Nos quitaron la miel. Rosalía Sender BeguéЧитать онлайн книгу.
dormita en apariencia: está a la espera de que algún insecto incauto se le acerque para zampárselo. Le importa un rábano la sinfonía de colores de estas flores silvestres que bordean el camino con el bullicio de las mariposas, que tanto me encandilan a mí.
No sé cuánto tiempo transcurre, ¡estoy tan a gusto! Ha sido un acierto venir aquí. Descanso total, no mirar el reloj, no tener que hacer nada, ninguna obligación, dormir lo que quiera, leer hasta que me canso, y patearme los contornos con pasión, ¡sí, pasión! Voy todos los días a pie a Alcalá de la Selva, el pueblo más cercano, a por la prensa, son tres kilómetros y medio de ida y otros tantos de vuelta y no me canso nada, seguiría muchos más, es un regalo para los sentidos. Voy bordeando trigales dorados sin cosechar. Se les ve bulbosos con sus granos maduros, listos para ser cortados, triturados y transformados en alimentos. Más allá son campos de avena, con otro matiz de amarillo, o bien cebada. La madre naturaleza ha dado a luz como cada año sus frutos. Todo eso bajo un sol de plomo, brilla y resplandece. A lo lejos tintinean los cencerros de las vacas que están desparramadas por la ladera de un monte, motitas negras y blancas sobre el verde. De vez en cuando, por los caminos se oye el chapoteo del agua, aquí hay manantiales y fuentes naturales por todas partes, el agua surge a borbotones de la tierra, se une, forma un hilo que reluce al sol, corre alegremente, va engrosándose; cuando salta alguna piedra forma una pequeña cascada cantarina que al final desemboca en el río Alcalá. Estamos al pie de la Sierra de Gúdar, y toda esta región es rica en agua. Así está de frondosa y bella.
Estoy en el Mesón Fuen de la Reina, de mi amiga Pilar Calvo, en la Virgen de la Vega, Teruel. Desde mi ventana, en el segundo piso, veo en primer plano los prados de un verde pálido, partidos en dos por una cinta siena, es el camino que lleva al pueblo. Al borde, Luis Miguel Galíndez, su hijo, ha plantado con mucho acierto una hilera de chopos, tiernos todavía, pimpollos con sólo dos o tres ramitas, pero orgullosamente tiesos, moviendo con alegría sus hojas al menor soplo de aire. Los prados están separados por muretes de piedras y arbustos, resultando, desde lo alto, unos dibujos geométricos en el tapiz verde de la hierba que me recuerdan a Kandinsky. Más allá hay choperas de diferentes tamaños formando una gama de verdes de diversos matices según su altura. A la izquierda no son muy frondosas todavía, parecen un ejército de soldados alineados con sus trajes verdes. Al fondo las montañas, masas verde oscuro, por los bellos pinares que las cubren. De vez en cuando emerge entre los pinos algún tejado, motitas rojas que le dan alegría al conjunto.
¡Quépaz! ¡Qué silencio! ¡Cuánta belleza! Este valle me suena a paraíso terrenal. El ambiente bucólico que me rodea me transporta a un tiempo remoto, casi olvidado. Como nada me apremia, me abandono al recuerdo, horas y horas en medio de esta paz, meditando y, de repente, tomo conciencia plenamente que estoy en el tramo final. La vida se va agotando, no me había hecho a la idea de que estoy en la tercera edad, pero así es. He llevado una vida tan intensa, tan activa, tan dura. No me quedaba tiempo ni para soñar, los ratos de calma eran para organizar, pensar en las cosas pendientes, preparar el día siguiente. Al final del día leer, leer lo imprescindible, pilas de periódicos, revistas, informes, libros. Todo robándolo al sueño. Y ahora, con las 24 horas a mi disposición, reviso en mi mente la película de mi vida. ¡Tantos proyectos, tantos sacrificios, tantos esfuerzos, tantas penas y tantas penurias! Y también, ¡cuántos momentos de alegría, esperanza, amistad, hermandad, calor humano, tantas ilusiones compartidas!
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