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El pasado cambiante. José María Gómez HerráezЧитать онлайн книгу.

El pasado cambiante - José María Gómez Herráez


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que están lejos de estar seguras».

      Inspirado por argumentos de Marx, otro autor, Stefano Sonnati (1983), estimaba que el desarrollo burgués y el científico resultaban paralelos. Su explicación se extendía a todo el espectro de la historia de la humanidad. Desde la Antigüedad, aunque los científicos trabajaran de forma normalmente aislada, el poder político se había servido de ellos, apreciando especialmente su papel en el desarrollo de la fuerza militar. Pero fue sobre todo desde el siglo XVI cuando la investigación progresó de la mano de una ascendente burguesía que, así, sobre todo mediante la conexión entre ciencia y técnica, encontraba nuevos caminos de enriquecimiento. Ese impulso, que suponía una institucionalización progresiva de la ciencia, toparía con la resistencia de la vieja jerarquía eclesiástica y civil, reacia a consentir que el hombre pudiera juzgar a través de su propia razón y cuestionar, así, el viejo orden social. Sonnati, que cita el conocido pasaje donde Marx alude al gran impulso que la burguesía propina a las fuerzas productivas, entiende ese estímulo, ante todo, como un fomento externo, fundamentalmente financiero, en forma privada o pública, de una labor cuyos procedimientos y contenidos perfilan los propios científicos. Pero, a la vez, en una manifestación de relación más profunda, el interés burgués y los afanes nacionalista e imperialista se proyectan en el siglo XIX sobre las tesis evolucionistas que Darwin trazó influido por Lamarck: mediante ellas, no sólo pierden sustancia las ideas de estirpe y sangre de la vieja nobleza, sino que se legitiman, como comportamientos naturales acordes con la «lucha por la existencia» de las especies animales, la competencia entre industriales y la rivalidad entre estados. Para el autor italiano, en el siglo XX, tanto en el mundo capitalista como en el comunista, aunque con marcadas diferencias, la ciencia pierde su contexto de libertad original y de cosmopolitismo para subordinarse al interés pragmático y a las programaciones del poder político.

      En España, Carlos Paris (1992: 67-70) ofrecía una visión singular también de eco marxista que conecta ampliamente el conocimiento científico y el general con las estructuras sociales y políticas. Para este autor, en toda formación cultural existe un «saber oficial» en manos de grupos de profesionales –chamanes, filósofos, clérigos, sabios modernos– que codifican sus procedimientos y negocian de forma variada sus relaciones con la clase económica y política dominante. Aunque, de esta forma, tal colectivo puede actuar como servidor de esta clase, también puede asimilar aspectos de las subculturas o nueva cultura de las clases dominadas. A la vez, ese grupo intelectual puede asumir un papel rector o liberador, como denotan el proyecto de una república platónica o, en España, las actitudes ilustradas tardías de la Institución Libre de Enseñanza. Bajo el dominio del saber hegemónico transcurren otros saberes más o menos reprimidos o marginados, aunque también pueden ser asimilados parcialmente. Como ejemplo de esto último, C. Paris alude, precisamente, a la posición difícil, como «fugitivos», de los primeros científicos frente al saber oficial de las universidades.

      Entre los científicos naturales españoles que han valorado con rotundidad las conexiones entre sociedad y ciencia, en términos también de estímulos y contenciones externos, se encuentra Javier Tejada (1984). Frente a la concepción utópica de los físicos que actúan de forma independiente, este ensayista arguye que las estructuras económicas y políticas marcan su actividad, sus medios y sus tipos de investigación. El sistema social que en la física conforman investigadores, técnicos, bibliotecarios y administradores traduce la estructura social en que se enmarcan. Las discrepancias entre científicos, políticos, economistas y otros sectores derivan, en el fondo, de su divergencia respecto al modelo social a alcanzar. El ideario desarrollista que, en particular, domina en el mundo occidental promueve un tipo de física que beneficia, sobre todo, a determinados intereses del sistema económico y político. A la vez, la especialización creciente en que desemboca el influjo de la industrialización en la investigación científica conduce a un alejamiento de los problemas reales de la sociedad.

      Varios de los autores relativistas mencionados en los puntos anteriores subrayan la incidencia del medio social de formas diversas, aunque normalmente sin considerar como marco expreso de referencia, al modo marxista, las estructuras capitalistas y el subsecuente predominio social e ideológico de la burguesía. Para L. Fleck, además del colectivo de pensamiento y del individuo, en el desarrollo del conocimiento también interviene el medio social, dada su distinta receptividad en cada momento. B. Barnes también enfatiza, con el papel coactivo de la comunidad científica, el criterio de agentes externos con poder, es decir, de intereses económicos y políticos, que influyen en el carácter contingente y efímero, no inmutable, del conocimiento generado. Como veíamos, Woolgar (1991) venía a destacar el carácter social de la ciencia por la importancia de las negociaciones internas, pero valoraba a la vez las estrategias a que abocaba la necesidad de captación de recursos y apoyos externos. En una reflexión sobre los estudios sociológicos del laboratorio, Karin Knorr-Cetina (1995: 200) apuntaba asimismo unas relaciones significantes de los científicos que no se constreñían al ámbito interno de los compañeros de especialidad, sino que se extendían a agencias de financiación, administradores, representantes de industrias, editores y gerentes de sus institutos. Para esta autora, de la misma manera que los especialistas adoptan actuaciones al margen de la que supone la investigación en sí, en el desarrollo de ésta también pueden influir agentes externos:

      Es más, los científicos, incluso los colegas de especialidad, pueden interactuar cotidianamente en papeles «no-científicos» en los cuales administran dinero o deciden carreras profesionales. Del mismo modo, un funcionario del gobierno o un representante de una empresa proveedora puede negociar con un científico especialista los métodos usados en un


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