Ciudadanos, electores, representantes. Marta Fernández PeñaЧитать онлайн книгу.
el contrario, prevalecía el «actuar errático» de los diputados.1 Estas dos tendencias políticas se desarrollaron en torno a dos ejes principales: un eje político-ideológico (un liberalismo doctrinario o conservador frente a un liberalismo más progresista) y un eje territorial (centralismo frente a regionalismo). Además, algunos historiadores han señalado que estos dos ejes eran coincidentes, pues el baluarte del conservadurismo se encontraba en la capital, Quito, mientras que Guayaquil representaba las tendencias más liberales.2 A ello se unía un tercer eje, que cobró especial protagonismo en las últimas décadas del siglo XIX, en torno a cómo cada una de las tendencias ideológicas entendía el papel que la religión debía desempeñar en el ámbito político.3
La primera «escuela de integración nacional» –según la denominación otorgada por Maiguashca– era la escuela francesa.4 Esta tendencia se encontraba liderada por Gabriel García Moreno (no en vano sus seguidores se hacían llamar «garcianistas»), y en ella podemos situar a otros líderes políticos como Juan José Flores, Vicente Rocafuerte o José María Plácido Caamaño. En primer lugar, se caracterizaba por la defensa de un fuerte centralismo. Como plantea Buriano, «la corriente conservadora deseaba establecer el control del poder central sobre las provincias y dominarlas en todos los planos». Sin embargo, frente a lo que cabría esperar, la estrategia seguida por los garcianistas consistía en descentralizar el poder municipal hasta el ámbito cantonal, con el objetivo de restar poder a la provincia. Se entendía, por tanto, que el poder central podía influir más directamente en el cantón –a través de una actitud caciquil y paternalista– que en la provincia.5 Este grupo era partidario de instalar en Ecuador un sistema político similar a la Francia de Napoleón III, del que García Moreno era un fiel admirador. Además, entre los principios ideológicos fundamentales del conservadurismo ecuatoriano se encontraban la idea de modernidad católica y el establecimiento de una maquinaria estatal robusta que pudiera contener las tendencias disgregadoras y diera coherencia a un determinado proyecto nacional basado, entre otros elementos, en un fuerte catolicismo. Por tanto, partiendo de la idea de considerar la religión católica como un elemento esencial de la identidad nacional ecuatoriana, «propugnaron una homogeneización monista, sin conceder espacio a la diferencia cultural», como afirma Maiguashca. Esta fue la tendencia ideológica predominante en la mayor parte del siglo XIX, ya que estuvo en el poder en 1830-1845 (durante los gobiernos de Flores y Rocafuerte), 1861-1865, 1869-1875 (ambos periodos gobernados por García Moreno) y 1884-1888 (durante el Gobierno de Caamaño). En el último tercio del siglo XIX, este grupo fundó el Partido Conservador Ecuatoriano, que tomaba como centro el proyecto político planteado por Gabriel García Moreno, y en cuya configuración ideológica intervinieron individuos como Felipe Sarrade o Juan León Mera.6
Por otro lado, la escuela americana –también denominados «marcistas»–apostaba por una mayor descentralización política que diera un protagonismo creciente al poder provincial. En su cosmovisión política se presentaba como ideal el modelo federal estadounidense. No obstante, Maiguashca afirma que este grupo no era totalmente federalista, sino que lo categoriza como una corriente «unitaria débil descentralista». En cuanto a las tendencias federalistas que se habían mostrado vigorosas durante el periodo de la Gran Colombia, aunque siguieron existiendo a partir de la independencia de Ecuador, nunca llegarían a tomar el poder. De todas formas, en la Constitución de 1861 consiguieron implantar algunas de sus ideas sobre la administración territorial, resultando ser el texto constitucional más descentralista de la historia de Ecuador.7 Esta era una tendencia ideológica heredera del liberalismo anglosajón, entre cuyos pilares ideológicos se situaba «el sostén de una coalición antiaristocrática» y la defensa «de un aparato burocrático difuso». Así, por ejemplo, frente a la imposición del catolicismo, los marcistas defendieron la tolerancia religiosa. Además, fueron firmes defensores de la meritocracia, poniendo el acento en la capacidad del individuo para prosperar socialmente. Entre los seguidores de esta escuela se encontraban personajes relevantes del panorama político como Vicente Ramón Roca, José María Urbina, Francisco Robles o Ignacio Veintemilla.8 Este grupo estuvo menos tiempo en el poder, implantando su ideología durante los Gobiernos de Roca (1845-1849), Urbina (1851-1856), Robles (1856-1859) y Veintemilla (1876-1883). Por tanto, la mayor parte del siglo XIX se encontraron en la oposición, conspirando contra la autoridad establecida y en ocasiones incluso llevando a cabo golpes de Estado que desencadenaron guerras civiles. Como se pudo ver en el capítulo anterior, la primera de ellas fue la Revolución Marcista o Revolución de Marzo de 1845, la cual dio origen a una de las denominaciones con las que los miembros de este grupo eran conocidos. Este fue un conflicto de gran calibre que experimentó Ecuador casi al comienzo de su vida como país independiente, en el cual los marcistas, liderados por Urbina, se sublevaron contra el entonces presidente Juan José Flores y consiguieron hacerse con el poder durante más de una década.
