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Soñar despiertos la fraternidad . Francisco Javier Vitoria CormenzanaЧитать онлайн книгу.

Soñar despiertos la fraternidad  - Francisco Javier Vitoria Cormenzana


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se veía a sí mismo formando parte de una unidad social mayor y ramificada. La familia extensa, y luego la aldea o el pueblo en conjunto, asignaba al individuo una identidad y una función social a cambio de la seguridad comunal y de la protección familiar 40.

      En este contexto, el celibato de Jesús se presenta primeramente como un signo de su ruptura o rechazo del modelo patriarcal de «familia extensa», que reproduce un orden social de dominación y subordinación. La palabra de Jesús fortalece este significado de su ascetismo sexual. Así lo narra Marcos: Jesús vuelve a casa y sus parientes van a hacerse cargo de él, pues piensan que está loco. Jesús no los reconoce como su familia (cf. Mc 3,20.21.31-33). Jesús vuelve a su «patria» Nazaret y no reconoce a sus parientes y vecinos (cf. Mc 6,1-4). Este desapego del vínculo familiar se ve reforzado por otras palabras de Jesús en las fuentes sinópticas: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí» (Mt 10,37); «otro de los discípulos le dijo: “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre”. Dícele Jesús: “Sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos”» (Mt 8,21-22). Además, y de forma muy importante, el celibato de Jesús se muestra como señal anticipadora de una «familia alternativa». También en esta dimensión su palabra ayudará a desvelar el significado de su ascetismo. Nuevamente nos lo recuerda Marcos: su familia –madre, hermanos y hermanas– son quienes cumplen la voluntad de Dios y le escuchan sentados en corro a su alrededor (cf. Mc 3,34-35).

      No cabe duda: el celibato de Jesús tiene que ver, en primer lugar, con el reino de Dios y no con la sexualidad. La experiencia de su proximidad e irrupción generó en él una «cierta impotencia» para el matrimonio y la familia, que garantizaban el futuro del cuerpo colectivo al que Jesús pertenecía (la familia). Y eso explica su comportamiento claramente anómalo y su discurso desafiante y culturalmente incorrecto con respecto a las expectativas relacionadas con la familia en su entorno cultural. Pero, al mismo tiempo, esa experiencia generó en él una «inaudita capacidad» para provocar nuevos vínculos familiares y fraternos entre quienes caminaban hacia el reino de Dios junto a él.

      d) Familia humana y reino de Dios

      No me parece suficientemente justificado afirmar que Jesús planteó antitéticamente la relación entre la familia de sangre y su propuesta de nueva familia alternativa. Los datos no dan para tanto, aunque entre los estudiosos del Jesús histórico hay diferencias de acento en esta cuestión 41. Pero esto no debe llevarnos a ignorar que Jesús «tocó» o «relativizó» la familia. Algo que les ocurre con frecuencia a los discursos eclesiásticos, que pretenden proteger la institución familiar de los peligros que la acechan, cuando, en realidad, lo que hacen es defender un modelo histórico de familia que consideran «cuasi sagrado» y, por tanto, intocable.

      La «nueva familia» de Jesús, configuradora de un modelo de discipulado del que hablaremos más adelante, anticipa en la historia la realización del reino del Padre como fraternidad universal:

      El reino de Dios es una realidad fraterna, de relaciones igualitarias, donde todos son servidores de todos, pero ninguno es sirviente de nadie. Se trata de un reino de justicia y misericordia que implica un cambio radical en los comportamientos sociales y personales, y que, para ello, debe hacerse mediante la sustitución de los patrones sociales de comportamiento por otros que, aunque estaban en la tradición, habían sido engullidos por el modelo imperial de sociedad impuesta desde siglos atrás [...] En el reino de Dios, el comportamiento es como de hermanos. No hay otro criterio de acción. Amarse unos a otros, aprojimarse al que sufre, atender al caído en el camino, sin importar más ley que el amor y la misericordia 42.

      Este es el mandato de Jesús: buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas que básicamente necesitáis para vivir y que la institución familiar garantiza, el Padre os las dará por añadidura (cf. Mt 6,25-33). Todo, incluso lo más básico para la vida, se pospone a la búsqueda del Reino. Para Jesús, la institución familiar se encuentra al servicio del Reino.

