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Patrimonios migrantes - AAVV


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bazas y sus secretos. Es precisamente esta lógica políticoidentitaria la que también ha ocupado al poder en estos años anteriores, la que ahora ya cede quizás sus presiones en beneficio indisimulado de una lógica turístico-comercial, que transforma, con una nueva vuelta de tuerca, el patrimonio cultural, en su conjunto, en directo objeto de consumo y de mercancía.

      Vivimos, más que nunca, en una versión claramente light del patrimonio cultural, la versión que no duda en calificar, si es necesario, de «patrimonio incómodo» a cuanto interfiere en sus proyectos expansivos de carácter económico y mercantilista. Tal es la realidad que tantas veces hemos vivido dolorosamente, frente a la pérdida o la amenaza de patrimonios emblemáticos pero «incómodos» y, por ello, etiquetados y considerados operativamente como prescindibles. Conservación vs destrucción. Tal es la dialéctica que nos rodea efectivamente en el escenario socio-político-económico actual. Los ejemplos a citar –no nos engañemos– podrían ser sorprendentemente numerosos y reiterados, procedentes, sin duda, de cualesquiera rincones de nuestra geografía local, nacional o internacional. (Tan sólo me referiré, a modo de desahogo y de doble cita testimonial, circunscribiéndome al área valenciana, a la reciente desaparición total, traumática e irrecuperable, del Barri d’Obradors de Cerámica de Manises, con más de siete siglos de historia, memoria viva de la ciudad, y a las extremosas polémicas y proyectos en marcha, que aún siguen actualmente activas y afectan de forma directa a la supervivencia del también histórico Barrio del Cabanyal de Valencia. En ambos casos, la actitud de modernidad y de progreso, asumida como pose determinante, se transforma argumentalmente en la peor palanca para la conservación histórica del patrimonio, previa y oportunamente definido como «incómodo» y marcado con una especie de invisible cruz de tachado en rojo).

      Por ello, a partir de dicho marco contextualizador, queremos insistir, como funámbulos conceptuales –aún a riesgo de antropomorfizar un tanto la propia noción de patrimonio–, en considerar también parte activa de tales patrimonios migrantes, a las figuras viajeras de los creadores y receptores del arte y de la cultura contemporáneos, a sus estudiosos y defensores, a quienes los viven día a día con su presencia, en una especie de constante autoeducación patrimonial, a menudo contagiosa. Quod discis, tibi discis.

      No en vano, más allá de los bienes culturales, propios del patrimonio material, se hallan asimismo los extensos dominios del patrimonio inmaterial, con todas sus modalidades y tipificaciones. Y entre ellas tienen lógica cabida –con el respaldo de la transvisualidad, de las poéticas activas y contando con la eficacia de los lenguajes artísticos– los complejos diálogos que la creatividad es capaz de mantener siempre con todo el amplio arco de posibilidades que va desde las más lejanas tradiciones heredadas hasta los logros aportados / facilitados por la imparable tecnología, que nos circunda.

      Es esa creatividad, fundida plenamente con la educación, la que nos atrae y seduce, como parte fundamental del propio Patrimonio migrante y expandido de la contemporaneidad. ¿Acaso nos atreveríamos a considerar patrimonio, en pleno sentido, algo que nadie realmente usara, algo relegado y sin funciones de ningún tipo? Como mínimo, la función recordatoria y memorialística –por lo menos–, pero también y sobre todo la función actualizadora y de revisión, la función educativa y de expansión vital, la función de repatrimonialización a través de la intervención creativa y migrante.

      LA CREATIVIDAD Y LA EDUCACIÓN COMO PARTES DEL PATRIMONIO MIGRANTE

      También la creatividad tiene su historia, formando parte directa de ella misma. De ahí que incluso su propia noción haya ido variando, al ritmo de sus especificaciones y desarrollos diacrónicos. De aquellas caracterizaciones asociadas, en un principio, directamente a la innovación, a la fluidez y a la flexibilidad de sus intervenciones y recursos, hasta las interpretaciones actuales, ampliamente asociadas ya a las relecturas, reciclajes, reinterpretaciones, asociaciones y reflexividades transformadoras, ha transcurrido todo un mundo de variaciones y confluencias múltiples en su entorno. Aunque siempre, a nuestro modo de ver, manteniendo estrechamente conectadas las nociones de creatividad y de educación, como fundamentos operativos de la constitución y génesis de los patrimonios expansivamente migrantes.

