Texto, edición y público lector en los albores de la imprenta. AAVVЧитать онлайн книгу.
noticias sobre sus tratos con la casa de Nicolás Rodríguez son más explícitas, pues allí recuerda, por ejemplo, haber adquirido entre otras obras «12 tesoros de pobres. 82 docenas de comedias. 12 don quixotes y seis obras de Góngora».
No todos los libros comprados por el mercader madrileño tuvieron que ser necesariamente ediciones contrahechas. Por ejemplo, declara que había comprado «seis obras de Góngora» en casa de Nicolás Rodríguez de Ábrego, que han de identificarse como Todas las obras en la edición de Gonzalo de Hocescon el pie de imprenta: «En Seuilla, por Nicolás Rodríguez, calle de Génoua, en este año de 1648, y a su costa».36 Mayores posibilidades de haber sido contrahechos tienen los doce cuerpos del Libro de medicina llamado tesoro de pobres que también compró en casa de Nicolás Rodríguez, pero que el sevillano sólo imprimió con licencia en 1655. O los cuarenta ejemplares, veinte y veinte, de la Primera parte de la vida de Marco Bruto y de La caída para levantarse. El ciego para dar vista. El montante de la Iglesia, en la vida de san Pablo apóstol de Francisco de Quevedo, cuyo privilegio por diez años había vendido su autor a Pedro Coello en 1644.37 De una forma u otra, de esta Sevilla, activo centro tipográfico, pero también auténtico emporio de la producción de falsos, sin licencia o contra privilegio, salieron hacia la corte ediciones de pliegos y de libros, a su vez, encuadernados o en pliegos.
Como juez superintendente de impresiones en el pleito de 1650 que venimos siguiendo, Lorenzo Ramírez de Prado actuaba sobre el comercio de impresos comprados en Sevilla para satisfacer la demanda del mercado lector en la corte. Hubo de ocuparse de «coplas diferentes sueltas» y otras menudencias o pliegos, por desgracia muy mal descritos. No obstante, entre ellos se puede asegurar que se encontraban la Historia del esforzado caballero Conde Dirlos y la Historia del emperador Carlo Magno, sin olvidar a la Doncella Teodor o a Roberto el diablo, así como «jácaras», «romanceros variados», «entremeses sueltos», medio centenar de fábulas de Esopo, doscientas docenas de comedias sueltas, veinticuatro docenas de oratorios de fray Luis de Granada y dos resmas de cartillas.
También se ocupó el consejero de Castilla de obras de Juan Pérez de Montalbán [Sucesos y prodigios de amor en ocho novelas ejemplares; Vida y purgatorio de San Patricio], Miguel de Cervantes [Novelas ejemplares; Don Quijote, primera y segunda partes], Francisco de Quintana [Experiencias de amor y fortuna], Alonso de Castillo Solórzano [Las harpías en Madrid], Luis Vélez de Guevara [El diablo cojuelo], Gonzalo de Céspedes y Meneses [Historias peregrinas y ejemplares], Alonso Núñez de Castro [Espejo cristalino], Baltasar Porreño [Dichos y hechos de Felipe ii], Ginés Pérez de Hita [Historia de los bandos de los zegríes y abencerrajes], Jerónimo Cortés [Lunario y pronóstico perpetuo; Libro de fisonomía natural y varios secretos de naturaleza], Juan de Palafox [El pastor de Noche Buena], José de Valdivielso [Romancero espiritual], Luis Remírez de Arellano [Avisos para la muerte], Roberto Bellarmino [Declaración copiosa de la doctrina christiana de Roberto Bellarmino], Francisco de Castro [Reformación del christiano, assí del pecador como del virtuoso], Comptentus mundi, Alonso Romano [Recopilación de toda la teoría y prácticade cirugía], Melchor de Santa Cruz [Floresta española], Juan de Escobar [Romancero del Cid], Jerónimo Rosales [Catón cristiano] o las Epistolae de san Jerónimo.
