Páginas que no callan. AAVVЧитать онлайн книгу.
Max Aub, Eleanor Londero definió sus características: «Sustancialmente, la técnica del apócrifo se orienta a impedir cualquier reconocimiento inmediato, por parte del lector, de una identidad precisa. De este modo se obtiene, por acción refleja, un impulso de desconfianza. Es decir, que se comienza por dudar sobre la identidad del autor, y se termina por vacilar también ante los enunciados que se presentan» (1996: 37). Y concluye: «Tenemos, pues, dos rasgos esenciales del apócrifo: la exageración en el extrañamiento, y la voluntad de convertir el texto en propiedad común» (1996: 38).
5. Parece ser que la convivencia con el olvido histórico, tan presente en la España que Aub visitó en 1969 y que registró en La gallina ciega, pulsa en la exacerbación del recurso al apócrifo en Vida y obra de Luis Álvarez Petreña, publicada en 1971, que añade una tercera parte a la edición de 1965. Ella nace del encuentro casual de Aub con Petreña en un hospital en Londres y este le reconoce. De esa casualidad surgen y pasan a integrar la obra muchos y diferentes fragmentos: relatos, versos, cartas, informes críticos, registros de conversaciones, cuaderno de notas de Petreña y notas de autor. Algunos son de autoría incierta, otros son atribuidos a Petreña, otros a Aub. Con la exacerbación del apócrifo, se multiplican voces y figuraciones de autores, creando un nuevo collage, varias posibilidades de montajes para el lector y la incómoda situación de que tantos recursos no bastan para rellenar las lagunas.
LA NUEVA NOVELA DE LA GUERRA CIVIL COMO RESPUESTA REIVINDICATORIA AL PASADO SILENCIADO
Desafíos para el diálogo histórico intergeneracional en la España democrática
Marta Kobiela-Kwaśniewska Universidad de Silesia en Katowice
Las dos palabras clave del tema presentado son historia y memoria, dos términos mutuamente relacionados y complementarios, reunidos bajo un rótulo común de memoria histórica que en los últimos años se ha convertido en una palabra de moda en el espacio mediático y literario español, con referencia al pasado cercano, cuyos límites temporales marcan los hechos sucedidos entre la guerra, la posguerra, la transición y la postransición. En este debate público encontramos posturas muy divergentes. No faltan los que critican la ausencia de memoria, la necesidad de recuperarla en la España de hoy, de deshacerse de la amnesia histórica1 (Vázquez Montalbán, Ramoneda), pero también abundan otros, en cambio, que son partidarios del olvido concebido como una operación catártica de la memoria colectiva (Álvarez Junco), o los que se muestran neutros y proponen el equilibrio entre memoria y olvido. Ante este fenómeno, de cara paradójica –recuperar u olvidar el pasado infame–, muchos, como los ya mencionados Montalbán o Ramoneda, comparten la opinión de que vivimos tiempos de crisis de la memoria, hecho que se vincula y se explica con el alarmante desconocimiento de la reciente historia del país por parte de la sociedad española y, en particular, la más joven, echando la culpa a la defectuosa metodología de la enseñanza de historia como asignatura y a la tendencia de las editoriales de incluir el mayor número posible de temas en los manuales, proporcionando así una visión más simplificada y superficial de historia en general, cuestión que bien aborda en su artículo Rafael Valls Montés (s.a.: s.p.), indicando también la compleja naturaleza del problema. Por estas razones muchos de nosotros nos planteamos las siguientes preguntas: ¿Olvidar o asumir el pasado infame? o ¿cómo hacer frente a la desmemoria colectiva en los tiempos cuando el diálogo histórico intergeneracional se puede librar de opiniones a priori formuladas con evidentes fines doctrinales y políticos?, asumiendo así el poliperspectivismo y la subjetividad valorativa hacia la historia del país que sigue siendo más triste y que hasta ahora divide a la opinión pública. El diálogo histórico intergeneracional en la España democrática se inicia, entre otros, a través de la literatura que recupera el tema de la Guerra Civil y lo reescribe en términos de hechos, experiencias o acciones que reconstruyen, reinterpretan y razonan los mismos lectores en el acto de lectura, lectores que quieren conocer la historia y la pueden estudiar de forma más individual y afiliativa.
