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La historia cultural - AAVV


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desde la Antigüedad hasta nuestros días, en busca de usos y funciones de las escrituras expuestas (epigráficas) y del uso funerario de lo escrito, es decir, de la representación que se quiso transmitir del muerto.8 En conjunto, su lección pone al día, con términos nuevos, un objeto cuyas numerosas facetas merecían ser reconocidas: la variedad de textos, las características de sus soportes materiales, su multiplicidad de usos. Con respecto a la revolución, tan debatida en los medios de comunicación, que se remonta al Renacimiento, conviene, en definitiva, no olvidar la supervivencia del manuscrito incluso en la época de la imprenta, teniendo en cuenta los elementos de continuidad, más que de ruptura, que caracterizan el surgimiento de ésta junto con aquél.

      En una historia de la escritura, Italia constituye un objeto particular, puesto que se trata de un país que hoy en día aún habla numerosas lenguas, pero que en un momento dado comenzó a escribir en una sola. Aquí, como en otras partes, el giro de la historia se produce en el siglo xvi, que experimentó un proceso de normalización tras el cual la obligación de «escribir bien» comportó también una tendencia a «escribir menos».9 Marina Roggero, especialista en historia de la instrucción, ha explorado recientemente esta zona fronteriza (o, mejor dicho, de superposición) entre oralidad y escritura, entre consumo popular y consumo culto, marcada por una familiaridad especial de los italianos con la poesía: una familiaridad sensible, desde siempre, hacia los viajeros extranjeros, hasta el punto de transformarse en estereotipo (que debe, por tanto, ser examinada con prudencia, evitando tomarse demasiado al pie de la letra las imágenes de «campesinos con el laúd en la mano» y «jóvenes pastores con el Ariosto en los labios», que nos han dejado Montaigne y muchos otros).10 El éxito de un género como la literatura caballeresca y el papel desempeñado en su transmisión por la voz, el canto y la memoria, permiten recordar, al menos en parte, la historia de la difícil relación de los italianos con los libros –una historia condicionada por el peso de la censura, pero también por las dificultades que podía presentar una tradición literaria escrita en una lengua diferente de la usada a diario-. El papel de la escena popular, marcada por el arte de los improvisadores, recuerda también la importancia del descubrimiento del teatro popular en los estudios italianos desde finales del siglo xix,11 y presenta sugerentes paralelismos con investigaciones sobre las tradiciones épicas orales que marcaron el estudio de la formas de la comunicación, como las de Milman Parry y Albert Lord sobre los bardos de la región balcánica, y su aplicación (por parte también de Eric Havelock) a los poemas homéricos.

      Estudiar la producción y la circulación de los textos y las ideas implica prestar atención a los obstáculos y filtros que, de diversos modos y en distintas ocasiones, han intentado trabarlas o, al menos, condicionarlas, es decir, prestar atención al conjunto de mecanismos de censura. En este plano, el caso de la censura fascista a los escritores judíos, aplicada sistemáticamente en 1938 por el Ministerio de la Cultura Popular, antes incluso de que las leyes antisemitas fueran promulgadas, ha sido objeto de investigación.12 Pero el siglo de oro13 de la censura sigue siendo la época de la Contrarreforma que, al afectar también a las vulgarizaciones de las Sagradas Escrituras, acabó por asimilarlas en la imaginación colectiva a los libros heréticos, lo que llevó a una familiaridad mediocre de los italianos con el texto sagrado.14 Los revisionismos de moda han intentado acabar con la leyenda de las hogueras de libros (además de las de escritores), que tendrían un peso considerable en la elaboración y en la expresión del pensamiento en la Europa mediterránea de la época moderna. Aun sin reinventar completamente el pasado, es probable, en todo caso, que las relaciones entre textos y censura hayan tenido desarrollos más complejos de lo que se imaginaba. Por ello también, con el fin de evitar los controles, se las ingeniaban para elaborar sutiles formas de expresión de ideas heterodoxas y medios eficaces de transmitir la información. El caso de Venecia –sobre el que ha trabajado, entre otros, Mario Infeliserevela el surgimiento, entre los siglos xvi y xvii, de un verdadero mercado de la información que prepara la eclosión de las gacetas en el siglo xviii. La curiosidad del público por los acontecimientos políticos y militares se satisfacía con los informes periódicos producidos en los talleres previstos a tal efecto, principalmente manuscritos, lo que, aquí también, corrige la esquemática atribución a la tipografía de todas las novedades y desarrollos significativos.15 Entre los siglos xvii y xviii el entorno veneciano registraba modalidades de circulación heterodoxas en el dominio religioso, de proporciones tales que sólo una extensa investigación archivística ha permitido finalmente apreciarlas.16 La historiografía italiana ha intentado reconstruir los recorridos de la opinión pública no sólo dentro de las fronteras nacionales, sino también mediante estudios que tratan de Castilla e Inglaterra.17 El protagonismo de la palabra, del control sobre sus formas de expresión, la conceptualización incluso de sus funciones, estaba tan presente en importantes pasajes históricos anteriores que las investigaciones originales nos han permitido apreciarla en toda la riqueza de sus implicaciones: es el caso del giro que en el siglo xiii llevó a la teología católica a inventar una categoría especial de «pecados de la lengua», recuperada por el estudio de Carla Casgrande y Silvana Vecchio.18

