Exploraciones por el planeta Comida. Pere Puigdoménech RosellЧитать онлайн книгу.
los mecanismos que permiten a los carroñeros estrictos como los buitres comer carne en descomposición, o sea que si comían carne de animales que otros carnívoros habían cazado, quizás se disputaban los restos con otros como las hienas. Esto requeriría, sin duda, una buena cooperación entre los miembros del grupo humano.
Que los homínidos coman carne tiene efectos diversos. Por un lado, tienen que organizarse para cazar, ya que depender únicamente de los restos de otros carnívoros podría proporcionar una cierta cantidad de carne durante un cierto tiempo, pero no es una fuente muy constante de alimento y existe competencia con respecto a otros animales. Para cazar de manera eficiente, los humanos primitivos tuvieron que desarrollar armas porque sus capacidades físicas son limitadas. Pero, por otro lado, la carne es una fuente importante de proteínas, de vitaminas y de energía, y a su vez estos nutrientes son necesarios para permitir que se desarrolle el cerebro, el órgano que determina las capacidades específicas de la especie.
El cerebro es un gran devorador de energía. En reposo, el organismo de los humanos gasta en el cerebro un 30 % de su energía para mantener su actividad, pero evidentemente sus funciones son las que proporcionan a la especie humana unas capacidades únicas, que le han permitido imponerse en entornos tan variados como lo ha hecho hasta ahora. El cerebro centraliza la recepción de señales que el individuo recibe, las procesa y coordina sus reacciones. Al mismo tiempo es capaz de almacenar una gran cantidad de información procedente de las sensaciones que el individuo va registrando durante su vida. Por eso su desarrollo constante en la evolución de las especies que llevarían a la aparición del Homo sapiens ha sido un factor decisivo en las propiedades que han hecho que esta especie sea tan exitosa.
Estar erguido tiene otra consecuencia, y es que las manos ya no sirven para desplazarse y quedan libres para desempeñar una multitud de funciones nuevas. Las manos evolucionan y los dedos toman una disposición diferente, sobre todo el pulgar, que crece en una posición excéntrica respecto a los otros dedos. De este modo, las manos sirven para desarrollar herramientas para cazar o para triturar la comida. Las hachas de piedra, presentes muy pronto en la evolución de los precursores de la especie humana, son indicaciones fehacientes de las nuevas posibilidades de la especie. En algunos primates, y en la especie humana en particular, las manos son las que llevan la comida a la boca. Les permiten atrapar aquello que puede ser comestible, procesarlo si hace falta y examinarlo con detalle mediante todos los sentidos disponibles para acabar tomando la decisión esencial, que es la de llevar el alimento a la boca, por donde se introduce al tubo digestivo en un gesto decisivo para la función de alimentarse.
La especie humana es una especie social y así lo fueron sus precursoras. Constituir grupos organizados permite a sus miembros cuidar a los jóvenes y a los viejos que no pueden valerse por sí mismos, defenderse de los ataques de otros animales y otros grupos de su misma especie o de especies parecidas y acceder a alimentos que serían difíciles de conseguir para individuos aislados, como es el caso de la caza de grandes mamíferos. Al mismo tiempo, mantener una organización social es complejo y hay que resolver cuestiones internas de manera continuada, por ejemplo repartir el poder o el sexo entre quienes componen la sociedad, pero también los alimentos que se obtienen de manera organizada. Todo esto implica el desarrollo de unas capacidades nuevas en el cerebro. La complejidad de las sociedades humanas implica la necesidad de tratar de comprender el comportamiento del entorno en el que viven y el de los miembros de la misma sociedad. También se ha establecido que las especies de primates que basan su alimentación en frutos y semillas más que en hojas necesitan una mayor capacidad de distinguir lo que comen, lo que conduce a que se seleccionen cerebros más complejos. Este conjunto de necesidades estaría, según estas ideas, en el origen de la aparición de propiedades que consideramos humanas, como la inteligencia o la conciencia, y en las que se basan las ventajas evolutivas de los humanos. La capacidad de crear una abstracción del mundo que lo rodea es una característica que aparece en el Homo sapiens. Sus manifestaciones artísticas, que son a menudo representaciones de animales de los que depende la vida del grupo, son testigos excepcionales de estas propiedades tan características de los humanos.