      Esta misma «hipoteca» grava la valoración cristiana de la familia, y cualquier consideración de ella ha de tenerla a la vista. «Lo que fue decisivo para Jesús debe serlo también para la familia. Cualquier proyecto de familia vivido desde la fe debe estar subordinado al reino de Dios y solo puede ser comprendido correctamente desde él» 43.

      Esta subordinación de la familia al servicio del Reino exige que los cristianos en familia tengan prácticamente su corazón en la construcción del reino de Dios (= «su tesoro»: la familia humana de los hijos de Dios, cf. Mt 6,21). Desde esta opción fundamental elaborarán y jerarquizarán sus proyectos y estrategias de acción histórica. También los de la vida familiar. Pues han aprendido de Jesús que también la familia se construye desde una «situación célibe», es decir, desde un modo de servir al Reino que relativiza parcialmente la construcción de la familia porque percibe las urgencias y prioridades de la fraternidad del Reino. La familia humana es un espacio donde el Reino ya se realiza, pero este no se confunde con ella. Dicho en jerga teológica: las estrategias para proteger la familia y su construcción –como Dios manda– están sometidas a la relativización y jerarquización del «todavía no» o del «todavía tampoco» de la fraternidad universal del reino del Padre. No pocas veces, tras las defensas a ultranza de la institución de la familia se oculta una realidad familiar encorvada sobre sí misma e incapaz de percibir su responsabilidad en la construcción de la fraternidad de nuestro mundo, es decir, en el servicio al reino del Padre.

      e) La pobreza asumida por Jesús, generadora de condiciones históricas para la fraternidad 44

      La relación con el dinero siempre abre un debate sobre en qué consiste «la vida buena», que no debe confundirse con «la buena vida». En este caso, el orden de factores altera el producto. ¡Y de qué manera! Recientemente, un gurú económico, colaborador habitual en el periódico de mayor tirada del País Vasco, criticaba la petición sindical de subida del salario mínimo interprofesional y hacía taxativamente la siguiente afirmación: «Todo el mundo quiere ganar más, pero primero hay que generar riqueza para poder repartirla». No tenía ninguna duda. No existen ciudadanos que «no quieren ganar más». El axioma capitalista del «máximo beneficio» afecta necesariamente a la elaboración del deseo humano como la ley de la gravedad a la caída de los cuerpos: no querer ganar más es tan imposible como caerse de un sexto piso y no estrellarse contra el suelo. Es lo que tiene escribir como un «teólogo» del actual capitalismo, que funciona como una religión (W. Benjamin), en lugar de hacerlo como un experto en economía, que es una ciencia social. No se deben confundir las condiciones duras de vida con la pobreza ni la producción de bienes con la riqueza. La riqueza es consecuencia de la acumulación excesiva de los bienes producidos en manos de unos miembros de la sociedad (los ricos) en detrimento (por falta o escasez) de los bienes en manos de otros (los pobres). En realidad, no hay pobreza sin riqueza o hay pobres porque hay ricos. Así de claro.

      En este contexto, la relación con el dinero se convierte en una práctica fundamental del ascetismo como proyecto económico-político. Un uso determinado del dinero

      implica siempre el rechazo de otro modelo que también pretende hacer lo mismo, pero que no sería capaz de cumplir con lo prometido. Los que han optado por la riqueza como elemento imprescindible para poder vivir tienen que rechazar otro tipo de vida que carece o prescinde de este exceso de bienes y poder, calificándola como incapaz de satisfacer los deseos más básicos o elevados del ser humano. En cambio, los que han optado por la pobreza como puerta de entrada en una vida mejor tienen que rechazar como engaño el modelo de vida que la riqueza había prometido asegurar. Desde la pobreza asumida, la riqueza puede dejar un buen sabor en la boca de los sueños, pero se volvería en el estómago del vivir diario una realidad amarga 45.

      f) La pobreza asumida de Jesús

      En este debate participó activa y personalmente Jesús de Nazaret. Aquel judío marginal fue un trabajador de la construcción (cf. Mc 6,3) e hijo de un padre con el mismo oficio (cf. Mt 13,55). Procedía de una familia que, aunque sus padres ofrecieron el sacrificio de purificación


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