      La creatividad, que tanto culto exige en los tiempos presentes, forma parte activa e imprescindible, como indicamos, de la propia educación. Educatio. Pocas palabras serán más recurrentes, representativas y sintomáticas de las preocupaciones, reivindicaciones y protestas colectivas frente a los recortes desproporcionados y persistentes en la presente crisis. Educatio procedente de la palabra latina educo. Pero recordemos que esta forma corresponde, en simultaneidad, a dos verbos. Así tenemos etimológicamente «educo» de educare y «educo» de educere. Por ello educare nos remite al «cultivo de un despliegue de potencialidades, de capacidades internas, con vistas a la formación, a la construcción del sujeto», mientras que educere significa exactamente «conducir a fuera, poner en contacto con el exterior» y así también nos decanta hacia el campo semántico de adecuar, preparar, capacitar al sujeto para este encuentro fundamental con la realidad, base de toda experiencia.

      Curiosamente, en ese doble filo educativo («sacar de dentro» y «poner en contacto con») se mueven también clara y versátilmente los perfiles de la creatividad y de ello se deriva asimismo –educación y creatividad– la patrimonialización de la cultura alcanzada y vivida, es decir de la acción artística posibilitada.

      Preguntas clave, pues, las que se arraciman en este contexto de patrimonializaciones progresivas y encadenadas, en el que nos venimos moviendo: ¿cómo se produce? ¿cómo se comunica? ¿cómo se interpreta, disfruta y valora? ¿cómo se consolidan sus efectos?

      Tales son los fundamentos de ese decantamiento personal que mostramos a favor de correlacionar de manera sistemática la noción de viaje / migración vital (sacar fuerzas / motivaciones de dentro y proyectarnos decididamente hacia el exterior) con la concepción de patrimonio, más allá de su sentido como conjunto de bienes culturales, para abrirla hacia el concepto de paideia, de formación, de construcción personal y colectiva, disponible y versátil para la eficacia creativa y transformadora de la sociedad, del estado de bienestar, de sus capacidades formativas, del desarrollo sostenible y compartido a todos los niveles de la realidad.

      ¿Qué otra cosa procuran esos peregrinajes hermenéuticos, como vías abiertas hacia la creación artística, que tan insistentemente, década tras década, pero ya en la actualidad con especial ejercicio sistemático, numerosos artistas llevan a cabo en sus estrategias y procesos de producción artística?

      Patrimonios migrantes de los que se parte, a los que se recurre para asumir influencias, reciclar materiales, deconstruir formas, aprovechar ideas, variar procedimientos, reinterpretar imágenes o transgredir géneros; patrimonios migrantes a los que se regresa y en los que se incide ampliamente con la consecución creativa de nuevos aportes y variaciones. Tal es el zigzagueo que define buena parte de nuestra actividad repatrimonializante, potenciando al máximo, a veces, el comentado principio de la transvisualidad, dando pábulo a las omnímodas categorías de relación y de procesualidad, multiplicando el poder, la riqueza y la versatilidad de los lenguajes artísticos mestizos y contaminados, reforzando las estrategias reciclantes de sus poéticas, es decir de sus principios y sus normas, fácilmente redefinibles y abiertas por lo común a las diferentes situaciones de interacción y de existencia.

      Finalmente, en ese constante encuentro entre los actuales patrimonios migrantes / expandidos y la educación artística que nos preocupa, debemos de ser conscientes de que las posibilidades siguen plenamente abiertas y por ello cabe hablar, incluso, de patrimonios performativos, saltando decididamente de lo interdisciplinar (nivel de disciplinas barajadas) a lo intercultural (nivel de las cartas culturales repartidas para el juego). Se trata prioritariamente de ayudar, de forma básica, a los sujetos en su acción, implicados en esas escenografías de participación y compromiso operativo, propias del entramado del arte en su relación con la cotidianidad; es decir de ayudarles educativamente a optimizar toda una cadena de posibles aprendizajes, que al menos queremos referenciar brevemente, como en una especie de guión: aprender a ver, que siempre comienza en un efectivo y didáctico saber mirar, como triunfo operativo y transformador de la percepción; aprender a hacer en cuanto refugio manual, hábil y regulado por la razón práctica, tan estrechamente asociado a las capacidades creativas y estrategias,


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