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El pasado cambiante. José María Gómez HerráezЧитать онлайн книгу.

El pasado cambiante - José María Gómez Herráez


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con lo que, ante todo, serían distintas líneas de especialización en marcha. La sociología del conocimiento científico constituye, en este sentido, una línea ya altamente asentada que cuenta con sus propios esquemas previos para afrontar el análisis. Pero, aun así, las perspectivas relativistas se enfrentan a particulares inconvenientes por su choque con las visiones más difundidas y legitimadoras sobre la ciencia, que Bunge tan bien representa y que colman en mejor medida las esperanzas de la población. Por otro lado, aparte de que las ciencias impregnan tantas facetas de la sociedad que permiten forjarse juicios diversos a los no especialistas en ellas, entre los investigadores relativistas se ha extendido la obligación de penetrar a fondo en áreas muy distintas a aquéllas en que se han formado, por lo que no cabe considerarlos meros especuladores oportunistas y acomodaticios.

      Aunque bajo advertencias, argumentos y grados distintos, la propuesta final de muchos relativistas –incluyendo en cierto grado al propio Feyerabend– no dista tanto de la que planteaba Bunge (1985b: 196-204) al reclamar un protagonismo efectivo de los científicos en las políticas de desarrollo. Unos y otros, al menos, coinciden en presentar al científico como una de las voces autorizadas para debatir sobre problemas, pero sin excluir la participación de otros elementos sociales, como premisa para un funcionamiento democrático efectivo. Bunge no deja de valorar la responsabilidad personal del científico, que debe sustraerse a presiones éticamente reprobables, así como la necesidad, para que las investigaciones resulten provechosas, de que se ejerza el control adecuado y se aplique «una dosis de tecnología social». Considera que esto exige una reorientación ideológica y una mayor participación popular en la administración pública, pero elude prácticamente, señalando «que no viene al caso», el hecho de que existan intereses que se opondrán a esa reorientación.

      Un autor también muy crítico con las posturas relativistas, aunque de una forma breve, despectiva y a veces irónica, es el también argentino Marcelino Cereijido (1994), que se apoya, en parte, en argumentos de Bunge. Aunque no deja de referirse varias veces a los efectos negativos que la ciencia occidental ha tenido en el planeta, este investigador enjuicia muy positivamente el potencial de la ciencia en la mejora de la sociedad y considera que las posturas que aglutina como «postmodernistas» suponen una nueva forma de oscurantismo, con sabor a Contrarreforma, tanto más paradójicas en países subdesarrollados que no han llegado a estar «modernizados». Precisamente, para él, el problema fundamental en el desarrollo científico de estos países es, antes que el financiero o la falta de reconocimiento en el mundo desarrollado, la insuficiente valoración social y política interior de la ciencia, que las posturas relativistas vendrían a secundar sobre nuevas bases. En el Tercer Mundo, nos dice, como resultado de unas mentalidades reacias al racionalismo, de una falta de «ideología científica», no se ha logrado desarrollar un apartado técnico eficiente y se han acentuado las diferencias económicas respecto al primero. Las corrientes relativistas, en ese contexto, no vendrían a suponer sino una complicación adicional. Para Cereijido (1994: 66) es incuestionable, con M. Polanyi, que en el conocimiento científico de un individuo pesan factores personales como su preparación previa, su entrenamiento, las claves que detecta inconscientemente, etc., pero ello no significa que no juegue papel alguno el mundo externo y no existan puntos en común en las percepciones. La contemplación de la realidad por los intelectuales se ampara en esquemas de origen social que a veces pueden resultar muy estrechos, pero ello no implica que la investigación y el saber sean mera consecuencia de negociaciones, compromisos o «paradigmazos impuestos por mafias académicas». Por otra parte, Cereijido sustituye el criterio básico del amor a la verdad en el científico por otro no menos sublime: el de escapar a la angustia que produce lo desconocido mediante la sistematización de la información


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