A su contrahecha manera, el pleito de 1650 constituye también un testimonio del éxito alcanzado por determinados géneros y autores, cuyo ascenso al parnaso literario encuentra aquí una fehaciente prueba, aunque fuese para disgusto de los autores y de los propietarios de las licencias y privilegios que no se respetaban. Y, a este respecto, conviene ahora recordar que por esos mismos años Lorenzo Ramírez de Prado se ocupaba activamente de la organización del programa decorativo que la villa y corte desplegaba para la solemne entrada de Mariana de Austria en 1649.38
Durante su recorrido jalonado por grandes arcos de arquitectura efímera, la nueva reina podría ver una representación del Monte Parnaso en el que se asentaban «nueve Estatuas de nueve Poetas ESPAÑOLES [...] Tres d´el Tiempo de los Romanos [...] Tres de la Anciana Edad nuestra [...] i Tres de la más cercana a los que oy viven».39 En este Parnaso, sobre el que llamó la atención Eugenio Asensio,40 se mezclaban Séneca, Lucano y Marcial con Mena, Garcilaso y Camões, para concluir con Lope de Vega, Góngora y Quevedo.41 Como se ve, el particular Parnaso de los falsarios hispalenses compartía luminarias con el de los letrados.
Asimismo, resulta interesante comparar el cargamento requisado en 1650 a Manuel Antúnez con los expedientes de petición de licencia, en muchos casos por sólo una vez, que los costeadores de impresiones estaban presentando esos mismos años. Así, en 1649, Francisco de Robles quería que se le ampliara el privilegio para su edición de Esopo.42 Un año después, Domingo de Palacio se interesaba la Recopilación de toda la teoría y práctica de cirugía de Alonso Romano, más conocido como Romanillo.43 En 1651, era el mercader Juan de Valdés quien presentaba un memorial al Consejo por el que pedía licencia paravolver a editar tanto la Vida y purgatorio de San Patricio de Pérez de Montalbán como los Avisos para la muerte de Remírez de Arellano.44 Por último, en 1653, de nuevo Palacio se interesa ahora por el Romancero del Cid de Juan de Escobar;45 y Mateo de la Bastida, como mayordomo de la Hermandad de San Jerónimo de la corte consigue renovar el privilegio real para la impresión del oratorio de Luis de Granada.46
Si los memoriales presentados por los interesados en las reimpresiones ante el Consejo de Castilla reflejan una parte crucial de la demanda del mercado lector, su comparación con el cargamento de Manuel Antúnez revela coincidencias que sólo cabe interpretar como elocuente ratificación de que los falsarios sabían apreciar a la perfección las tendencias del mercado al que surtían. Al fin de cuentas, también ellos —impresores y libreros— eran costeadores de ediciones, que en ocasiones recurrían a la petición de licencias y privilegios y en otras, muchas, ocasiones simplemente no lo hacían.
1. Madrid, 24 de julio de 1680. Cito por Gaspar Agustín de Lara, Obelisco fúnebre, pyrámide funesto que construía a la inmortal memoria de D. Pedro Calderón de la Barca, En Madrid, Por Eugenio Rodríguez, 1684, s.f. Esta investigación se ha realizado en el marco del proyecto «Prácticas y saberes en la cultura aristocrática del Siglo de Oro: comunicación política y formas de vida», MINECO HAR2011-27177.
2. Fernando Bouza, «Dásele licencia y privilegio». Don Quijote y la aprobación de libros en el Siglo de Oro, Madrid, Akal, 2012, pp. 92-93.
3. Javier García Martín, El juzgado de imprentas y la utilidad pública. Cuerpo y alma de una Monarquía vicarial, Bilbao, Universidad del País Vasco, 2003.
4. Joaquín de Entrambasaguas, La biblioteca de Ramírez de Prado, Madrid, Instituto Nicolás Antonio, 1943, 2 vols; y Una familia de ingenios. Los Ramírez de Prado, Madrid, CSIC, 1943; Óscar Lilao Franca, «De Córdoba a Madrid: gustos, gastos y libros en la