Evocando el término de memoria colectiva, estamos ante una entidad simbólica representativa de una comunidad, como advierte José F. Colmeiro:
La memoria colectiva es un capital social intangible. Sólo en el nivel simbólico se puede hablar de una memoria colectiva, como el conjunto de tradiciones, creencias, rituales y mitos que poseen los miembros pertenecientes a un determinado grupo social y que determinan su adscripción al mismo (2005: 15).
La función principal de la memoria colectiva, según Halbwachs (Colmeiro, 2005: 16), es «unir pasado con presente, individuo con grupo social, de tal manera que logra producir el sentido de continuidad histórica y la identificación del individuo con la comunidad». La constatación que hace Colmeiro (2005: 16) de que «el pasado es reconstruido por la memoria básicamente de acuerdo a los intereses, creencias y problemas del presente» nos explica la actitud que adoptaron los dirigentes del país al iniciar la Transición sistémica de construir el presente olvidando o silenciando el pasado. Así, el olvido del pasado concebido como un paso indispensable hacia la España democrática y el estado de bienestar llevó a la desmemoria histórica del pueblo español, sacrificando la verdad histórica y los intentos de explicarla, comprenderla y asumirla.
En los textos críticos muy a menudo se confunde memoria colectiva con memoria histórica; esta última constituye una parte de la memoria colectiva y se caracteriza por una conceptualización crítica de acontecimientos históricos. Simbólicamente, la memoria colectiva en el ámbito español que abarca el tiempo entre la posguerra y el posdesencanto de fin del siglo xx se esquematiza en tres tiempos (Colmeiro, 2005: 18-19): el primero, el tiempo de silencio y olvido legislado del franquismo; el segundo, el tiempo de la transición del franquismo a la democracia con la memoria testimonial residual y la amnesia, con el famoso pacto de olvido, con los sucesivos intentos de recuperar la memoria histórica acompañados con un desencanto; y el último periodo, en el que se observa la crisis de la memoria. Es incuestionable que ambas memorias están vinculadas entre sí de tal forma que no puede haber una sin la otra.
Las memorias históricas individuales, con las que se teje la textura de novelas dedicadas a la Guerra Civil española o al pasado inmediato, son unas piezas sueltas de ese gran mosaico de memoria colectiva, memorias individuales, frecuentemente de protagonismo anónimo, a las que se intenta reivindicar y rescatar del olvido por medio de la nueva narrativa de la Guerra Civil.
A lo largo del siglo xx el motivo de la lucha fratricida ha sido un foco temático de muchas obras literarias sobre el que se edificaba una historia oficial de España conforme a la ideología vigente del franquismo y, posteriormente, de la Transición. Su objetivo ha sido la búsqueda de la verdad histórica objetiva con un rigor científico y no la minuciosa introspección en las fuerzas motrices de los sublevados y un verdadero juicio de los responsables de la tragedia nacional, ni mucho menos la reivindicación de las víctimas al recuperar sus memorias olvidadas, que por aquel entonces no han sido puestas en el discurso público oficial; más bien se ha intentado configurar la cuestión de memoria histórica como una decisión consciente de «echar al olvido» el pasado para que no determinara el futuro. Por lo menos así la defiende Santos Juliá (2004: 50) cuestionando la intencionalidad deliberada del pacto de olvido o de silencio. Al respecto no podemos decir que en aquel tiempo no se estudiaba el pasado o se obstaculizaba su conocimiento, pero en la práctica se construyó una barrera aséptica entre el presente y el pasado, como la define Sebastiaan Faber, que «no sólo hacía caso omiso de las relaciones filiativas –los españoles del presente se negaban a reconocerse como hijos de– [...] sino que al mismo tiempo impedía cualquier tipo de relación afiliativa –la posibilidad de identificarse o solidarizarse con los españoles del pasado en virtud de ideas o vivencias compartidas» (2011: 104).
Esa actitud fue resultado de una cautela política nacida del temor a no repetir la violencia del pasado y que a toda costa quería mantener la seguridad y garantizar el porvenir de la naciente democracia. Entonces, ¿a qué se debe el cambio de perspectiva en el tratamiento del tema por parte