Madrid cautivo. Alejandro Pérez-Olivares GarcíaЧитать онлайн книгу.
lógico mantener también el máximo cuidado en ese aspecto de la ocupación, vital, según las autoridades castrenses, para mantener el control de la ciudad. No solo se abandonaba el desembarco de la Milicia en las instituciones existentes, la opción de 1936, sino que autoridades civiles de primer orden como el Ayuntamiento y la Diputación eran nombradas por los militares. En cuerpos considerados clave, como Justicia, Correos y Telégrafos o Abastecimientos, el protagonismo castrense era incuestionable, y la preocupación del Estado Mayor llegaba hasta la recogida de basuras, bajo control de los jefes de sector (tabla 1.6). Era, sin duda, la concepción de una ciudad militarizada.
TABLA 1.6
NOMBRE | SERVICIO |
Juan de Villalonga | Abastecimientos |
Juan Petrirena28 | Aguas |
Alberto de Alcocer | Servicios urbanos, bancarios y de índole varia |
Javier Martínez de Bedoya | Beneficencia |
José Luis Anchústegui Nardiz | Cámara de Comercio e Industria |
José Tristán Palacios | Carabineros |
Santiago Noreña Echavarria | Correos y Telégrafos |
Manuel Antonio García Alegre | D. I. D. R. E. M.29 |
Samuel Crespo | Diputación de Madrid |
Francisco Lezcano | Electricidad |
Víctor Mesa Aznar | Ferrocarriles |
María Rosa Urraca Pastor | Frentes y Hospitales |
José María Rezola | Gas |
Pedro Simarro Roig | Guardia Civil |
Ángel Manzaneque | Justicia |
Carlos Laffite | Metropolitano |
Julio Pérez y Pérez | Milicias FET y de las JONS |
José María Echevarría | Radio |
Carlos Velasco | Prisiones |
José Alberto Palanca | Sanidad |
Manuel Martínez Franco | Teléfonos |
José Luis Escario | Trabajo |
Augusto Krahe | Tranvías |
Fernando Vélez y Gumersindo García | Falange |
Fuente: AGMAV, Caja 2552, Carpeta 44. Elaboración propia.
De la lista destacan dos aspectos: la primacía militar y el carácter técnico de muchos de los elegidos. De los 28 cargos nombrados tras la reorganización de julio, 16 eran militares, el 57 % del total. En el caso de la gestión de aguas, el ayudante de Rodríguez-Borlado, José González Vázquez, provenía de la Confederación Hidrográfica del Duero. Los responsables de Prensa y Propaganda, Jiménez Arnau y Ridruejo, procedían directamente de la Delegación del Ministerio de Interior. José Alberto Palanca, responsable de Sanidad, había colaborado previamente en el Instituto Provincial de Higiene de Valladolid, y Javier Martínez de Bedoya, jefe de Beneficencia, había sido miembro de la Diputación Provincial en la misma ciudad. Franco apostaba por un perfil experimentado, preocupado por la gestión del orden público militarizado y las necesidades cotidianas.
Lo que quedaba claro es que la información procedente de los servicios de inteligencia había modificado los planes de ocupación. Los asaltantes conocían cada vez mejor la ciudad, sus estrecheces y las futuras necesidades tras la ocupación. En paralelo a su creación oficial, el Servicio de Recuperación de Documentos comenzó a elaborar una agenda de informantes de cara a preparar lo que veían como una tarea ingente. Así, en Salamanca, alrededor de Marcelino de Ulibarri, se fue reuniendo un grupo de personas que, por haber residido en Madrid, tener negocios o familiares allí y, por supuesto, comulgar con los principios de la sublevación, pasaron a colaborar con el Servicio. Había desaparecido la OIPA, pero durante todo un mes, entre el 9 de abril y el 24 de mayo, Ulibarri se aprovechó de sus conocimientos para elaborar una lista de domicilios que debían ser registrados y de personas de confianza a los que encargar labores auxiliares. Era el caso, por ejemplo, de José Luis Mañes. Natural de Madrid y vecino de la calle Goya 58, tenía 48 años y era jefe del Cuerpo de Correos. Ulibarri tenía gran interés en reclutar perfiles muy concretos, aquellos que mejor pudieran captar la complejidad de controlar una ciudad. Pero los intereses también procedían de esos rostros anónimos que colaboraron con el Servicio. Matilde Carbonell llegó a entregar su tarjeta personal, donde indicaba que vivió en el paseo de Eduardo Dato 27, 1.º A, con la siguiente declaración: «Desea que de esta casa se incaute D. Marcelino Ulibarri. Está encargada de vigilar este piso D.ª Lola Miranda de Olivares que vive en Mayor 10, 2.º». José Durán aportó datos sobre los ficheros de la Dirección General de Seguridad. Enrique Sánchez, bibliotecario, podía «ser un buen informante». Pedro Ara, catedrático de la Universidad Central, sabía inglés y francés. Enrique Pina, por su parte, era «camisa vieja», miembro de Falange desde su fundación en 1933.30 Desde entonces, «su» ciudad, cargada de experiencias pasadas y lugares vividos, repleta tanto de posibles colaboradores como de adversarios, pasó a formar parte de la ciudad imaginada por los ocupantes. Diferentes especies de espacios que conformaron su imaginación. Tan solo quedaban unos meses para que se convirtiera en realidad.