La especie humana desarrolló un conjunto de maneras de comunicarse entre los componentes de sus grupos sociales, en el que destaca el lenguaje. Muchos animales se comunican entre ellos mediante sonidos, pero el lenguaje humano, modulado por una laringe desarrollada y apoyado en las capacidades excepcionales del cerebro, permite transmitir conceptos complejos, cosa que le proporciona unas posibilidades únicas. El lenguaje de la especie humana es en sí mismo complejo en cuanto a la riqueza de sonidos que puede emitir, pero, además, su capacidad de conectar con conceptos complejos generados con el cerebro permite a las sociedades humanas transmitir experiencia y cultura. En cuanto a la comida, las sociedades humanas pueden transmitir cómo y dónde encontrar las plantas de las que se alimentan o cómo organizarse para cazar grandes animales. Dentro de las sociedades, probablemente la presencia de algún miembro de más edad les permitía transmitir mensajes sobre cómo organizar su sociedad o cómo tratar de comprender el mundo en el que vivían.
Todo lo que hemos ido descubriendo hasta la actualidad nos dice que la formación de la especie humana se produjo en África hace unos ciento cincuenta mil años. Es sobre todo en el sur y en el este del continente africano donde se han encontrado los restos de las especies que fueron adquiriendo características que consideramos las propias de la humana. También hemos deducido que, en al menos dos ocasiones, los homínidos salen del continente africano y se expanden por Europa y Asia. Uno de estos casos se dio hace más de un millón y medio de años, cuando lo que denominamos Homo erectus empieza un viaje que da lugar a especies muy diversas, como el humano de Flores, que con una altura de un metro y un cerebro pequeño habitaba en algunas de las islas de la actual Indonesia. También sabemos que otra especie poblaba Europa –a la que hemos denominado Neandertal por el primer lugar donde fueron descubiertos en Alemania–, que es testigo de esta otra salida de África anterior a la formación de los humanos modernos. Con el descubrimiento de nuevos restos antiguos quedó claro que los neandertales no eran los únicos homínidos que poblaban Europa y Asia antes de la llegada del Homo sapiens. De unos pequeños restos en una cueva del sur de Siberia cerca de la población de Denisova se pudo extraer suficiente ADN para determinar que correspondía a una especie relacionada con los neandertales, pero diferente. Otros restos aparecidos en China nos hablan de que había más especies parecidas y de que todas se extinguieron con la llegada de los humanos.
Se calcula que el Homo sapiens salió de África hace unos cien mil años, al parecer en una oleada única de no sabemos cuántos individuos, pero no muchos. En algún momento los humanos modernos encuentran a los otros homínidos, como los neandertales o los denisovanos, que se habían establecido en Europa y Asia, las especies conviven y se cruzan entre ellas pero compiten por el territorio y la comida. En los genomas de los humanos que vivimos en Europa han quedado restos de los genomas de los neandertales, y lo mismo sucede con los restos de los denisovanos en el genoma de los humanos del este de Asia. Por lo tanto, la convivencia entre las diferentes especies hubo de ser frecuente. Sin embargo, hace unos treinta mil años el Homo sapiens ya era la única especie de homínido que poblaba el planeta, que va ocupando de manera progresiva. Este viaje tuvo etapas complejas, como el paso al continente americano, para lo que hubo que esperar a que el puente entre las actuales Siberia y Alaska permitiera el acceso de probablemente más de una oleada de poblaciones humanas. Y especialmente como la aventura de poblar el Pacífico, que fue completada por los navegantes polinesios y maoríes, no mucho antes de que los navegantes europeos llegaran a aquellas tierras. Los individuos de aquellas poblaciones que empezaron a poblar el planeta eran esencialmente como nosotros, formaban sociedades complejas y si nos los cruzáramos por la calle, vestidos y moviéndose cómo nosotros, no nos parecerían nada extraños. Incluso podría ser que fueran más inteligentes que los actuales humanos.
Aquellos humanos se pasaron milenios explorando el entorno y desarrollando su curiosidad, lo que les hacía preguntarse qué había más allá de las zonas donde habitaban. La curiosidad humana y la necesidad de explorar lo desconocido para buscar nuevas tierras donde habitar, de ir a ver lo que hay después del horizonte o más allá de un río o de un brazo de mar, ha sido el motor de la expansión de la especie, lo que no se ha extinguido nunca. Y durante este proceso se tuvieron que ir adaptando a alimentarse con lo que encontraban en los nuevos territorios. En