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Conocimiento y lenguaje - AAVV


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niveles, algo que ya Hernández Sacristán identificó en los años 80 como subsunción a propósito de las relaciones entre emisión y recepción. Lo que en el cognitivismo fuerte se desarrollaba como metáfora encuentra en estas teorías una explicación directa, no metafórica, gracias a la rentabilidad explicativa de conceptos como «subsunción», «redefinición», «isomorfismo» o «reacción circular». No estamos pretendiendo, obviamente, que todos estos conceptos sean equivalentes, sino que todos manejan una misma realidad fenomenológica que podemos llamar de especularidad recíproca.

      3.4.1 Lenguaje y cerebro

      En las últimas décadas del siglo XX se desarrolla de forma notable la neurolingüística, cuya pregunta principal es «¿cómo el lenguaje se organiza en el cerebro?», o «¿cómo el cerebro hace posible el lenguaje?» Nuestros conocimientos sobre neurología y sobre lenguaje nos llevan a la necesidad de explicar un cambio tal (Hernández, 2003: 10) que convierta la información que transmiten las neuronas (es decir, un sistema de señales) en lenguaje (es decir, un sistema de símbolos): ¿cómo se produce esta transformación?

      Éstas no son, por supuesto, preguntas que se planteen por primera vez; la bibliografía repite tradicionalmente dos momentos esenciales en los inicios de la neurolingüística que comparten la participación del lenguaje patológico, y que son:

      - 1861: Paul Broca, anatomista francés, describe el cerebro de un paciente que había atendido en La Salpêtrière y que tenía gravemente afectada la capacidad expresiva, motora. El análisis del cerebro le mostró que una zona concreta del córtex del hemisferio izquierdo (tercio posterior del giro o circunvolución frontal inferior: «área de Broca») estaba prácticamente destruida.

      - 1873: Carl Wernicke, psiquiatra alemán, describe lesiones cerebrales en otro punto del hemisferio izquierdo que provocan alteraciones de la conducta opuestas a las descritas por Broca: mientras la capacidad motora, expresiva, estaba básicamente preservada, la capacidad comprensiva, sensorial, se veía afectada. Se localiza así, en la segunda circunvolución del lóbulo temporal izquierdo, la llamada «área de Wernicke».

      Como ocurre con el desarrollo del generativismo, de la inteligencia artificial, o de los estudios sobre comunicación no verbal, también son las grandes contiendas bélicas del siglo XX las que impulsan definitivamente el desarrollo de la neurolingüística y, consecuentemente, la aparición de la logopedia. La cantidad de soldados heridos con traumatismos craneoencefálicos obligó, ya tras la Primera Guerra Mundial, a plantear la necesidad de abordar estos problemas de manera específica y urgente. Tras la Segunda Guerra Mundial adquieren especial importancia los trabajos de Aleksandr R. Luria, Norman Geschwind o Wilder G. Penfield.

      Con anterioridad a Broca y Wernicke, los intentos de localizacionismo más destacados fueron los de la frenología de Gall, que intentaba distribuir en el cerebro las diferentes facultades humanas pero carecía de bases empíricas. Como señala Luria (1973) lo esencial de los descubrimientos de Broca y Wernicke es, junto a la base empírica, clínica, la distinción funcional de los dos hemisferios, identificando el hemisferio izquierdo de los diestros como el dominante para el lenguaje (el hemisferio derecho es dominante en un 3 % de la población, en su mayoría personas zurdas, si bien la población zurda supone un 10 % del total). A partir de aquí se desarrolla una tradición localizacionista que intenta diseñar el mapa global del córtex cerebral, pretendiendo correspondencias unívocas entre cierta zona cerebral (entre 50 y 100 para cada hemisferio, Pulvermüller, 2002: 13) y cierta función o actividad psicológica; los conocidos humunculus, esto es, dibujos del cerebro que muestran superpuesto un dibujo de un cuerpo humano, son resultado de estos intentos localizacionistas o somatotópicos. Estos investigadores asumen un planteamiento que identifica los síntomas patológicos (agramaticalidad, falta de fluidez, comprensión alterada, expresión deficiente...) y, agrupándolos en síndromes, busca un correlato espacial en alguna zona del cerebro (el neurólogo Henry Head los ridiculizaba como «productores de diagramas»).