Tras el triunfo de los garcianistas el 24 de septiembre de 1860 y su vuelta al poder, en 1861 Gabriel García Moreno convocó la séptima asamblea nacional constituyente –desde la independencia de Ecuador, le habían precedido las asambleas de 1830, 1835, 1843, 1845, 1851 y 1852–, con el objetivo de elaborar un nuevo texto constitucional que sustituyera al anterior de 1852. Así, el 10 de enero de 1861, la Convención Nacional de Ecuador, reunida en Quito, daba inicio a sus sesiones y nombraba como su presidente a Juan José Flores, mientras que Pablo Herrera y Julio Castro ocupaban el cargo de secretarios.9
Esta asamblea estaba conformada por representantes procedentes de distintas disciplinas, entre los que destacaban aquellos profesionales del derecho público, como los hermanos Miguel Francisco y Luis Rafael Albornoz, Mariano Cueva, Ramón Borrero, Vicente Salazar, Pedro José de Arteta o Pablo Herrera. También había varios periodistas, escritores y publicistas, muchos de los cuales colaboraban en diversos periódicos –como Mariano Cueva, Ramón Borrero o Pablo Herrera–, junto a otros aficionados a la escritura, como Francisco Eugenio Tamariz. Encontramos también algún economista (Vicente Salazar) y varios educadores que habían llegado a ser rectores de diferentes colegios: Miguel Egas, Luciano Moral, Felipe Sarrade o Tomás Hermenegildo Noboa. Por último, aparecían también algunos militares –entre los que cabe señalar a Juan José Flores o a Francisco Eugenio Tamariz–, sacerdotes –Vicente Cuesta y Tomás Hermenegildo Noboa– y varios individuos dedicados a la medicina –Miguel Egas, Manuel Villavicencio o Felipe Sarrade–.
Esta asamblea fue convocada por un gobierno que se entendía como de «salvación nacional», tras un episodio de disgregación política y territorial en el que el mantenimiento de Ecuador como país unido e independiente había sido cuestionado. Esto explicaría, como señala Buriano, que los opositores al Gobierno de García Moreno no se mostraran excesivamente combativos en el Parlamento. Así, existía una cierta unanimidad en la idea de la necesidad que tenía Ecuador de fomentar una integración nacional.10 A pesar de que no existía una mayoría conservadora en lo que respecta a su adscripción ideológica, algunos de sus miembros habían participado en la formulación ideológica del conservadurismo ecuatoriano –como Felipe Sarrade o Juan León Mera–, mientras que otros llegaron a ejercer diferentes cargos en alguno de los Gobiernos garcianos –Mariano Cueva, Vicente Salazar o Pedro José de Arteta, cuñado de Juan José Flores–. Además, había algunos individuos que, más allá de la convergencia ideológica, compartían también una estrecha amistad personal –por ejemplo, Miguel Egas, uno de los primeros en mostrarle su apoyo en 1859, o Luciano Moral, que llegó a ser secretario de García Moreno en 1869–. Sin embargo, la heterogeneidad