      Hemos hecho alusión al compromiso de una editorial italiana con la publicación de estudios dedicados a la historia de la edición, del libro y de la lectura. A ello hay que añadir, al menos, otra empresa, la Storia d’Italia de la editorial Einaudi, que comienza en los años setenta y sirve de catalizador y de escaparate para una tendencia importante de la historiografía italiana de esos años –más próxima a la historiografía francesa de la misma época–; hasta tal punto que una serie de investigadores de la École des Hautes Études en Sciences Sociales tienen un papel destacado en el listado de aportaciones a una iniciativa paralela, y no menos influyente, del editor turinés en el transcurso de los mismos años, la Enciclopedia (16 volúmenes, 1977-1984). La Storia d’Italia comienza con un volumen dedicado a los «caracteres originales» (1972), en el cual los aspectos culturales de la identidad nacional pasan al primer plano. Después de un primer tomo dedicado a la historia del paisaje, la económica, social, política y jurídica, le sigue un segundo volumen, dedicado casi completamente a aspectos culturales: desde lo aparentemente provocador, por parte de Carlo Ginzburg, entre folclore, magia y religión, hasta el estudio de lengua, dialecto y literatura (Alfredo Stussi), el examen de los casos del arte (Giulio Carlo Argan y Mauricio Fagiolo) y de la escena (Alessandro Fontana).19 La continuación de la iniciativa editorial mantendría la atención en ese campo temático con la publicación incluso de volúmenes, dentro de la serie de los Annali, dedicados a la relación entre cultura y poder, una variación del discurso sobre instituciones y profesiones intelectuales particularmente apreciada en la reflexión de esos años.20 Con esta alusión no pretendemos identificar simple y llanamente las investigaciones de los años setenta y ochenta con perspectivas metodológicas en parte diferentes y que no emergieron verdaderamente hasta más tarde (reduciendo las primeras al rango de «precursoras»). Sugerimos solamente que, mediante los cambios de estilo en la investigación y la comunicación de sus resultados, se ha prestado de forma continua una especial atención a los hechos culturales en la historiografía italiana. Si lo olvidamos, corremos el riesgo de imaginar que los desarrollos más recientes han visto la luz de manera inexplicable en un desierto y que son exclusivamente un producto de importación. De este modo, como hemos dicho, la historia intelectual es un componente tradicional de la investigación histórica italiana, incluso es en ella moneda corriente la atención específica hacia la edición y las formas de organizar la circulación de las ideas. Marino Berengo, un historiador muy influyente en la formación de generaciones posteriores de investigadores, dedicaría a la opinión pública su memoria de licenciatura (en 1953, con Cantimori) y se ocuparía, lógicamente, de temas como los periódicos y los libreros, abordando la Restauración como un momento clave en la separación entre intelectuales y poder;21 y Alberto Tenenti, que, con sus estudios sobre el sentido de la muerte en el Renacimiento, ofrece una contribución directa del lado italiano a este ascendiente de la historia cultural moderna que fue la historia de las mentalidades, se dedicó asimismo a estudiar a los tipógrafos.22 Renato Pasta, también investigador de la historia de la edición, contribuyó de manera significativa en este dominio al introducir a los italianos en la lectura de un maestro en la materia como Robert Darnton.23 En Italia, al igual que en otras partes, el estudio


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