      Pero aceptar que ciertas zonas cerebrales son responsables de ciertas facultades o conductas no supone ignorar la dimensión funcional y la interrelación entre varias zonas; por el contrario, es necesaria una consideración global (holista, sistémica) del cerebro:

      Todos los procesos mentales tales como percepción y memorización, gnosis y praxis, lenguaje y pensamiento, escritura, lectura y aritmética, no pueden ser considerados como «facultades» aisladas ni tampoco indivisibles, que se pueden suponer «función» directa de limitados grupos de células o estar «localizadas» en áreas particulares del cerebro [...] deben ser consideradas como sistemas funcionales complejos (Luria, 1973: 29).

      Para Luria, de hecho, la función del neurólogo no es localizar los procesos psicológicos en ciertas áreas acotadas del córtex, sino averiguar los «grupos de zonas de trabajo concertado del cerebro» que intervienen en ciertas actividades mentales. Así, progresivamente, frente a los planteamientos estrictamente localizacionistas surgen otras posiciones, llamadas conexionistas o interaccionistas, que postulan una visión diferente de la dimensión cerebral del lenguaje (Love y Webb señalan que ya Wernicke había defendido un modelo conexionista, 1996: 23). Para estos investigadores, es excesivamente reduccionista asignar ciertas zonas cerebrales concretas a ciertas capacidades o incluso categorías concretas, pues la clínica demuestra, por ejemplo, que puede haber reorganización cortical en personas con habilidades especiales o con patologías (músicos de cuerda, lectores de braille).

      Al evolucionar el estudio neurofisiológico y desarrollarse las modernas técnicas de neuroimagen, cobran importancia esencial las redes neuronales que integran el córtex cerebral, con lo que el localizacionismo inicial adquiere un considerable nivel de complejidad. Las conexiones entre neuronas, realizadas a través de las sinapsis, son el eje de esta comunicación interna del sistema cognitivo, que rentabiliza especialmente los potenciales postsinápticos, es decir, la reacción positiva o inhibitoria que cierta célula tiene tras una sinapsis aferente (una sinapsis de entrada desde otra neurona). Otro aspecto esencial de esta postura interaccionista, que ya aparecía en Luria, es la consideración conjunta del lenguaje y otras categorías cognitivas, como la atención, la memoria o la percepción. En la actualidad, por otro lado, no hace falta un modelo rígido de correspondencias entre síntoma y localización, porque gracias a las técnicas de neuroimagen podemos ubicar las lesiones sin tener que inferir esa ubicación a partir de los síntomas (Cuetos, 1998). Estas técnicas son:

      - PET: Tomografía de Emisión de Positrones

      - RM: Resonancia Magnética

      - TAC: Tomografía Axial Computerizada

      - SPECT: Tomografía por Emisión de un Solo Fotón.

      Dado que, como venimos señalando, el estudio de las personas con algún tipo de alteración en el lenguaje resulta de especial interés para el desarrollo de la neurolingüística, en los apartados siguientes haremos una brevísima presentación de las principales situaciones que pueden darse:

      - alteraciones y enfermedades que se presentan en el desarrollo infantil,

      - alteraciones del lenguaje debidas a lesiones cerebrales en la edad adulta.

      3.4.2 Alteraciones en el desarrollo

      En ocasiones, el desarrollo verbal del niño puede presentar problemas que afectan a la expresión verbal, o a las destrezas de lectura y escritura. Estos problemas que se detectan en la etapa infantil pueden ser de origen y naturaleza diversa. Entre los síndromes infantiles de base genética, Miguel Puyuelo y cols. (2001: 3) señalan la importancia de las características fenotípicas (signos y síntomas) para diagnosticar estas enfermedades. Tales rasgos fenotípicos pueden ser:

      - rasgos físicos visibles (alteraciones de estatura, dismorfias faciales...)

      - rasgos físicos detectables en el examen detallado (visceromegalia, hiperlaxitud muscular...)

      - malformaciones internas (cardiopatías, malformaciones cerebrales...)

      - mayor incidencia de ciertas complicaciones con el paso del tiempo

      - perfil conductual característico,


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