Yo soy la puerta. OshoЧитать онлайн книгу.
estar calificados, con todas nuestras limitaciones y debilidades. Uno debe de ser preciado, incluso ante los ojos de la existencia, uno debe de ser preciado. ¿Quién soy yo para negarle a alguien el comienzo? Pero a veces los gurús se piensan más sabios que la existencia misma. Deciden quién está calificado y quién no. Incluso Dios mismo se acerca a ellos —y ellos deciden quién está calificado y quién no—. Y siempre que alguien se acerca, se acerca Dios. Así que no se ría: siempre que se acerca alguien, se acerca Dios, porque no es nadie más quien puede acercarse.
¿Quién soy yo para negar a alguien cuando se acerca a mí? Tal vez no lo sepa esa persona, tal vez no esté consciente de ello, pero yo estoy consciente de ello: que Dios está en busca de sí mismo. Por eso es que no puedo negarlo, sólo me puedo alegrar por su comienzo. Por eso es que no se hace ninguna distinción, por eso no se requiere que la persona esté calificada. Y sannyas es necesario en este momento, para la humanidad entera. La humanidad entera lo necesita. Nos hemos vuelto tan ignorantes de la corriente viva, nos hemos vuelto tan ignorantes de la divinidad de adentro y de afuera, que cada uno de nosotros debe de hacerse consciente. De lo contrario, la situación decaerá tanto, que tal vez nos tardemos un siglo en recuperamos. Ha estado sucediendo por mucho tiempo.
Darwin pensaba que éramos animales; ahora, se piensa que somos autómatas. ¡Los animales al menos tienen alma! Ellos tenían alma; ahora, nosotros no. Y pronto tampoco seremos unos autómatas tan eficientes, porque habrá computadoras, habrá mecanismos mejores; no sólo seremos máquinas, sino máquinas muy ordinarias.
Esta es la creencia —no es conocimiento— que se le ha impuesto a la humanidad a lo largo de tres siglos. Ahora se ha vuelto más prominente. Es una creencia, así como cualquier otra creencia. No importa que la ciencia lo sustente, es una creencia. Y cuando la humanidad comience a creerlo, será difícil revivir las almas humanas...
Por ello, los días que están por venir, serán determinantes. Los años que están por venir, decidirán el destino de los próximos siglos. Esto será determinante —determinante en el sentido de que la creencia de que los seres humanos somos sólo máquinas, instrumentos mecánicos naturales, será predominante—. Cuando esta creencia se vuelva predominante, será muy difícil volver a hallar esa corriente perdida y oculta. Se hará cada vez más difícil; incluso, hoy en día, se ha vuelto tan difícil. Hay tan pocas personas en este mundo que realmente conocen la corriente viva —se pueden contar con los dedos de una mano. Aquellos que hablan, sólo están hablando. Muy poca gente realmente sabe, y con cada día que pasa, esa cantidad disminuye. Aquellos que saben, no están siendo reemplazados por otros. Cada día que pasa, hay menos y menos personas que conocen la corriente viva, que conocen la realidad que yace debajo, que conocen la conciencia, que conocen lo divino.
Los años por venir serán decisivos. Por lo tanto, aquellos que están, de cualquier modo, listos para comenzar, serán iniciados por mí. Si diez mil son iniciados y uno sólo alcanza la meta, vale la pena tomarse la molestia. Y a todo aquel que llegue a conocer algo acerca de este mundo interior, le pediría que vuelva y que toque en todas las puertas, que se pare encima de los techos y que proclame que algo dichoso, que algo inmortal, que algo divino, es.
Sé testigo; ve y sé testigo de ello; de lo contrario, la creencia de lo mecánico prevalecerá. Es más fácil verlo ahora, más adelante no será fácil reemplazarlo. La mente es, de algún modo, plástica, más plástica hoy en día —lista para ser moldeada de acuerdo con cualquier modelo. Porque todas las viejas creencias han sido arrancadas, la mente está vacía y sedienta de pertenecer a cualquier cosa —incluso, a una creencia de lo mecánico. Cualquier sinsentido que le puede dar a uno el sentimiento de pertenencia, que le pueda hacer sentir a uno que sabe lo que es la realidad, será acogido. Y la mente humana se aferrará a este sinsentido.
No se debe desperdiciar ni un solo momento. Aquellos que saben aunque sea un poco, aquellos que han experimentado tan siquiera un atisbo, deben hablar de ello con otros. Y la última parte de este siglo no es tan insignificante como puede parecer. Es muy importante y, de cierto modo, más importante que los siglos mismos. Porque el ritmo del cambio es tan veloz, que estos treinta años son como treinta siglos. Lo que no se pudo hacer en treinta siglos, se podrá hacer en treinta años, en tres décadas. La velocidad del cambio es tal, que el tiempo que parece tan pequeño, no lo es.
