Seguir a Jesús . Henri J. M. NouwenЧитать онлайн книгу.
Para seguir a Jesús tienes que desear decir: «Esta media hora voy a permanecer con Jesús. Sé que me distraeré. Sé que tengo cientos de pensamientos y un millón de cosas que hacer. Pero sé que me amas y me invitas, aunque yo esté impaciente y nervioso. Voy a permanecer».
Estate con él y escucha. Escucha al que te invita. Mantente en silencio. Como un niño está en casa con su madre y su padre. Tú tan solo permanece. Juega. Estate ahí. Media hora al día. ¿Es posible? ¿Es posible durante media hora? Tan solo estate ahí. Siéntate ahí y no hagas nada. Pierde el tiempo con Jesús. Eso es lo que hace el amor. El amor siempre quiere estar con su amante. Tú quieres estar ahí. Disfrútalo. «¡Qué bueno es que estemos aquí contigo, Jesús!» (Mc 9,5).
Lentamente descubrimos que estamos haciendo morada en el Señor y que estamos en su casa no solo durante media hora, sino todo el día. Siempre estamos en la casa del Señor. Estamos en el lugar del Señor allá donde estemos, hagamos lo que hagamos. Ya estamos en casa.
Aunque estemos de camino a nuestro hogar, ya estamos en casa.
No digas: «Estoy demasiado ocupado». No digas: «Tengo cosas mejores que hacer». Tan solo estate allí. Todos los días. Reza y descubre. Podemos vivir en este mundo hostil y competitivo y estar en casa.
Escucha, pregunta, permanece y poco a poco irás creciendo en Jesús.
***
SEGUIR A JESÚS es diferente a seguir a una persona famosa o unirse a un movimiento.
¿Qué quiero decir con esto?
Mucha gente se ve «atraída», «seducida» o «arrastrada» por cosas o personas. El culto al héroe es precisamente esto. Nos vemos atraídos hacia cantantes y estrellas de cine. Estas personas tienen el poder de seducirnos hacia otro mundo y, en cierto sentido, nos vemos pasivamente arrastrados hacia ellas. Esto no es seguimiento. Hay personas que pueden pensar que es seguimiento –como seguir a un héroe popular–, pero no es el seguimiento del que habla Jesús.
Tampoco somos seguidores al vernos atraídos por movimientos, aunque sean buenos. La gente me suele preguntar: «¿A qué te dedicas últimamente? ¿Estás con algo de counseling, terapia primal, psicosíntesis, percepción extrasensorial, análisis intelectual? ¿A qué te dedicas? Aprendemos de estos movimientos y nos sentimos atraídos hacia ellos, pero de lo que nos habla el evangelio es de algo totalmente distinto. El viaje espiritual es en esencia diferente a ser «impelido hacia» un culto a un héroe o verse atraído hacia un movimiento bueno.
Hay todo tipo de movimientos interesantes: movimientos de curación, movimientos terapéuticos, etc. Yo mismo he tomado parte en algunos de ellos. Pero lo que caracteriza a estas otras formas de seguimiento es que suelen estar centradas en el «yo». Si te ves arrastrado hacia un culto al héroe, te encontrarás buscando un yo ajeno. Hablé con amigos que fueron a un concierto de los Beatles hace años y les escuché decir lo fácil que era perder tu identidad por aquellos chicos de Liverpool. Mis amigos se destruyeron. Ya no estaban ahí. Estaban ahí indirectamente, ajenos. En cierto modo, se confundieron con la música y con aquellas personas. Al unirnos a estos movimientos buscamos por lo general una cierta armonía interior, una solución sanadora para algún dolor. Esperamos que sea quizá este o aquel movimiento el que nos proporcione un equilibrio emocional o una nueva cohesión interna.
Pero, cuando Jesús dice: «Seguidme», ocurre algo muy distinto. Entramos en una forma diferente de seguimiento, porque es una llamada desde «mí» y hacia Dios. Es una llamada para dejar que Dios entre en el centro de nuestro ser. Es un deseo de abandonarme, de abandonar mi «yo» y decir poco a poco: «Tú, Señor, eres el único».
No es una forma de buscarse a sí mismo, sino una forma de vaciarse, de dejar que el yo cree espacio para una forma totalmente nueva de ser que es Dios. La vida de Jesús fue una entrega gradual de sí mismo para que Dios pudiera estar plenamente en el centro. De esto trata la crucifixión. Cuando Jesús dice: «Sígueme», está diciendo: «Deja ese lugar del yo. Deja a tu madre, a tu padre, a tu hermano, a tu hermana, tu casa, tus posesiones familiares. Deja tu mundo “mí” –mi madre, mi padre, mi hermano, mi hermana, mis posesiones, mi mundo– y sígueme».
Jesús dice: «Déjalo». Déjalo para que Dios pueda ocupar el centro.
Estamos invitados a dejar el lugar familiar y encontrar a Dios. Estamos invitados a encontrar a Dios y confiar en que en Dios descubriremos quiénes somos verdaderamente. El énfasis no está en el «yo», sino en el Señor.
Seguir a Jesús es centrarse en Aquel que nos llama y confiar poco a poco en que podemos abandonar nuestro mundo familiar y en que algo nuevo llegará.
¡Nos convertiremos en personas nuevas!
¡Adoptaremos un nombre nuevo!
Abrán respondió a la llamada de Dios y pasó a llamarse Abrahán. Saulo siguió a Jesús y pasó a llamarse Pablo. Simón siguió a Jesús y se convirtió en Pedro. Pedro dejó su propio mundo y entró en el mundo de Dios, y encontró quién era realmente en Dios.
¿Cuál es tu nuevo nombre? ¿Cuál es el mío?
Señor Jesús:
Ayúdame en este momento a dejar a un lado lo que me ha preocupado hoy.
Aleja todos los miedos, que se baten furiosos a mi alrededor. Aleja todos los sentimientos de inseguridad y de baja autoestima y déjame ser modelado por ti, Cordero de Dios.
Ayúdame a entrar más profundamente en tu silencio, donde puedo escucharte y oír cómo me llamas, y encontrar la fuerza y el valor para seguirte. Te pido que te quedes conmigo mientras escucho tu palabra y llego a un conocimiento más hondo de tu misterio, de que tú me llames a seguirte.
Permanece conmigo ahora y siempre.
Amén.
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