1.4 UN ÚLTIMO PLAN
Ávila, marzo de 1939. «El mando de la Columna solo fijará día, hora y sitio para efectuar la concentración». «Dada la orden de concentración de la Columna, en la que se fijará día, sitio y hora, los diferentes Sectores emprenderán la marcha». «Cuando el mando de la Columna conozca el sitio por donde se ha de entrar en Madrid, señalará el de concentración».31 Pocas veces ocurre que la ansiedad y la preocupación traspasen la tinta de los oficios militares, pero la ocupación de Madrid se antojaba una excepción. Tras varios planes, tras muchos meses a sus puertas desde noviembre de 1936, el ejército franquista se aprestaba a ocupar la ciudad. Faltaba, tan solo, un último plan.
Con el comienzo del nuevo año se perfiló el proyecto de la Columna de Orden y Policía de Ocupación. Los partes militares, las comunicaciones cotidianas, las órdenes desde el Estado Mayor aparecían rubricadas con la fórmula oficial: «III Año Triunfal». Para tratar de asegurar ese triunfo, las últimas instrucciones de la Columna ampliaban y detallaban los cometidos de sus distintos negociados.32 Los que más atención recibían, siguiendo la estela ya trazada en 1937, eran la relación entre las autoridades y las jefaturas de sector, los asuntos de inspección, vigilancia y seguridad y los servicios especiales. Es decir, la coordinación entre organismos, la cuestión del orden público y la gestión de aguas, electricidad, gas y comunicaciones, verdaderas obsesiones para acometer la ocupación de grandes núcleos de población. La primera cuestión que preocupaba al Alto Mando franquista era la comunicación entre los equipos que iban a penetrar en los barrios y los principales dirigentes de la Columna. La segunda, la actuación en la ciudad en los primeros instantes de ocupación, como la vigilancia de carreteras y estaciones de ferrocarril, la protección de edificios oficiales y la incautación de edificios públicos y sedes de partidos para custodiar sus archivos. Todo ello sin dejar de atender a los libros de registro de hoteles, fondas, casas de huéspedes o las actas de incautación de talleres de periódicos. Se condensaban así las reflexiones de 1937 y 1938 sobre la persecución de los antecedentes para controlar a las personas y la dirección militar para controlar el espacio. Una cuestión primordial cuando se recomendaba portar un plano de la población señalando los accesos y puntos neurálgicos, así como los principales centros de interés. Aparte, en colaboración con los agentes de investigación afectos a la Jefatura de Orden Público, la Columna debía «tomar nota de los dueños de las casas en que aparecieran rótulos o pasquines marxistas», para que el jefe de sector correspondiente procediera a imponer la debida multa. Para tramitar las investigaciones existía un negociado específico, encargado del registro de entrada de denuncias y confidencias y de registros domiciliarios, órdenes de detención e interrogatorios. Quedaban, por último, los servicios relacionados con la gestión cotidiana de la ciudad. Era el apartado más «técnico» de la Columna para «que tan pronto como se ocupe militarmente» fuera atendida «en forma debida y con toda la amplitud posible».