaciones psicológicas