Hay tres creencias que van a matar, que van a destruir el último puente entre la humanidad y la corriente de lo divino que yace por debajo. Una es la creencia de que la mente es sólo una máquina. La segunda es el comunismo —que un hombre y que la relación de un hombre con la sociedad es únicamente un fenómeno económico—. En dado caso, no hay corazón, el hombre no es decisivo —la estructura económica es decisiva—. El hombre está únicamente en manos de las fuerzas económicas, de fuerzas ciegas. Marx dice que no es la conciencia lo que dicta una sociedad, sino la sociedad la que dicta la conciencia. En ese caso, la conciencia no sería nada. Si no es decisiva, no es.
Y, en tercer lugar, está el concepto de la irracionalidad. Las tres creencias son: el concepto darwiniano que se ha convertido en la creencia de que el ser humano es una máquina; luego, el concepto marxista que ha convertido a la conciencia en un epifenómeno de las fuerzas económicas y, finalmente, el concepto freudiano de la irracionalidad: que el hombre está en manos de fuerzas naturales, del instinto. En dado caso, el hombre hace lo que sea que tenga que hacer y no hay conciencia, sino una noción ilusoria de que estamos conscientes.
Los profetas de hoy son Freud, Darwin y Marx. Los tres se posicionan en contra de la libertad y los tres se posicionan en contra de la inmortalidad.
Por lo tanto, yo seguiré empujando a todos hacia el mundo interior, con la esperanza, claro, con la férrea esperanza de que alguno llegue a la corriente viva, la satchitananda, y que sea capaz de expresarlo a través de su ser completo, que lo viva. Si tan sólo unas cuantas personas pueden vivirlo hoy en día, el curso de la humanidad que ha de venir, cambiará. Pero esto sólo puede suceder, no a través de la enseñanza, sino a través de la vivencia. Por eso insisto en que sannyas es un comienzo para el vivir. Y si tú piensas que cuando alguien se acerque a mí, simplemente le daré sannyas, te equivocas. Puedo decir que yo le he dado sannyas a cualquier persona que se ha acercado a mí, pero no es el caso. Parece ser así, pero no es el caso. En el momento en que alguien se acerca a mí, sé mucho acerca de él, más incluso de lo que él mismo sabe de sí mismo.
Ayer, alguien vino a verme en la mañana, y yo le dije que recibiera sannyas. Ella se sobrecogió. Me pidió que le diera tiempo para pensarlo y decidir, al menos dos días. Yo le dije: "¿Quién conoce de dos días? ¿Acaso requiere de tanto tiempo? Recíbelo ahora, en este momento". Pero ella no fue decisiva, así que accedí a que se diera dos días para pensarlo. Hoy por la mañana, vino y lo recibió. No esperó dos días, sino uno sólo. Le pregunté: "¿Por qué? Le he dado dos días. ¿Por qué ha vuelto tan pronto?" Ella respondió: "A las tres de la mañana, de pronto, desperté, y algo desde muy adentro, me dijo: 'Ve y recibe sannyas'."
No es una decisión que ella haya tomado, sino una decisión que fue tomada por ella, por la parte más recóndita de su mente. Pero, desde el momento en que entró en el cuarto, yo la conocía, conocía esa parte de su mente que ella misma llegó a conocer veinte horas más tarde.
Cuando le digo a alguien que reciba sannyas, hay razones distintas para cada persona a quien se lo digo. O ha sido un sannyasin en la vida anterior, o lo ha sido en algún momento de su larga trayectoria.
Yo le había dado un nombre ayer, pero hoy lo tuve que cambiar, porque le había dado aquel nombre de acuerdo con su indecisión. Ahora, le he dado un nombre distinto que le será de ayuda. Cuando ella vino esta mañana, ella misma estaba decidída. Ese otro nombre ya no era necesario. Y le di el nombre de Ma Yoga Vivek, porque ahora, la decisión ha provenido de su vivek: su conciencia.
Ma Yoga Tao está aquí, por ejemplo. Ella ha sido un sannyasin tres veces. Le he dado el nombre de Tao porque, en una vida anterior, era china y era un monje taoista. Puede ser que ella no lo sepa, pero le he dado el nombre de Tao. Algún día, ella lo recordará, y entonces sabrá por qué le he dado un nombre chino. Ahora es irrelevante, pero en el momento en que ella recuerde que fue